El concilio de Trento
(1545/63) abrió una nueva época y unos nuevos modos para la Iglesia. Consagró
la ruptura iniciada por Lutero y diseño la estrategia y las tácticas para
combatir la “herejía” que naciera de sus tesis, o para protegerse de ella. Así
frente a la racionalidad, el recelo ante las imágenes, la desnudez de los
templos y la austeridad en las manifestaciones religiosas de las iglesias
disidentes, Roma impulsó la emotividad, la exuberancia ornamental y la exhibición
de la riqueza, así como la proliferación de actos públicos dramatizados y
ostentosos, dando lugar a una notable actividad procesional con muy variadas
excusas.
Una de ellas fue la persecución
y castigo de las prácticas heréticas por los tribunales eclesiásticos, dando
lugar a los “autos de fe”, que terminaban con la ejecución pública en un
truculento y gran espectáculo que no excluía la quema de los recalcitrantes,
pero que se iniciaba con una procesión en la que los procesados eran humillados
y sometidos a escarnio público como penitentes, luciendo sambenitos en los que
se representaban sus desviaciones y sus penas, y tocados con burlescos
capirotes (corozas).
Desde finales del Medievo las
sociedades urbanas se vertebraron en función de los oficios formando gremios en
defensa de sus intereses profesionales; en su seno surgieron hermandades o
cofradías que desarrollaron funciones asistenciales, como dar sepultura a sus
miembros o atender a sus viudas y huérfanos. Siempre se colocaban bajo el
patronazgo de algún santo o advocación de Cristo o la Virgen. Después de Trento
estas cofradías fueron estimuladas por el clero para que se manifestaran
procesionalmente en determinadas festividades solemnes como Corpus Christi, Pascua
de resurrección, etc.
También desde la Edad Media fue
frecuente la representación de “pasos” o “misterios” en los templos, pequeñas
piezas dramáticas sobre episodios de la vida de Jesús. Posteriormente, en el
barroco, los imagineros esculpieron
estas escenas en creaciones que más adelante se utilizaron para ser
procesionadas.
La confluencia de estas
tradiciones ha configurado la moderna Semana Santa en España, protagonizada por
cofradías, muchas de las cuales tienen su origen en antiguas hermandades
gremiales que han perdido sus funciones primitivas pero han hipertrofiado la
procesional, única que hoy las justifica.
En tiempos de Goya (XVIII/XIX),
fecha en la que la Inquisición había perdido fuerza, aunque no desaparecido,
había procesiones de penitentes voluntarios que se autocastigaban ataviados
como los antiguos reos de la Inquisición. Es lo que muestra la “Procesión de
disciplinantes” que encabeza esta página.
A finales del XIX y sobre todo a
principios del XX la radicalización del movimiento obrero hizo retroceder estas
manifestaciones de religiosidad popular llegándose a producir episodios de
anticlericalismo, quema de iglesias, conventos e incluso imágenes. Años después
el franquismo, que sería calificado de nacional catolicismo, resucitó de nuevo
con ímpetu y afán escarmentador toda la parafernalia, profundizando más que
nunca en la fusión y confusión de los aparatos del Estado con el tinglado
clerical: presencia de las autoridades en los rituales de rigor; participación
del ejército en los desfiles procesionales; transformación de la conmemoración
religiosa en fiesta nacional con suspensión de actividades laborales,
escolares, y hasta lúdicas e informativas (las emisoras de radio emitían música
sacra y en los cines se proyectaban películas de tema religioso).
Cabía esperar que con la
eclosión democrática de los 70 todo cambiara radicalmente, sin embargo la
realidad fue muy otra. El franquismo sociológico persistió fuertemente
arraigado en las instituciones y en la mentalidad ciudadana lo que permitió la
permanencia y efusión del espectáculo ritual. Se buscaron nuevas excusas que no
fueran sólo las religiosas, que ya chirríaban con las formas de un Estado democrático,
que debería ser laico, y se encontraron en las raíces populares y en los
réditos económicos. A partir de entonces no ha habido un representante político,
de cualquier color, que haya hecho ascos a desfilar tras las andas (pasos o
tronos en la jerga al uso) de cualquier imagen.
En los últimos tiempos las
cofradías se han multiplicado y han incrementado considerablemente sus
patrimonios e influencia hasta el punto de que en algunas ciudades andaluzas
sus intereses inciden visiblemente en las decisiones municipales. Especialmente
en Sevilla y Málaga, aunque también en otros muchos lugares, se señorean de la
ciudad durante siete largos días entorpeciendo gravemente la vida ciudadana,
eso sin contar con un fleco de días o semanas, anteriores y posteriores, en que
realizan multitud de actividades siempre de modo público, ostentoso y molesto
para los que no comulgan con el santo jolgorio. Eso no impide que si se
solicita una procesión atea, de protesta naturalmente, aunque lúdica y, eso sí,
cargada con las armas letales de la ironía y el buen humor, sea prohibida fulminantemente acusándola de
provocación. Y es que los píos cofrades, tan ensimismados en su festival
“gore”, adolecen precisamente de eso, amén de racionalidad, respeto a los demás
y un cierto sentido del tiempo en que viven, y desvelan así su prepotencia y su
influencia a todos los niveles.
Se suele decir “que venga Dios y
lo vea” cuando algo parece increíble. Pues eso, que venga.
1 comentario:
Una magnífica aclaración histórica del proceso social y un posicionamiento muy certero respecto del papel actual del "Santo Jolgorio".
Me ha llegado al alma esto del Santo Jolgorio, creo que en adelanto lo voy a utilizar como sinónimo de Semana Santa.
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