28 mar 2012

Elecciones andaluzas


La etapa más complicada para el gobierno andaluz fueron los años del gobierno de Aznar. La peculiar topografía psíquica del presidente del PP sometió a la comunidad a una especie de cuarentena, por decirlo suavemente, consecuencia de haber quedado como el único gran bastión del socialismo. Las circunstancias eran muy diferentes a las de hoy: en 1996 Izquierda Unida, dirigida por un líder con aires proféticos, estaba mucho más empeñada en derribar al PSOE de Felipe González que en construir algo positivo. Conviene recordar que en la generales de ese año, que dieron el gobierno a Aznar, la suma de escaños del PSOE e IU era de 162 mientras que el PP sólo obtuvo 156, sin embargo a nadie se le ocurrió sumarlos, pese a las enormes dificultades que tuvieron los conservadores para convencer a los nacionalistas catalanes y vascos de que les apoyaran. La “dulce derrota” de los socialistas consistió más en que se sentían internamente derrotados que en el veredicto de las urnas, que había dado una clara mayoría a la izquierda.

Afortunadamente para los andaluces de hoy ninguno de los dos partidos de la izquierda está dirigido por un líder carismático, ni a nivel nacional ni regional, y es una suerte que ni el posible subidón de uno ni la probable depresión del otro se trasladen a las negociaciones políticas. Cuando falta el carisma hay que echar mano de la racionalidad. Bendita sea.

Es de suponer que el gobierno que surja de las negociaciones PSOE-IU tampoco lo va a tener fácil en esta ocasión. No tanto por la inquina de un presidente (Rajoy no es Aznar) como por el hecho de que está llamada a convertirse en un experimento sobre si es posible oponerse a la política monocorde que impera en España y Europa en este momento y, todo ello, sin que el posible aislamiento en que caiga no le cause más problemas de los que pretenda resolver. Es evidente que para eso se requiere mucha inteligencia política y cálculo preciso. Ni de una cosa ni de otra han dado excesivas muestras un PSOE andaluz cansado de gobernar, minado por mil y una corruptelas y fragmentado por vendettas personales y de facción; ni una IU poco cohesionada internamente y gravemente debilitada por las pérdidas hemorrágicas de su mejor militancia, frustrada, cansada y desorientada.

En cualquier caso los resultados de las elecciones en Andalucía y su consecuencia, que hoy nadie discute, la formación de un gobierno progresista, han supuesto una inyección de moral para la izquierda. El resultado de las urnas puede hacer reflexionar a muchos sobre que no hay derrota más contundente que aquella que nace de nuestro interno convencimiento. El desenlace de las generales de 1996 parece una buena muestra de ello: un Felipe González exhausto por el acoso y derribo a que había sido sometido en su última legislatura, desmoralizado por la corrupción en el seno de su partido, ofuscado por prejuicios, odios y resentimientos contra IU, sin capacidad para ofrecer alternativas, se vio avocado a reconocer la derrota antes de que se produjera realmente. Su partido, fascinado durante años por el carisma del líder, fue incapaz de reaccionar ante su hundimiento.

Hoy en Andalucía se abre una esperanza. Seamos conscientes de que hay enormes dificultades, pero esperemos lo mejor.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

No estaba todo tan perdido...
Excelente artículo!

Mark de Zabaleta