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«Si te debo una libra tengo un problema, pero si te debo un millón el problema es tuyo». La famosa sentencia de Keynes encierra para nosotros una enseñanza que no deberíamos desaprovechar. Ciertamente, cuando las deudas son muy importantes el problema se traslada al acreedor porque se convierte en vital para él asegurarse el cobro, lo que da oportunidad al deudor para imponer condiciones. Setecientos mil millones de deuda soberana española más trescientos cincuenta mil de deuda exterior de sus bancos hacen un volumen como para que a los bancos alemanes y franceses, especialmente, se les corte la respiración, y, con ellos, a los mandatarios de sus respectivos estados.
Para escarmiento de aquellos que
creen que España siempre se movió en el furgón de cola conviene recordar que
fue el primer estado europeo que emitió algo así como bonos de la deuda soberana
(asientos) allá por el S. XVI y también el primero que decretó una suspensión
de pagos (Felipe II), llevándose por delante precisamente a poderosos banqueros
alemanes. El suceso hizo escuela y las deudas y las quiebras se multiplicaron
en Europa (escribí sobre esto no hace mucho en un post que titulé “Historia urgente de la deuda española”). En aquella época la banca no tenía la
importancia que tiene hoy para el funcionamiento normal de la economía de un
estado. Las finanzas eran un sector marginal y una debacle como la que produjo
el monarca español no tuvo mayores consecuencias en el país de origen de los
banqueros. Hoy el hundimiento de la banca, la destrucción de un sistema
financiero, tendría consecuencias catastróficas. Es lo que ocurriría en Francia
y Alemania, principales tenedores de la deuda española, si se produjese una
suspensión de pagos, a pesar de los esfuerzos que han hecho en los últimos meses
por liberarse de parte de ella. Con toda probabilidad no resistirían el envite.
La onda no libraría a Inglaterra y alcanzaría a USA.
La espada de Damocles de una
posible quiebra más o menos descontrolada genera una enorme actividad para
convencer al gobierno español de las virtudes de una intervención o rescate,
mientras que la resistencia es la mejor baza para hacer valer nuestros
intereses y lograr una salida más ventajosa sin perder soberanía ni fuerza
negociadora de forma dramática. Hacer dejación de esa “ventaja”
sería el último acto de suicidio, en este lento proceso de auto liquidación en
que nos afanamos desde hace años. Que nuestra posición se defienda mejor junto a Merkel o
junto a Hollande es un dilema que no estoy en condiciones de dilucidar.
No arriendo la ganancia a los
protagonistas del momento, pero, si he de ser sincero, no lo lamento por ellos.
Hicieron méritos para ésta y más tribulaciones.
1 comentario:
Un gran artículo...
Mark de Zabaleta
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