La cuestión básica es que, una
vez demolido el castillo de naipes de la construcción, aquí no hay actividad
económica capaz de sostener el tinglado-país. Con una cuarta parte de la población activa en
paro, y creciendo, las perspectivas son desoladoras. La iniciativa privada está
paralizada por la falta de demanda y la inexistencia del crédito, y la
restricción brutal del gasto público profundiza cada vez más en la depresión.
La coyuntura no puede ser peor.
Pero, recordando tiempos mejores,
hemos de reconocer que en los momentos exultantes del subidón económico, nunca
nos acercamos al pleno empleo, por el contrario, siempre mantuvimos cifras muy
por debajo de la media europea. El paro forma parte de nuestra estructura
económica. A mi juicio, eso demuestra que el crecimiento era impostado, e
importado. Se debía más a los beneficios que se derivaban de la pertenencia a
la UE (moneda única, inflación controlada, bajos tipos de interés,
subvenciones…) que a una mejora de nuestra peculiar dinámica económica. Una
economía incapaz de emplear a su mano de obra disponible, que carece de los
instrumentos necesarios para aprovechar con eficacia un recurso tan básico, es
una economía raquítica o que adolece de malformaciones graves.
Cuando en los años sesenta los
trabajadores españoles marchaban a Europa por centenares de miles en busca de
empleo eran fundamentalmente población expulsada del campo que no encontraba en
las ciudades españolas actividad suficiente para acogerlos. Hoy son jóvenes de
alta cualificación los que ponen sus ojos en los mercados de trabajo
exteriores. En ambos momentos la causa es una penuria de empresas que demanden
sus capacidades y las pongan en valor aquí.
La falla principal, sin
minusvalorar otras, se me antoja que está en los empresarios, en su número, en
su cualificación y en su condición. Por alguna razón, por muchas y complejas
quizá, la condición de empresario ni ha proliferado ni ha dado los mejores
ejemplares por estos lares. Podría apuntar algunas de esas razones pero temo
caer en el tópico y, en todo caso, obedecería más a la intuición que al análisis
bien fundamentado. El caso es que, según parece, con el estímulo del crecimiento
de los últimos años su número se
multiplicó, pero, si su condición era ya históricamente poco consistente, su propagación
acusó los rasgos de frivolidad y ligereza de que adolecía tradicionalmente. Más
que empresarios, simples especuladores que se agitan para obtener un buen
bocado, aprovechando la coyuntura, con el mínimo riesgo y esfuerzo, pero
dispuestos a abandonar al menor signo de dificultad, plantando a empleados y
acreedores sin más. En España hay más capitalistas conocidos por sus quiebras
que por el éxito de sus empresas. Los que han acumulado un patrimonio que
permite que se les aplique el calificativo de capitalistas prefieren la inversión
especulativa y, en todo caso, el refugio en paraísos fiscales. El atesoramiento
de siempre. Los que por su cualificación pueden optar a la gestión de grandes empresas (la
noblesse de robe de la economía) se apresuran
a acumular patrimonio o asegurarse blindajes millonarios, aún a costa de la viabilidad
a medio o largo plazo de las propias entidades que tienen encomendadas, como se ha visto.
Lo más sano se encuentra entre
las pequeñas empresas y autónomos en vías de transformarse en empresarios,
aunque en un alto porcentaje imiten en lo que pueden los comportamientos de los
grandes, como es de esperar. Las actitudes de los poderosos son el horizonte de
los demás. Las tradicionales virtudes de laboriosidad, perseverancia y riesgo
calculado pasaron a hacer compañía a la ropa de otras temporadas.
En el examen general de
conciencia en que estamos (inducidos a la autoflagelación por nuestros socios
del norte), en la búsqueda de aquellos individuos o colectivos, o de aquel
defecto o tara social que más culpa ha tenido en la crisis, yo apunto una
raquítica y malformada clase empresarial, atenta al enriquecimiento fulminante,
pero incapaz de aprovechar con eficiencia los recursos del país.
5 comentarios:
Has puesto el dedo en la verdadera llaga !
Mark de Zabaleta
Me parece muy relevante la reflexión sobre esa falla en el número y la bondad de los empresarios españoles. Efectivamente, ésa es la llaga.
F.S.C.
Para explicar esta "falla principal" del empresariado español me parece excelente el artículo de Alberto Recarte "España: la marca del intervencionismo", publicado en la Revista de Occidente nº 179, de abril de 1996.
No he podido o sabido encontrar el enlace del texto en internet. El artículo citado explica bastante bien, además, las causas del déficit público y la crisis económica actuales.
F.S.C.
Yo también señalaría con mi dedo a la misma causa. Las empresas que he conocido, a nivel provincial o regional, que han llegado a hacerse grandes, en cuanto una empresa extranjera se interesó por ellas fueron vendidas, y sus respectivos creadores, tras guardar los millones en un calcetín, se dedicaron al encaje de bolillos y la petanca el resto de sus días. Carecemos de empresarios. Sospecho que únicamente se crían algunos en Cataluña y País Vasco. Aunque estos últimos ya se marcharon huyendo de los etarras.
Estoy de acuerdo también con Manuel R.C. Creo que en la falla de empresarios es fácil que estemos todos de acuerdo. Averiguar las causas de este hecho, para conjurarlas, tiene una mayor dificultad. Por eso me he permitido aportar la cita del artículo de Recarte, de mucho antes de la crisis, que analiza algunas de las posibles causas.
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