Es sabido que en muchas
comunidades autónomas se han hecho esfuerzos y siguen haciéndose por crear un
sentimiento nacional, incluso en aquellas que jamás tuvieron conciencia de
unidad (ni siquiera administrativa dentro del Estado) antes de constituirse
como tales después de 1978. Para ello se emplea dinero público y se acoplan los
programas escolares, como no, tergiversando la historia. Esta manipulación de
las conciencias ha hecho cumbre en las comunidades catalana y vasca, pero
prácticamente ninguna de las demás se libra de ella. Como ejemplo podría citar la
mía propia, Andalucía, caso del que me ocupé en varias
ocasiones.
Cataluña y Euskadi son modélicas
en el mangoneo histórico, pero tiene una contrafigura igualmente falsa y
tergiversadora en los esfuerzos del nacionalismo españolista por reducirlos al
absurdo. En la actual contraofensiva ante el nacionalismo periférico, protagonizada
por la derecha política y sociológica (hay acción política pero también mediática
e intelectual) se está poniendo de moda negar absolutamente que Cataluña haya
sido nunca en la historia una entidad política independiente o diferenciada de
sus vecinos. Si bien el recurso a la historia para justificar la secesión no
tiene demasiado fundamento (menos si ha sido falseada), tampoco es lícito hacer
lo propio para negarla.
Cuando en el siglo XI se unieron
Cataluña y Aragón, los condados catalanes eran todos ya feudos del de Barcelona
que, a esas alturas, no guardaba, ni siquiera nominalmente, relación de
vasallaje con el reino Carolingio, del que antaño quizás fueran una marca[1].
Era una entidad soberana aunque regida por un conde. Curiosamente, en la vecindad y pocos años
antes, los hijos menores de Sancho III de Navarra que habían heredado
respectivamente los condados de Castilla y de Aragón se auto aplicaron sin
empacho el título de reyes, lo que más tarde se repetiría con el embrión de Portugal,
entregado como condado por el rey castellanoleonés a un yermo en calidad de
dote. Una explicación de por qué el conde de Barcelona no hizo lo mismo
entraría en el terreno de las hipótesis: quizás porque no necesitaba, como los
anteriores, recalcar su independencia ya que sus lazos de vasallaje con el
reino franco se habían desvanecido hacía mucho.
Lo cierto es que la unión con
Aragón fue entre iguales (prefigurando la de Isabel y Fernando tres siglos
después) en una federación en la que ninguno de los dos Estados perdió
personalidad jurídica ni política, aunque desde ahora el título de Rey de
Aragón precediera protocolariamente al de Conde de Barcelona. Cuando la gran
expansión territorial del siglo XIII incorporó nuevos espacios lo hicieron como
nuevos Estados (Reino de Valencia, Reino de Mallorca) en pie de igualdad y
reproduciendo el modelo federal que inauguraran Aragón y Cataluña.
En el occidente peninsular la
unión entre Castilla y León fue más bien una fusión, sin duda por el carácter más
autoritario de los reyes leoneses y castellanos. En contra de lo que pudiera parecernos
ahora, el modelo Aragonés no era más “moderno” en su época, sino que obedecía a
una sociedad más ligada a las formas feudales, que a finales de la Edad Media
estaban ya siendo superadas en todas partes.
En el siglo XV con el matrimonio
entre Isabel y Fernando el modelo aragonés de federación se extendió a la
relación Castilla / Aragón, manteniéndose vigente durante dos siglos más. Naturalmente
la contradicción entre un autoritarismo real creciente y centralizador, a tenor
de los tiempos, y el mantenimiento de la tradición confederal generó crisis
graves (1640), pero fue el conflicto dinástico de principios del XVIII lo que provocó
el estallido del sistema. Entonces los catalanes (también aragoneses,
valencianos y mallorquines) lucharon, no por su independencia, como trasluce el
discurso nacionalista, sino por los
derechos del pretendiente archiduque Carlos a las dos coronas peninsulares, al
que suponían unas intenciones políticas conservadoras de sus estatus. La
victoria permitió a Felipe de Anjou (Felipe V), de acuerdo con el derecho internacional
al uso, como vencedor, y como soberano ofendido por la acción de sus súbditos "ingratos",
cambiar las condiciones del "pacto" que mantenía con ellos, y lo hizo
reduciendo los Estados "rebeldes" a provincias, mediante los Decretos de Nueva
Planta, uno para cada uno de los antiguos Estados de la confederación.
A nadie que repase, aunque sea
someramente, la historia de este país le puede pasar por alto que Cataluña tuvo
una entidad política diferenciada durante largo tiempo. Otra cosa es que eso
justifique ahora una secesión: en aquellos tiempos los asuntos políticos se expresaban en términos de súbditos, señores y
fidelidades; hoy en los de sentimientos nacionales y voluntad democrática; lo
común a los de entonces y los de ahora es la importancia de los intereses. De
eso habrá que hablar otro día.
2 comentarios:
Magistral.
Mark de Zabaleta
Lo explicas muy bien. Sin basarme en unos conocimientos históricos que no tengo, juzgo de puro sentido común que la tendencia o la reivindicación independentista de tal o cual región no tiene sentido que se apoyen en el pasado. Lo que cuenta, a tal efecto, es la actualidad, es decir, lo que se juzgue más idóneo para ahora. El indagar en la historia es muy conveniente y beneficioso, pero para otros fines. Salud(os).
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