Lo
que priva hoy es la privatización (disculpad la cacofonía). ¿Qué hacen empresas
industriales o de servicios en manos del Estado? Hay que privatizar las que
queden. No es que la experiencia de lo ya hecho (casi todo) sea para tirar
cohetes, porque básicamente consistió en que monopolios del Estado se han
convertido en oligopolios privados, en que bienes de propiedad colectiva están
ahora en manos de no se sabe quién, lo que, según algunos, es mucho mejor; pero,
hay que privatizar. En esto estuvieron de acuerdo hasta los socialistas: ¿Recordáis el entusiasmo con el que Felipe González y Solchaga desmantelaron el sector industrial
público en aquella operación que bautizaron eufemísticamente como “reconversión
industrial”? La maniobra fue completada con dedicación ejemplar y maestría
incomparable por los gobiernos de Aznar, alcanzando de lleno a los
hidrocarburos y las empresas de servicios. El Estado quedó in albis vestimenta, lo que en castellano castizo viene a
significar en calzoncillos. De lo que se trata ahora es de vender los
calzoncillos… y lo que se tercie.
Los calzoncillos son, por
ejemplo, la red de paradores nacionales. El ministro del ramo, cuyo nombre no
quiero recordar, nos ha revelado, para escarmiento de los que creen en lo
público, que los directivos disponían de coches de lujo, no sé cuantas tarjetas
(supongo que no de visita) y un yate. Así que, mejor que poner orden en el
supuesto despilfarro, lo que se plantea es vender los paradores. Normal. Puede
que los compre un honesto y austero empresario sólo preocupado por crear
trabajo, tipo Martín Ferrand, por ejemplo. Normal.
Lo que pasa es que a estas
alturas los calzoncillos no dan para mucho; tanto para obtener más como para en
el futuro gastar menos, lo que hay que hacer es profundizar y perseverar. Si no queda ropa vendamos
la piel, los huesos, las vísceras y todo lo que se cotice en el mercado. Que
nadie se alarme, estoy en plan metafórico. Me refiero a la educación, la
sanidad, lo que queda de las comunicaciones y el transporte, las pensiones,
etc. Los que saben de esto, que, casualmente, son los que ahora mandan porque
los hemos votado a la vista de tanto como sabían, están hartos de decirnos que
el Estado ni soporta esa carga ni sabe gestionarla bien. Así que, ¿por qué no?
Además, ¿a qué escandalizarse? ¿Acaso no hemos privatizado la hacienda manteniendo
en marcha el Estado prácticamente sólo con la deuda? Si extendiéramos el
ejemplo, “externalizando” la justicia y las fuerzas armadas podríamos prescindir
de un ejército de funcionarios, nunca mejor dicho. He leído a economistas que
abogan por la privatización de la moneda, lo que, según ellos, eliminaría las
devaluaciones, que, añaden, sólo era un medio de extracción ilícita de recursos
por parte del Estado a los particulares (en nuestro caso, si no privatizada sí
que está ya internacionalizada, que es parecido).
¡Cuánto camino por recorrer!
Se me ocurre que por este
procedimiento, al final, el Estado, absolutamente anoréxico, será innecesario amén
de inoperante y desaparecerá por sí solo, que era justamente el sueño que acariciaban
los marxistas y otros revolucionarios. ¡Los caminos del Señor son inescrutables!
La única diferencia es que en un caso los poderes del Estado habrían quedado
diluidos en las organizaciones ciudadanas y obreras, utopía de lo más hortera,
y en el otro en las corporaciones mercantiles, alternativa mucho más glamurosa ¿No?
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