Se suele achacar a la presencia asfixiante de la Inquisición
la falta de pensamiento científico y aún de pensamiento crítico en general en
la España de hace unos siglos. Pero tal idea tiene todo el aspecto de autojustificación
endeble o de mentira piadosa. Más bien, la anómala supervivencia del tribunal
del “Santo Oficio” en nuestro solar (hasta bien entrado el S. XIX) se podría
explicar por la falta o inconsistencia de un pensamiento racional generalizado
en las élites, para lo que, a su vez, habría que buscar condicionantes
socioeconómicos en nuestro peculiar devenir histórico. Sea como sea, lo cierto
es que mientras en otros rincones de Europa la Ilustración rompía con los
esquemas tradicionales de pensamiento, en nuestro país apenas si se intentaba
cierta lucha contra las supersticiones más burdas o se pretendía difundir la
enseñanza de algunas ciencias útiles. Todo eso sin poner jamás en cuestión los
fundamentos ideológicos (filosófico-religiosos) ni, por supuesto, políticosociales
del sistema. Un Voltaire o un barón de Holbach no hubieran tenido lugar entre
nosotros, no ya porque los poderes religioso-políticos los hubieran acallado, sino
porque ni siquiera hubieran nacido o prosperado en un caldo de cultivo tan poco
estimulante.
En una fecha tan temprana, para lo que vamos a ver, como
finales del XVII ejerció sus funciones de párroco en el lugar de Étrépigny en
las Ardenas francesas el clérigo llamado Jean Meslier. A su muerte,
ya en el XVIII, dejó escrito un libro que causaría asombro en su época por su
contenido revolucionario y lo sigue causando hoy por su contundencia y precocidad.
Su título original rezaba así:
Memoria de los pensamientos y sentimientos de Jean Meslier, cura de Étrépigny y
de Balaives, acerca de ciertos errores y falsedades en la guía y gobierno de
los hombres, donde se hallan demostraciones claras y evidentes de la vanidad y
falsedad de todas las divinidades y religiones que hay en el mundo, memoria que
debe ser entregada a sus parroquianos después de su muerte para que sirva de
testimonio de la verdad, tanto para ellos como para sus semejantes.
Retahíla que en las últimas
ediciones se ha resumido en: Memoria
contra la religión.
Lo que sorprende es la radicalidad de su pensamiento que
supera con mucho a los ilustrados que encajaron como pudieron su influjo
poderoso, como es el caso de los dos citados anteriormente. Voltaire, el gran
trasgresor, sólo se atrevió a publicar una antología seleccionada de la Memoria… evitando sus argumentos más
contundentes contra el sistema político y social y contra la religión y la
divinidad porque iban mucho más allá de lo que el innovador filósofo estaba
dispuesto a ir. De hecho Meslier ha merecido el calificativo de padre del
ateísmo (Onfray: Los ultras de las luces) porque ha
aportado un argumentario no superado en su riqueza y profundidad filosófica, en
un tiempo en que nadie osaba proclamarse ateo, mucho menos vinculando tales
ideas a otras socialmente disolventes.
En la Francia de Luis XIV, que le tocó vivir, no había
Inquisición, pero sin duda habría sido igualmente represaliado de haber publicado
su obra en vida; sin embargo, también es cierto que los ilustrados franceses de
la época pudieron conservar su texto y difundirlo ampliamente aunque no se
publicara. En eso radica la diferencia con otros ámbitos, como el nuestro, en
donde no habrían quedado ni las cenizas de tales papeles, suponiendo que
alguien los hubiese podido escribir.
El ateísmo, materialismo y racionalismo de que hace gala
impacta por lo madrugador (la obra fue escrita entre 1723/29) y por su
originalidad, dificultando la tarea de buscarle precedentes. Quizás sea
Espinoza el filósofo que fertilizó su pensamiento con más éxito, pero la
distancia que logró el discípulo fue inmensa. De hecho nos coloca de golpe en
la modernidad con un mensaje que tiene de revolución social y política tanto
como de desenmascaramiento de la prédica alienante de las iglesias,
especialmente la católica, desmontando desde la falacia de los enredos
dogmáticos hasta las supuestas pruebas que aportan los
milagros, aceptados por el pueblo a pies juntillas, aunque sólo fueran
réplicas de los de otros credos precedentes (paganismo), como muestra con
erudición en el fragmento del que ofrezco enlace. Instrumentos, unos y otros,
al servicio de la tiranía y la injusticia social. Lo sintetizaba con una
metáfora cruel pero que se hizo popular, por lo que ha sido atribuida a varios
personajes con diversas variaciones: «la humanidad sólo será feliz el día que
el último de los tiranos sea colgado con las tripas del último cura».
No sólo es el primer pensador decididamente ateo y
materialista sino que ya no se encontrará nada comparable hasta Feuerbach, Marx
y los filósofos del XX.
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