Matanza de la noche de S. Bartomé |
Uno puede pensar que
la radicalización islamista que está dando lugar a episodios de terrorismo en
Europa tiene una explicación relativamente simple. En el caso de los que
atentaron contra Charlie Hebdo eran emigrantes de segunda generación y de
nacionalidad francesa, lo que pone un punto de perplejidad en el observador.
Sin embargo podemos elucubrar sobre la marginación que vive en Francia (en
Europa) este sector, al que se unen los problemas de identidad en individuos
que se encuentran en la frontera entre la cultura de origen y la de acogida sin
que puedan identificarse plenamente con ninguna de las dos. Marginación y
problemas de identidad son factores importantes que quizás los empujen a una
ansiosa identificación con versiones integristas de su cultura originaria. Mucho
más si existe la percepción de una confrontación de civilizaciones que
arrancaría de la colonización y se habría perpetuado y agravado con la relación
desigual (de explotación) entre occidente y el resto del mundo. Poco importa que
esta visión arranque del espejismo simplificador con que se ha ocultado la
inhumanidad explotadora del capitalismo moderno, porque lo que aparece a simple
vista se nos antoja siempre incuestionable.
Siendo razonable y
seguramente bastante acertada, esta explicación no lo aclara todo ni muchísimo
menos. ¿Cómo explicar el genocidio terrorista emprendido por integristas en
Nigeria, en Sudán… etc., que no toca ni de lejos intereses occidentales? ¿O la
violencia criminal de grupos sunnitas contra el chiismo, o a la inversa, en Oriente
Medio? ¿Y las acciones en el sur de Asia? De hecho la mayor parte de las operaciones
del terrorismo islámico tienen como víctimas a otros musulmanes.
Así pues, habrá que tener en cuenta también el factor que todos
tenemos en la cabeza y que con frecuencia nos negamos a considerar con el débil argumento de que no todos los musulmanes son
fundamentalistas y mucho menos violentos o terroristas (faltaría más): la religión misma y sus contradicciones internas.
No debería ser necesario recordar que el cristianismo ha
derramado tanta sangre que a los pertenecientes a la civilización cristiana
(Occidente) nos incapacita para condenar a otros mientras no reconozcamos lo
nuestro. Por seguir con Francia, se me
ocurre traer a colación la matanza de la noche de San
Bartolomé (1572), al fin y al cabo sólo un episodio de las Guerras
de Religión que ensangrentaron Francia en el S. XVI. La guerra más terrible
que sufriera Europa, antes de las dos mundiales del S. XX, fue la de los Treinta
Años (1618/48), de origen religioso, que dejó asolada y hambrienta a
Alemania durante décadas. Por acercarnos a nuestro terreno, podríamos recordar
las hazañas de la Santa Inquisición o el genocidio americano, todo ello en
nombre de Dios y por la salvación de las almas; o quizás rememorar el genocidio
sobre los moriscos
de Granada que lideró el cardenal Cisneros en tiempos de los RR.CC. y que
remató Felipe III con la expulsión a principios del XVII. Y si queremos
detenernos en los judíos ahí tenemos los pogromos que desde la más temprana Edad
Media ‒en España desde los visigodos hasta la expulsión de 1492, con el remate de las purgas inquisitoriales sobre los conversos‒ diezmaron a los judíos de
Europa, con el colofón del holocausto nazi; de lo cual ahora se desquita el
sionismo integrista en Palestina con otro genocidio.
En todas estas acciones hay mezcladas pulsiones políticas,
racistas e intereses de todo tipo en proporciones cambiantes, pero eso no anula
la responsabilidad de la religión, cualquiera que sea, y de sus dirigentes,
cualesquiera que sean. Todas las religiones predican el amor y la paz, pero es
mejor que no toquen poder o controlen la conciencia de las masas porque las
palmas y ramos de olivo se transforman milagrosamente en hachas o kalashnikov.
Afortunadamente para nosotros (europeos) la Iglesia fue
desalojada paulatinamente del poder, separada del Estado, desde el XVIII, al
tiempo que las masas sufrían un proceso de laicización más o menos intenso
‒interrumpido por algún ridículo salto atrás como el ‘nacionalcatolicismo’
franquista que provocó que la Iglesia española declarara ‘cruzada’ el golpe militar y
fascista contra la II República‒. Quizás en el mundo musulmán se estén
produciendo ahora las tensiones que genera un proceso como el que experimentó Occidente
en los dos o tres últimos siglos y ese sea un factor más, puede que decisivo, en la agitación presente.
1 comentario:
Un gran artículo, que sabe tratar este delicado tema de una manera coherente.
Saludos
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