Estamos obsesionados con el crecimiento, me refiero al
crecimiento económico. Lo cuantificamos, lo desmenuzamos, lo analizamos, lo buscamos
revolviendo todo tipo de índices e indicadores y aunque no aparezca por ningún
lado no renunciamos a él y, en el peor de los casos, cuando no está, calificamos
la situación de crecimiento negativo.
Como pasa con cualquier uso de los tiempos, nos parece que siempre fue así, sin
embargo esta manía del crecimiento no nos acompañó históricamente, ni siquiera se
puede decir que es inherente al capitalismo. Antes de los sesenta del pasado
siglo no existía. Sin embargo a finales de la década ya había empezado a generar
inquietud hasta el punto de producir el famoso informe del Club de Roma que
proponía el “crecimiento 0” (1972). Inmediatamente después (1973) se desató la
primera crisis producida por el temor al agotamiento próximo de un recurso
fundamental: el petróleo, lo que no ocurrió ‒las reservas aumentaron y, más de
50 años después, el progreso tecnológico (fracking) y otros sucesos (deshielo
del Ártico) han permitido aplazar sine die tan fatídica predicción.
Así pues, la amenaza del petróleo se ha evaporado de momento
uniendo su destino al del clásico espantajo maltusiano del crecimiento de la
población. También pierde gravedad la advertencia de agotamiento de otros
recursos minerales ante, por ejemplo, los progresos en la creación de nuevos
materiales ¿Cómo detener la sensación de que el crecimiento ilimitado es
posible?
Desde el fracaso del informe del Club de Roma empezó a
elaborarse una alternativa posible: el crecimiento sostenible. Pero ¿qué
encierra este concepto aparte el deseo de no renunciar a lo que consideramos ya
un derecho y un punto inevitable en el programa de cualquier gobierno? Nos
parece que el crecimiento forma parte de los cimientos del sistema y que sin él
solo nos espera el más estrepitoso derrumbe, y es posible que así sea. Lo
inquietante es que con él también es altamente probable el cataclismo.
Sin duda es el capitalismo financiero, que tiene sus raíces en
la segunda mitad del pasado siglo, el que ha introducido la fiebre del crecimiento
en las empresas, en los gobiernos, en los individuos. Crecer es la consigna.
Fuera del crecimiento no hay vida. El endeudamiento masivo público y privado que
caracteriza nuestro tiempo ¿no tiene esta motivación? ¿No es el crecimiento de
la deuda sobre el de la producción lo que está generando las últimas crisis?
Como todo en esta vida, será pasajero. El propio sistema
acabará absorbiendo y neutralizando esta excrecencia mientras forma otra; pero,
el ciclo siempre será más largo que el de la vida humana, así que no veremos su
final. Por otra parte hay que considerar que sólo existe el sistema, la
oposición a él forma parte de un mecanismo interno de revisión que trabaja, se
quiera o no, para perpetuarlo. No espero, por tanto, la salvación por la
llegada de una alternativa radical, me pido, más bien, un descanso en el
crecimiento y aprovechar para repartir un poco lo ya crecido. ¿Sería mala idea?
1 comentario:
Esperemos que sea pasajero...un gran artículo !
Saludos
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