Hubo un tiempo en que lo moderno se recibía con desconfianza
y rechazo. Lo antiguo, lo tradicional se aceptaba, en cambio, porque lo
avalaban las generaciones anteriores respetadas como detentadoras de la
sabiduría y la experiencia. En nuestro tiempo ocurre al revés, lo moderno
arrasa sin paliativos. El problema es saber que es moderno y qué añejo, porque
nos pueden dar con facilidad gato por liebre.
Hace unas décadas las mujeres iraníes, sirias o iraquíes
usaban minifalda, las mismas que hoy se cubren con los ropones de tiempos de
Mahoma. Más cerca aún: en las puertas de las universidades turcas había un
cuarto tocador donde las alumnas que todavía usaban el tocado tradicional se lo
debían quitar o poner, según entraran o salieran, porque en el recinto universitario
estaba prohibido en honor de la modernidad. Hoy eso ya es historia. ¿Qué es lo
moderno para las mujeres musulmanas? Puesto que es la tendencia actual, será el
cubrirse con la minuciosidad de que sólo ellas son capaces. Pero alguien con
sentido crítico alegará que en realidad la actitud responde a un rechazo de la
modernidad. El fundamentalismo está de actualidad pero no por eso es moderno.
Por lo mismo el nacionalismo está de actualidad pero no es
moderno.
Convivimos con una creciente ola de movimientos que rechazan
la medicina científica, los transgénicos, las vacunas, la globalización… son
movimientos actuales, se dan en nuestro tiempo, pero su sentido es rechazar la
modernidad plasmada en los avances científicos, técnicos, sociales… de hoy.
Existe un cierto
izquierdismo muy dado a confundir el culo con las témporas, que, por combatir
el monopolio de ciertas transnacionales y el mercantilismo creciente han
decidido rechazar la manipulación genética, uno de los logros más trascendentes
para la salud y para la erradicación de la pobreza y el hambre; por repudiar la
gestión capitalista de la industria farmacéutica optan por rehusar las vacunas y
despreciar la farmacopea científica; o porque les repugna el dominio del neoliberalismo
en ciertas instituciones internacionales abominan de la globalización. Son
contemporáneos, pero tan viejos y casposos como las admoniciones de Catón a los
romanos, acusándolos de dejarse llevar por la modernidad y degenerar los usos tradicionales,
allá por el siglo III a. de C.
Aquí, en casa, muchos izquierdistas e izquierdismos emergentes se han fogueado en este tipo de activismo y, recientemente, se han pasado al nacionalismo donde han visto más futuro. Son los que han inventado o se han identificado con eso que llaman independentismo no nacionalista. Resucitando el decimonónico espantajo del Estado como instrumento de explotación e ignorando su transformación democrática y sus valores actuales han decidido que es posible su destrucción por la vía del secesionismo. Todo ello mezclado con emociones nacionalistas que bullen en el fondo de sus conciencias, por mucho que traten de ocultárnoslas y ocultárselas porque ellos mismos las consideran vergonzantes.
Unidos a los nacionalismos tradicionales han formado un
ejército de zombis, cubiertos con andrajos a la moda, pero viejos, viejos…
difusores de ranciedumbre, como cuadra a su condición.
1 comentario:
Realmente agudo...
Saludos
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