La rutina del turno nos había ocultado otra disfunción
constitucional que acaba de saltar a la palestra tan pronto se ha descompuesto
el paso a dos habitual. En las constituciones similares y próximas a la nuestra
la designación por el jefe del estado de un candidato no obliga a éste a
presentarse ante el parlamento hasta que haya logrado apoyos suficientes; si no
los consigue renuncia. En la nuestra la designación obliga a presentarse y a
que empiecen a correr plazos, convirtiendo el rechazo de la cámara en la
escenificación de un fracaso. Es lo que ha intentado evitar Rajoy con su
espantada. Naturalmente Pedro Sánchez podría hacer igual, con lo que entraríamos en un bucle idiota. Quizás los padres de la constitución
(putativos y biológicos, por si no fueran los mismos) estaban tan obsesionados
con el turno que ni siquiera contemplaron la posibilidad de que se podía desarticular
alguna vez y, entonces, con este texto habría dificultades. Una razón más para
la reforma.
25 ene 2016
18 ene 2016
El Estado contra Sócrates
7 ene 2016
Una ficción necesaria
Con frecuencia he señalado que “la nación” o “el pueblo” son
ficciones y he denunciado el abuso que se hace de ellas con
habitual desparpajo y sin justificación suficiente. Sin embargo es preciso
decir a continuación que son ficciones, a lo que se ve, necesarias para
sustentar el entramado jurídico constitucional preciso para armar una
democracia. Si echamos un vistazo a las constituciones españolas desde 1812 a
1978 veremos que todas las que presentan una orientación progresista: 1812,
1837, 1869, 1931, 1978, residencian el poder, la soberanía, en la nación o el
pueblo españoles. En realidad ese es el primer dato que se considera para
homologarlas como democráticas.
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