La rutina del turno nos había ocultado otra disfunción
constitucional que acaba de saltar a la palestra tan pronto se ha descompuesto
el paso a dos habitual. En las constituciones similares y próximas a la nuestra
la designación por el jefe del estado de un candidato no obliga a éste a
presentarse ante el parlamento hasta que haya logrado apoyos suficientes; si no
los consigue renuncia. En la nuestra la designación obliga a presentarse y a
que empiecen a correr plazos, convirtiendo el rechazo de la cámara en la
escenificación de un fracaso. Es lo que ha intentado evitar Rajoy con su
espantada. Naturalmente Pedro Sánchez podría hacer igual, con lo que entraríamos en un bucle idiota. Quizás los padres de la constitución
(putativos y biológicos, por si no fueran los mismos) estaban tan obsesionados
con el turno que ni siquiera contemplaron la posibilidad de que se podía desarticular
alguna vez y, entonces, con este texto habría dificultades. Una razón más para
la reforma.
Aparte los fallos en la estructura constitucional, los tres partidos más votados han demostrado
mucho más interés por los juegos tácticos que puedan dañar a los oponentes que
por encontrar una solución práctica y pronta al problema planteado por el
resultado electoral. Sin embargo los maquiavelismos y las performances de vena populista parecen tener con mucho la
preferencia de los que toman las decisiones en los grupos en liza.
En todo el proceso causa asombro la inmovilidad de Rajoy,
que nunca acabamos de saber si obedece a una táctica o a una incapacidad
psicológica para el movimiento. La última decisión, que consiste, una vez más,
en no hacer nada, cuando parecía que era su deber moverse en la dirección
marcada, ha descolocado a todo el mundo, especialmente al PSOE que se ve ahora
en la posición que tenía el PP, la posibilidad de presentarse al parlamento
escenificando un fracaso, réplica penosa del fiasco electoral.
De manera inevitable todo el peso parece recaer sobre Pedro
Sánchez que debe elegir si inclinarse a la derecha o a la izquierda, con la
seguridad de que cualquiera que sea la elección será mala: a la derecha porque deja el liderazgo de la
izquierda a Podemos; a la izquierda porque el problema envenenado de las
nacionalidades, que no resolverá, caerá sobre su cabeza, también porque el
populismo y la falta de consistencia de la formación de Iglesias puede ser una
ciénaga de la que sea problemático salir. Hay que agregar que la reforma constitucional, tan necesaria, suponiendo que en esa posible coalición de gobierno se
diera un consenso mínimo, sería inviable porque la derecha tiene la minoría de bloqueo
necesaria para frenarla y es impensable su consentimiento en tales
circunstancias.
Iba a escribir que esta carga sobre el líder socialista es
injusta, pero no lo es. Los socialistas han aplicado sistemáticamente desde que
tocaran poder una política económica de derechas, matizada con toques
progresistas en el ámbito de los derechos. Con esos elementos se ha venido
definiendo como partido de izquierdas o de centro según les convenía,
utilizando las armas que ponía en su mano, con fines exclusivistas en la
izquierda, un sistema electoral implacable con las minorías, que ni ellos ni el
PP quisieron nunca reformar. Pero la ambigüedad y la prepotencia tienen un coste.
El resurgir de la izquierda, fuera de sus muros, tras la crisis, ha sido una
consecuencia inevitable porque un sector cada vez más numeroso no se siente
representado por ellos; ha arrollado instrumentos políticos anquilosados (IU) y
se ha dotado de nuevos elementos ideológicos (populismo). Creo que el PSOE no
está en condiciones de trabajar con ellos. Quizás necesite, por fin, redefinir
su espacio.
La crisis política no es sólo constitucional sino también de
los partidos. Cuando salgamos de ella estaremos en otro país, como nos vimos en
otro país tras la muerte del dictador.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo...
Saludos
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