Con frecuencia he señalado que “la nación” o “el pueblo” son
ficciones y he denunciado el abuso que se hace de ellas con
habitual desparpajo y sin justificación suficiente. Sin embargo es preciso
decir a continuación que son ficciones, a lo que se ve, necesarias para
sustentar el entramado jurídico constitucional preciso para armar una
democracia. Si echamos un vistazo a las constituciones españolas desde 1812 a
1978 veremos que todas las que presentan una orientación progresista: 1812,
1837, 1869, 1931, 1978, residencian el poder, la soberanía, en la nación o el
pueblo españoles. En realidad ese es el primer dato que se considera para
homologarlas como democráticas.
Dice Pérez Royo(1) que la unificación de las dos alemanias
tras la caída del muro fue posible sin ninguna oposición interna o externa porque
nadie puso en duda la existencia de una “nación alemana” (ficción necesaria para la residenciación del poder que, a su vez, es condición para la construcción del Estado democrático); sin embargo, la
descomposición de Yugoslavia fue incontenible porque nadie creía en la
existencia de una “nación yugoeslava”, sino de varios “pueblos” que habían sido
reunidos más o menos forzadamente y en unas circunstancias, que en los años
noventa habían periclitado.
Pero ¿existe (o tienen los españoles conciencia de su existencia) una nación española comprensiva de todos los
territorios que forman el Estado?
Es obvio que la constitución vigente fue elaborada en esa
creencia y eso hace que sea imposible desde ella un referéndum de
autodeterminación (sin eufemismos) de ningún territorio, cualquiera que sea su
pasado histórico. Texas, que fue en su origen una república independiente y que
recoge en su constitución ese derecho, recibió en 2013 a preguntas de algunos
ciudadanos (125. 746 firmas) una rotunda contestación negativa de la Casa
Blanca sobre la posibilidad de una separación(2). En los años 60 del XIX el
intento de secesión de los estados del sur que consideraron que la soberanía
residía en el pueblo de cada Estado y no en el de la Unión fue contestada tajantemente
en la guerra más cruel del siglo. La tesis triunfadora se basaba en la
existencia de una nación norteamericana, por supuesto indivisible. Hoy, pese a
esa pregunta de numerosos tejanos, y a otras idénticas de algunos otros estados
sureños, existe un consenso básico sobre la existencia de una nación.
Si fuera cierto que en España no tenemos hoy ese consenso tendríamos
un problema porque la Constitución sería
papel mojado y mantenerla por la fuerza una actitud irresponsable. Nos encontraríamos
con la paradoja de que la consulta es imposible pero la única solución sería
celebrarla.
Alejarnos en lo posible de los
ejemplos anteriores más negativos requeriría inteligencia, imaginación,
capacidad de dialogo y altas dosis de generosidad. Quizás la presión por la
difícil situación política que vivimos libere algo de eso tan necesario. Hoy no parece atisbarse gran cosa en el horizonte político, ni en las cúpulas de los
partidos ni al nivel de la calle. Sólo cabe desear que por algún procedimiento, que aún no se vislumbra encontremos el modo de que las ficciones jurídicas, políticas o
culturales, por necesarias que sean, no ahoguen un futuro aceptable y
razonable.
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(1)J. Pérez Royo, La reforma constitucional inviable. Ed.
Catarata. Madrid, 2015.
1 comentario:
Ciertamente no se atisba...
Saludos
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