Cuando amenazaba una tormenta era común invocar a Sta.
Bárbara, que además de ese fenómeno meteorológico patronea a los dinamiteros, a
los mineros y a los artilleros. Todo muy ruidoso. Y es que la santa, virgen y
mártir, como no, fue decapitada según cuentan los hagiógrafos por su propio
padre, que todavía con la espada en la mano cayó fulminado por un rayo. Una
espectacular manera de irse de este mundo, pero así y todo, nuestra persistente
futilidad nos lleva a olvidar el suceso y acordarnos tan sólo cuando atruena
alrededor. Así lo registra el refranero: no nos acordamos de Sta. Bárbara hasta
que truena. En política también.
Sta. Bárbara aparte, pese a las advertencias sobre las
catástrofes que nos amenazan si persistimos en no dotarnos de un gobierno las
cosas marchan. De hecho las cifras macroeconómicas, tan sensibles ellas, se
están comportando mucho mejor que cuando el último gobierno en ejercicio nos
protegía de todo mal. No es un fenómeno insólito, lo mismo hemos visto no hace
mucho en Bélgica y tiempo atrás en la Francia de la IV República o la Italia
anterior a la tangentópoli.
Seguramente el poder político es en buena medida ficción. Está ya tan diluido
en el entramado de la administración, la tupida red de la normativa jurídica, las
cesiones de soberanía a instituciones supranacionales y la trasferencia de
competencias a entidades regionales —amén de otros poderes soberanos que
pululan en los mercados— que la falta de titulares en el ejecutivo apenas si
afecta a la vida normal de la ciudadanía. De hecho el gobierno de Rajoy ha
tenido una fuerte tendencia a dejar de hacer política en beneficio de la
administración de justicia, por ejemplo, en el caso del secesionismo catalán.
Quizás en un ensayo o entrenamiento para su etapa en funciones, que parece ser
lo que más le llena.
A propósito de Cataluña, de todos los males que nos aquejan
la radicalización y expansión del nacionalismo catalán se me antoja el más
grave con mucho. Un fenómeno para el que sí que se requiere enfrentarle un ejecutivo solido, capaz e imaginativo. Puede ser que en los últimos meses la fiebre secesionista haya
decaído un tanto, pero no para que podamos respirar con tranquilidad, ni mucho
menos. En cambio pareciera que el asunto no tiene entidad para mover a los
políticos a un acuerdo, ni tampoco a la opinión pública, que castiga sin piedad
a los que pactan, como se ha visto en la repetición de los comicios. Entre
tanto los secesionistas siguen pacientemente colocando piedras en el muro de
separación, del que ya echaron los cimientos ante la mirada impasible de Rajoy, convencido de que basta y sobra con la administración de justicia.
En cualquier momento puede producirse un salto cualitativo
en Barcelona, impulsado por la huida hacia adelante en la que está empeñado el
nacionalismo. Ese será el trueno que nos hará despertar, recordar a Sta. Bárbara y formar por fin un
gobierno. Entonces ya será tarde porque aunque se frenara el proceso habrían crecido las frustraciones y los agravios, que han sido su alimento estos años. El rayo
lo habrá precedido y lo único a nuestro alcance para entonces será rezar a la
santa para que los destrozos no hayan sido irreparables ¿Nadie despertará antes?
1 comentario:
Muy bueno...
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