21 nov 2020

Checks and Balance


El político británico de finales del XIX John Dalberg-Acton, colaborador del premier liberal Gladstone, debe su fama más que a su actividad política al hecho de ser autor del aforismo: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». Pero lord Acton no descubría nada nuevo a las puertas del siglo XX, sino que más bien acertó a expresar con concisión y precisión un saber decantado desde antiguo. Basta con recordar a Pólibio, historiador griego, que hace nada menos que 2200 años alababa en su Historia Universal el sistema de equilibrios de poder que la República Romana había sabido crear para entonces,  freno eficaz frente al despotismo; a John Locke y Montesquieu que con el intervalo de medio siglo (XVII/XVIII respectivamente) y la separación del Canal definieron y elaboraron toda una teoría de la división de poderes para la buena gobernanza del Estado y la seguridad de los ciudadanos; o la materialización de las tesis del último de ellos en el checks and balances (controles y contrapesos) que estableció la constitución americana y la práctica política que deriva de ella. De ahí que, permitidme la digresión, confiemos en que el queda despedido que los votantes pronunciaron contra Trump se cumplirá pese a las bravatas que le resten por lanzar y las artimañas que pueda tejer en sus últimos días de mandato.

Pero las enseñanzas que se derivan de estas doctrinas no deben aplicarse sólo en el núcleo del Estado sino que también son exigibles en cualesquiera instituciones periféricas que lo compongan. Me refiero concretamente a los partidos, sus estatutos y su práctica habitual. La legislación que los regula exige que sean democráticos, pero el concepto se aplica aquí con laxitud e ingenuidad, por decirlo de forma benévola, de modo que alcanzan el placet legal con celebrar consultas periódicas directas o indirectas (no siempre) para elegir a sus dirigentes, aprobar sus estatutos y programas y disponer de algún sistema de garantías. La práctica cotidiana nos ofrece sin embargo el espectáculo de superlíderes que manejan a su antojo la institución que representan convirtiéndola en plataforma para su interés personal o de grupo, perdiendo la perspectiva de que su poder sólo se justifica en el bien colectivo de la ciudadanía y del Estado.

Así pues, tenemos líderes que, movidos sólo por mantener o ampliar su poder, han permitido, favorecido o aprovechado personalmente la venalidad hasta el límite de dar a su partido perfiles de organización para delinquir. Otros que no han tenido empacho en recurrir a artimañas populistas, utilizando la elección directa, para deslegitimar y liquidar órganos y prácticas de control y contrapeso internos, a veces seculares, convirtiendo al partido en un club de fans para mayor gloria del líder. Los hay que deslumbrados por un éxito coyuntural han embarcado a sus camaradas en un viaje alucinante por rutas imprevistas hasta acabar en un naufragio catastrófico o quien, aprovechando un momento crítico, ha lanzado un proyecto de diseño colando con relumbrones de novedad un constructo viejo, dogmático y rancio. El paisaje es variopinto pero siempre construido sobre los mismos materiales de la hipertrofia del poder.

Pero si los partidos son así, el acicate por moldear el Estado y la política en general a su imagen y semejanza es irresistible, de hecho los líderes de los partidos convertidos en líderes del Estado tienden a confundir ambos terrenos. Y ¿No conocemos los daños que de ese fenómeno se derivan?

Más controles y más eficaces, más contrapesos, división de poderes, pero también dentro de los partidos. ¿Qué tal si para empezar declaráramos incompatibilidad entre la dirección de los partidos y el ejercicio de cargos ejecutivos en el Estado, incluida la jefatura del gobierno. EE.UU.  funciona así, también el PNV en España y no con malos resultados precisamente. ¿No evitaríamos mucho del cesarismo ridículo que nos avergüenza y también nos amenaza? ¿No tendríamos partidos más estables, eficientes y menos desprestigiados? ¿No sería un freno a la corrupción porque frenaría la hipertrofia del poder?


13 nov 2020

Los puentes



Buda y Pest fueron durante siglos dos ciudades separadas por el Danubio, en alguna ocasión pertenecientes a entidades políticas distintas, hasta que en 1873 se construyera el primer puente permanente (Széchenyi o Puente de las Cadenas), desde entonces las dos ciudades se fusionaron y pasaron a ser el Budapest que hoy conocemos. Es lo que tienen los puentes, sirven para unir; sin embargo, hay quien se empeña en dinamitarlos porque los perciben como una amenaza.

Es la pulsión de la tribu (¡Viva el Betis manque pierda!). Y por eso la política, que se ha convertido en el espejo de la risa de la vida normal, nos regala con espectáculos surrealistas como el que nos ofreció el Congreso en el debate de los presupuestos. Bendito sea. 

Un sector del gobierno (dejo a la astucia del lector, si lo hubiere, la tarea de identificarlo) hizo esfuerzos sobrehumanos por alejar de la tentación de votar sí a un sector de la oposición proclive al acuerdo ¿Quién quiere adversarios políticos con horribles inclinaciones al entendimiento? Donde se ponga un enemigo malencarado que se quiten las oposiciones dialogantes ¿Cómo si no justificar las políticas excluyentes salidas de una minoría radical como necesaria política de gobierno? Pero además, no son de la tribu y no hay que dar explicaciones sino volar el puente. Mientras, el otro sector del gobierno o callaba para que no le diera la risa o se daba a una cortesía hueca con palabritas de las que se lleva un soplo.
 
Malos tiempos para los puentes, es la hora de las iglesias y los rufianes. O sea, de rancios dogmas disruptivos y del engaño como sistema… y de aquello de «Pedro, sobre esta piedra edificaré mi iglesia». Palabra de Dios.

1 nov 2020

...Y Carmena

 

Dorothea Tanning: Eine kleine nachtmusik

Sólo un par de días después de que publicara mi post Los griegos, las repúblicas urbanas y el CGPJ apareció en El País una tribuna firmada por Manuela Carmena, No lo sigamos haciendo así, en la que coincide conmigo en el diagnóstico pero no en la solución.

Ciertamente resulta escandaloso que los partidos (PSOE, PP) hablen sin cortarse un pelo del “reparto” que ha quedado bloqueado, culpándose mutuamente, pero sin plantearse en ningún momento devolver a las Cortes la misión que les corresponde constitucionalmente de elegir a los miembros del CGPJ. Piensan, visualizan al Congreso y al Senado como instrumentos para sus equívocos fines pero de ningún modo como protagonistas de ese cometido. Por nuestra parte, en lugar de lamentar que el ominoso “reparto” esté empantanado deberíamos alarmarnos por la prepotencia de los partidos que han convertido semejante “apaño” en normal. A eso me refería cuando en mi post anterior decía que habían hecho presa en la justicia, en ese afán imparable por llevar agua a su molino.

La democracia es un sistema delicado que no se sostiene sólo porque haya una constitución que fragmente el poder, establezca unos equilibrios, formule principios y decrete normas de funcionamiento, sobre el papel, naturalmente, se necesita además una masa crítica ciudadana imbuida de fe democrática, que existe, o eso quiero creer, y unos partidos que antepongan la salud del sistema sobre el afán de consolidar e incrementar el poder de su propia organización. Y, lamentablemente, eso no existe.

Me he referido antes al PP y PSOE como principales hacedores del despropósito pero ahí está UP calladitos (o calladitas si respetamos la concordancia) en el gobierno sin que hayan dicho esta boca es mía salvo para increpar a la derecha, o sea entrando con convicción en el juego. Por supuesto los nacionalistas andarán bajo la mesa, cuando la haya, amenazando los tobillos de los negociadores hasta que cojan alguna pieza que caiga.

¿Cuál es la solución que propone Carmena? Que hagan un buen examen de conciencia, un sincero propósito de la enmienda y sean buenos de una vez por todas, porque la ley en vigor no habla de repartos sino de elección y es buena hasta rabiar. Es una conclusión que eleva el espíritu a cualquiera, suponiendo que eso exista. Pero ya los griegos, como decía en mi post, recelaban de las buenas intenciones y de los partidos, todo hay que decirlo, y por eso introdujeron el sorteo. No digo yo que haya que prescindir de los partidos para todo, pero sí cortarles las uñas, apartarlos de aquello en que patinaron, como es el caso, y mandarlos al rincón de pensar.

La verdad, no sé cómo podría hacerse, pero haya o no acuerdo en el reparto de ahora sería muy eficaz y provechoso pensar en mañana porque el afán por magnificar el interés propio es imparable y cada día se dispara desde la cota alcanzada el anterior. El daño que se puede causar por esta querencia es observable en el seno de los propios partidos ya que el asunto se presenta con estructura fractal, para más inri; así, aplicando la lupa véase como los líderes del PP han llevado a su organización a los bordes del vertedero por la pasta y el figurar, que tanto mola; cómo Sánchez ha vaciado a su partido de sustancia, probablemente irrecuperable, apoyándose en los votos de los militantes en una treta populista muy fashion; cómo los que manejan UP que se cuentan con los dedos de una mano y sobran tres trituran a la izquierda alternativa, a la que se supone que apadrinan, en variopintas maniobras del más depurado corte leninista; cómo Rivera asestó a los suyos un mazazo mortal por haber desarrollado una ridícula y arrolladora ambición personal que desbordaba sus capacidades…

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