La lucha por el conocimiento, el desarrollo de la ciencia, es un caminar épico que emociona. Cuenta con sus héroes, a veces ensalzados, otras sacrificados, pero siempre debatiéndose en las contradicciones propias de su tiempo y de su cultura, como ocurre con todos los seres humanos. Los enemigos son siempre los prejuicios heredados, las opiniones dominantes en el momento, las teorías establecidas que se consideran definitivas, la superstición. Enemigos que están fuera, en el mundo que rodea al pensador, pero también dentro de él, convirtiendo a veces la lucha en un debatirse con la propia conciencia.
Uno de los episodios que llaman mi atención con mayor intensidad en la historia del pensamiento científico es la formulación de las leyes que rigen el movimiento de los astros por Kepler[1]. Puede parecer a primera vista importante para la astronomía, pero no un hito de la ciencia; sin embargo no es así, marca uno de los momentos decisivos en que la observación empírica se despega y se impone sobre la simple especulación racional heredera de Platón –que, dicho sea entre paréntesis, ha sido uno de los más serios obstáculos para el avance científico y un gran retroceso sobre la filosofía de la naturaleza que se había iniciado en la Grecia antigua– y, por supuesto, de las conclusiones derivadas de las Sagradas Escrituras, es decir, la superstición y el mito.
Contemporáneo de Galileo, Kepler pudo trabajar con mayor libertad en territorio de la Reforma sin verse, como aquel, compelido a renunciar a sus experimentos y observaciones o a renegar de sus descubrimientos. Asumió la teoría heliocéntrica que había formulado Copérnico[2] un siglo antes y trabajó con denuedo intentando encontrar las leyes que rigen el movimiento de los planetas en torno al Sol.
Trabajando como matemático en Graz e imbuido de las ideas platónicas y de sus creencias religiosas trató de conciliarlas con sus observaciones directas a fin de completar el sistema copernicano. Por una parte compartía la idea mística de la perfección de los poliedros regulares (sólidos platónicos o pitagóricos)[3]; por otra, la fe en que la presencia y perfección de Dios habría de manifestarse en la armonía geométrica del Universo. En su primera obra, Misterium Cosmographicum (1597) expuso la idea, de inspiración platónica, según la cual las órbitas de los planetas encajaban en las formas de los poliedros regulares, lo cual no podía ser obra del azar, sino manifestación de la perfección divina, la obra de un Dios geómetra. Llegó a construir una especie de caja china con los sólidos perfectos que contenían las órbitas planetarias (2ª imagen): una esfera que contiene a la órbita de Mercurio encajaba dentro de un octaedro, éste dentro de la superficie esférica que contiene a la órbita de Venus, ésta dentro de un icosaedro y así hasta el cubo dentro de la superficie esférica que contiene a la órbita de Saturno; en el centro, el Sol, metáfora de Dios.
Simultáneamente dedicaba todo su tiempo a los cálculos mediante la observación; sin embargo sus datos, obtenidos del cuidadoso examen del movimiento aparente de los planetas no encajaban con las esferas, que debían ser sus órbitas, y los sólidos perfectos. Es entonces cuando marcha a Praga llamado por Tycho Brahe, que cuenta con datos mejores que los suyos. Cuando por fin pudo contar con toda la información necesaria (a la muerte de T. Brahe), después de muchos años de haber comenzado su trabajo, llegó a la conclusión de que las órbitas planetarias no eran circulares. Su idea primitiva se derrumbó; pero aceptó la realidad que le dictaba la observación directa y acabó describiendo las órbitas elípticas, la situación del Sol en uno de los focos de la elipse y formulando las tres leyes que le valieron un puesto en la ciencia astronómica.
Platón, Aristóteles, Pitágoras, despreciaron la observación directa; la experimentación requería de la actividad manual, siempre despreciada en un mundo esclavista; por otra parte, nunca la habrían tenido en cuenta si sus resultados hubieran contradicho las perfectas arquitecturas de su pensamiento, que, según creían, estaba construido con principios más elevados. La Iglesia, por acciones similares a las de Kepler, empujó a Galileo al borde de la hoguera y le obligó a retractarse de sus conclusiones, negándose a aceptar la evidencia que podía contradecir aquello que se deducía del mito sagrado. Kepler había construido su teoría impulsado por las mismas creencias, pero supo dar paso finalmente a los resultados de la experimentación marcando un hito en la construcción de la ciencia y el pensamiento modernos.
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[1] Johannes Kepler. 1571- 1630
[2] Nicolás Copérnico 1473- 1543. En realidad quien primeramente formuló la teoría de que la Tierra giraba en torno al sol había sido Aristarco de Samos en el S. III a. de C., obse rvación que cayó en el olvido durante siglos, como otros tantos hallazgos de la ciencia antigua, barridos primero por el idealismo y el racionalismo especulativos y después por la superstición religiosa.
[3] Los sólidos perfectos o platónicos son los únicos cinco poliedros cuyas caras son polígonos regulares: tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro.
[1] Johannes Kepler. 1571- 1630
[2] Nicolás Copérnico 1473- 1543. En realidad quien primeramente formuló la teoría de que la Tierra giraba en torno al sol había sido Aristarco de Samos en el S. III a. de C., obse rvación que cayó en el olvido durante siglos, como otros tantos hallazgos de la ciencia antigua, barridos primero por el idealismo y el racionalismo especulativos y después por la superstición religiosa.
[3] Los sólidos perfectos o platónicos son los únicos cinco poliedros cuyas caras son polígonos regulares: tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro.