El asunto de los aniversarios no es mi fuerte, se me pasan todos. Hace un par de meses fue el Día de la Tierra y me enteré hoy; afortunadamente el Planeta no sólo tiene un día sino que además le han concedido un año entero y ese es éste en el que estamos. Bien, pues acogiéndome a la celebración tocaré una cuestión que está levantando una gran polvareda: los biocombustibles.
No soy un experto en el tema, ni muchísimo menos, pero observo con escándalo que hay otros más ignorantes que pontifican a favor o en contra con argumentos a todas luces falaces. Yo sólo haré alguna reflexión con la modestia que me impone el desconocimiento del problema.
Ha surgido el recurso a utilizar la biomasa para producir etanol o biodiesel susceptibles de ser utilizados como combustible por dos imperativos: el primero, la liberación de CO2 –aparte otras sustancias–, responsable principal del efecto invernadero, con el consumo de combustibles fósiles; en segundo lugar, en países con dificultades económicas, para liberarse de la factura del petróleo (Brasil), aunque luego se haya extendido a otros más poderosos (USA).
He leído argumentos en contra de la utilización de biocombustibles alegando que su utilización produce casi tanto CO2 como el petróleo, el gas o el carbón. Esto es cierto pero la cuestión es otra: el dióxido de carbono que genera ya lo había absorbido la planta de la atmósfera previamente, de manera que forma parte del ciclo natural, no rompe equilibrio alguno; los hidrocarburos y el carbón son fósiles, es decir, se produjeron a partir de la biomasa hace mucho tiempo –en el carbonífero hace 300 millones de años–, cuando el CO2 era mucho más abundante que ahora en la atmósfera; liberarlo de golpe con la combustión de miles de millones de toneladas anuales de carburantes supone romper por completo el equilibrio a que había llegado la naturaleza. Eso es lo que estamos haciendo en este momento.
El gran problema que ha empezado últimamente a ponerse de manifiesto es el efecto que está teniendo o puede tener sobre el precio de los alimentos básicos y la pobreza en el mundo. Cuando se empezó a hablar de biocombustibles se pensó que, aparte los efectos benéficos sobre la contaminación, se podía esperar una reactivación del sector agrícola y una fuente de ingresos para los países subdesarrollados. No era un pensamiento incorrecto, aunque sí ingenuo, porque el capitalismo acabaría por meter la garra y desviar los beneficios, no hacia los pobres o los sectores deprimidos, sino hacía los grandes inversores y los poderes financieros de siempre. Lo que está ocurriendo, según parece, es que: 1. en países ricos (USA) se subvenciona el cultivo de cereal para biocombustibles, desviándolo del mercado tradicional de la alimentación y elevando su precio; 2. en todas partes se están dedicando buenas tierras de cultivo a este menester, bajo la financiación de multinacionales, restándolas a la producción de alimentos, con la consiguiente subida de precios de éstos; 3. en Brasil se está roturando la selva para producir caña –de la que se obtiene etanol– disminuyendo precisamente la capacidad de absorción de anhídrido carbónico, que constituye el gran valor ecológico de la Amazonía; 4. los bosques de Asia e Insulindia sufren un proceso similar con la caña o el aceite de palma.
En el capitalismo la empresa tiene un objetivo que es prioritario, le va en ello su subsistencia: el máximo beneficio. Si los poderes del Estado, o de los organismos supranacionales, no priorizan otros valores mediante la legislación adecuada y la planificación precisa, la ley del beneficio “corromperá” cualquier progreso, convirtiéndolo en fuente de ingresos para los inversores, que, como es natural, no son los pobres de este mundo.
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