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Al comenzar los setenta el informe sobre Los límites del crecimiento, elaborado por el MIT a instancias del Club de Roma, que sembró la alarma sobre la perdurabilidad de la abundancia energética, la situación internacional –conflicto arabo-israelí–, y las mutaciones en el sistema monetario internacional, provocaron la reacción de los países de la OPEP y la primera espectacular subida del precio del petróleo en su historia, generando a su vez una de las grandes crisis del capitalismo industrial. Una nueva elevación, segunda crisis energética, en 1981 –guerra irano-irakí –, superó con creces los precios del 73, pero ya el sistema había asumido la situación: se había desarrollado la energía nuclear y había nuevas reservas por explotar. En las dos décadas siguientes el precio bajó de nuevo y se mantuvo entre los 30 y los 40 $, con altibajos que generaban las crisis regionales y las reacciones de la OPEP, preocupada ahora sobre todo por mantener la estabilidad. A la par se desencadenó el desprestigio de la energía nuclear (Chernobil), ya no era imprescindible.
La actual tribulación, originada en el laberíntico entramado financiero del capitalismo global, empieza ya a manifestarse también como una crisis energética: el petróleo después de superar los 50 $ en el 2004, los 70 $ en el 2007, se situó en los 142 $ en junio de 2008. No hay precedentes de una escalada así. Naturalmente, pese a los esfuerzos realizados últimamente por la diversificación y por la eficiencia en el uso energético, se están empezando a manifestar síntomas de alarma y efectos más que perniciosos en muchos sectores. Al freno en la actividad que había producido la falta de liquidez y de confianza en las instituciones de crédito se suma ahora el problema del precio astronómico del petróleo.
Es el miedo a que escasee en el futuro y el afán por hacer negocio con un valor inestable (especulación) lo que está disparando el precio. Es cierto que aumenta el consumo por el despegue de países como China e India, pero es mayor el esfuerzo por acaparar la mayor cantidad posible a precios que se suponen inferiores a los de dentro de unos meses. Precios tan altos están haciendo rentable la extracción en zonas hasta ahora inalcanzables: en el Círculo Polar Ártico se ha desatado una lucha por controlar el fondo marino, al parecer preñado de hidrocarburos, ahora que se deshiela por el cambio climático, proceso que con toda probabilidad ha sido causado por quemar hidrocarburos masivamente. Bonita contradicción.
Con este panorama vuelven a levantar cabeza los defensores de la energía nuclear, a la vista de que las energías renovables y los biocombustibles no podrán nunca, por sus limitaciones y otros efectos no deseables, sustituir plenamente a los combustibles fósiles. Cierto que en estos años de tregua la fusión nuclear no ha podido ser dominada, pero los reactores de fisión tradicionales se han perfeccionado considerablemente, llegando a utilizar parte de los residuos que generaban antes y trabajando con mayor eficiencia y seguridad. Ayuda a este renacimiento, aparte el desquiciamiento económico atribuible al petróleo, el incontrovertible daño al medioambiente por las emisiones de CO2.
No parece dudoso que en las próximas dos o tres décadas se vaya a producir una transformación importante en el estilo de vida como consecuencia del cambio de paradigma energético, imposible ya de detener.
Desde la Segunda Guerra Mundial la economía industrial vivió en el occidente desarrollado y en Japón una época de esplendoroso crecimiento. Se vio favorecida por el uso progresivo de una fuente energética que sustituía con ventaja al carbón y que por su abundancia y relativamente fácil extracción mantenía unos precios más que razonables, el petróleo. EE.UU. y la U.R.S.S. eran dos grandes potencias productoras y, naturalmente, los yacimientos que se encontraban en países del Tercer Mundo eran explotados por empresas multinacionales de capital americano o europeo. Un paraíso en lo que a abastecimiento energético se refiere. Los precios del crudo se habían mantenido desde 1950 a 1973 por debajo de los 20 $ (dólares de 2007, 5 nominales), e incluso en la década de los sesenta bajaba lenta y continuadamente.
Al comenzar los setenta el informe sobre Los límites del crecimiento, elaborado por el MIT a instancias del Club de Roma, que sembró la alarma sobre la perdurabilidad de la abundancia energética, la situación internacional –conflicto arabo-israelí–, y las mutaciones en el sistema monetario internacional, provocaron la reacción de los países de la OPEP y la primera espectacular subida del precio del petróleo en su historia, generando a su vez una de las grandes crisis del capitalismo industrial. Una nueva elevación, segunda crisis energética, en 1981 –guerra irano-irakí –, superó con creces los precios del 73, pero ya el sistema había asumido la situación: se había desarrollado la energía nuclear y había nuevas reservas por explotar. En las dos décadas siguientes el precio bajó de nuevo y se mantuvo entre los 30 y los 40 $, con altibajos que generaban las crisis regionales y las reacciones de la OPEP, preocupada ahora sobre todo por mantener la estabilidad. A la par se desencadenó el desprestigio de la energía nuclear (Chernobil), ya no era imprescindible.
La actual tribulación, originada en el laberíntico entramado financiero del capitalismo global, empieza ya a manifestarse también como una crisis energética: el petróleo después de superar los 50 $ en el 2004, los 70 $ en el 2007, se situó en los 142 $ en junio de 2008. No hay precedentes de una escalada así. Naturalmente, pese a los esfuerzos realizados últimamente por la diversificación y por la eficiencia en el uso energético, se están empezando a manifestar síntomas de alarma y efectos más que perniciosos en muchos sectores. Al freno en la actividad que había producido la falta de liquidez y de confianza en las instituciones de crédito se suma ahora el problema del precio astronómico del petróleo.
Es el miedo a que escasee en el futuro y el afán por hacer negocio con un valor inestable (especulación) lo que está disparando el precio. Es cierto que aumenta el consumo por el despegue de países como China e India, pero es mayor el esfuerzo por acaparar la mayor cantidad posible a precios que se suponen inferiores a los de dentro de unos meses. Precios tan altos están haciendo rentable la extracción en zonas hasta ahora inalcanzables: en el Círculo Polar Ártico se ha desatado una lucha por controlar el fondo marino, al parecer preñado de hidrocarburos, ahora que se deshiela por el cambio climático, proceso que con toda probabilidad ha sido causado por quemar hidrocarburos masivamente. Bonita contradicción.
Con este panorama vuelven a levantar cabeza los defensores de la energía nuclear, a la vista de que las energías renovables y los biocombustibles no podrán nunca, por sus limitaciones y otros efectos no deseables, sustituir plenamente a los combustibles fósiles. Cierto que en estos años de tregua la fusión nuclear no ha podido ser dominada, pero los reactores de fisión tradicionales se han perfeccionado considerablemente, llegando a utilizar parte de los residuos que generaban antes y trabajando con mayor eficiencia y seguridad. Ayuda a este renacimiento, aparte el desquiciamiento económico atribuible al petróleo, el incontrovertible daño al medioambiente por las emisiones de CO2.
No parece dudoso que en las próximas dos o tres décadas se vaya a producir una transformación importante en el estilo de vida como consecuencia del cambio de paradigma energético, imposible ya de detener.
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