Siempre me había preguntado por qué el año comienza el 1 de enero, día que no presenta la más mínima relevancia astronómica. Sabía que los romanos, de los que procede nuestro calendario, hacían coincidir el año nuevo con el equinoccio de primavera, en el mes de marzo, con el renacer de la vida vegetal; en ese momento se elegía a los cónsules, comenzando también el año político y militar –no en vano el mes de marzo estaba consagrado a Marte dios de la guerra–, ya que las campañas militares se iniciaban siempre en primavera por una mera cuestión de supervivencia de los ejércitos. En un momento determinado el comienzo del año se cambió de marzo a enero, y eran las razones de este cambio las que desconocía, hasta que casualmente di con la explicación hace poco.
Como es sabido el calendario romano, un tanto caótico, y no demasiado racional, sufrió varios cambios muy importantes. El primero fue pasar de 10 a 12 meses, agregando enero y febrero después de diciembre (mes décimo), así que febrero era el último mes del año, con menos días que los demás, ya que estaba dedicado a los muertos y por tanto era considerado nefasto.
Cada año se elegían dos cónsules, máxima magistratura política y militar. En el siglo II a C. Roma estaba empeñada en la conquista de Hispania a la que dedicaba un gran esfuerzo, de hecho desde comienzos del siglo, y durante décadas, uno de los dos cónsules elegidos anualmente era enviado con las legiones a su mando a la guerra de Hispania. En el 184 a C, Tiberio Sempronio Graco, padre de los hermanos Graco, famosos tribunos de la plebe, había derrotado a los celtíberos del Sistema Ibérico, firmando con ellos una paz justa en la que se comprometían a no fortificar sus ciudades ni fundar otras nuevas. Cuando Graco marchó a Roma, sus sucesores, menos hábiles y menos prudentes, provocaron el recelo de las tribus, por lo que una de ellas, los Belos, comenzó a ampliar las murallas de su ciudad, Segeda. En Roma se decidió la guerra inmediatamente, pero para organizar la expedición había que esperar a la elección de nuevos cónsules, lo que hubiera permitido a los hispanos concluir la muralla. Se optó por adelantar la elección dos meses, celebrándola el 1 de enero. A partir de entonces, todos los años se hizo en esta fecha, comenzando así el año político y militar en invierno y no en primavera. Al parecer se venía especulando con este cambio desde hacía tiempo para que hubiera mayor holgura en la preparación de las campañas, cada día más alejadas de Roma, pero que siempre debían empezar con el buen tiempo.
Los sucesos que he narrado tuvieron lugar en el año 153 a C y el cónsul enviado fue Quinto Fulvio Nobilior, con un ejército bastante superior a lo que era habitual, lo que no impidió que sufriera una humillante derrota de la que se resarciría más tarde.
Lo cierto es que si ahora todo el mundo occidental celebra el comienzo del año en enero se debe a la rebeldía de una oscura ciudad celtíbera de las faldas del Moncayo que a mediados del siglo II a C. se resistió a doblegarse ante Roma.
De ahí también que los meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre no sean los meses séptimo, octavo, noveno y décimo como indican sus nombres, sino noveno, décimo, undécimo y duodécimo respectivamente.
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