La conferencia de la FAO, por cierto cerrada con un espectacular fracaso –a quién se le ocurre poner a hablar del hambre a los mimados de la fortuna, v.gr.: Berlusconi–; la inflación de los pobres, manifiesta en la subida de precios de los alimentos, que ha puesto de actualidad aquella admonición de nuestras mamás “niño, con el pan no se juega”; los agobios para tantas familias por la subida de tipos de interés, que agiganta mágicamente sus hipotecas y otras noticias por el estilo, están haciendo que nos olvidemos de los ricos; pero siguen ahí. La revista Forbes, llena de santa obscenidad, volvió a publicar en marzo su lista de super ricos, criaturas que tienen un patrimonio superior a mil millones de dólares (lo escribo con letra porque tantos dígitos me producen mareo). La primera conclusión que saco es que su número ha crecido –en eso se parecen a los pobres, para que luego digan–; el segundo dato que llama la atención es el elevado número de rusos en el ranking –no se puede decir que labraran su fortuna rublo a rublo a lo largo de generaciones–. España también contribuye con un número discreto, en primer lugar Amancio Ortega y luego otros nombres conocidos de la tribu, como Florentino Pérez, las Koplovizt, los Albertos, etc.
Cuando leemos estas cosas por lo primero que nos preguntamos los mortales sin lustre es por los caminos para llegar ahí. Leo un conmovedor y esperanzador artículo de D. Mario Vargas Llosa, Las lecciones de los pobres, en el que siguiendo a un libro homónimo editado en USA, nos muestra cómo un peruano llamado Aquilino Flores se hizo rico partiendo de su trabajo de limpiacristales en las paradas de los semáforos con sólo su esfuerzo, perseverancia, intuición y la mano oculta y sabia del mercado. Aprovecha don Mario la parábola para vendernos las virtudes del liberalismo, autor, según él, del milagro. Empiezo a ver la luz.
El día seis, en el mismo periódico, otro artículo, esta vez de Álvaro Marchesi –¿no es aquel Marchesi que alumbró la LOGSE?– me sume de nuevo en la oscuridad insinuando que es arriesgado inferir una regla de un caso particular, como sugiere la psicología cognitiva, a la par que nos dibuja un panorama de la formación de los latino americanos pobres, nada halagüeño y menos prometedor aún en lo que a hacer fortuna se refiere. ¡Quién va a creer a este Marchesi después de lo de la reforma educativa! Me quedo con don Mario.
Reflexiono y alcanzo una conclusión definitiva: aunque perdí ya mis mejores oportunidades –nunca supe intuir el brillante camino que va de los semáforos a la fortuna– pierdo ahora toda esperanza: alejado, prudentemente creía yo, de la prometedora penuria económica y de la feraz ignorancia, sólo espero de la mano oculta del mercado un par de bofetones. Don Mario, no es por reprochar, pero ¡esto se dice antes!
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