
Cuando leemos estas cosas por lo primero que nos preguntamos los mortales sin lustre es por los caminos para llegar ahí. Leo un conmovedor y esperanzador artículo de D. Mario Vargas Llosa, Las lecciones de los pobres, en el que siguiendo a un libro homónimo editado en USA, nos muestra cómo un peruano llamado Aquilino Flores se hizo rico partiendo de su trabajo de limpiacristales en las paradas de los semáforos con sólo su esfuerzo, perseverancia, intuición y la mano oculta y sabia del mercado. Aprovecha don Mario la parábola para vendernos las virtudes del liberalismo, autor, según él, del milagro. Empiezo a ver la luz.
El día seis, en el mismo periódico, otro artículo, esta vez de Álvaro Marchesi –¿no es aquel Marchesi que alumbró la LOGSE?– me sume de nuevo en la oscuridad insinuando que es arriesgado inferir una regla de un caso particular, como sugiere la psicología cognitiva, a la par que nos dibuja un panorama de la formación de los latino americanos pobres, nada halagüeño y menos prometedor aún en lo que a hacer fortuna se refiere. ¡Quién va a creer a este Marchesi después de lo de la reforma educativa! Me quedo con don Mario.
Reflexiono y alcanzo una conclusión definitiva: aunque perdí ya mis mejores oportunidades –nunca supe intuir el brillante camino que va de los semáforos a la fortuna– pierdo ahora toda esperanza: alejado, prudentemente creía yo, de la prometedora penuria económica y de la feraz ignorancia, sólo espero de la mano oculta del mercado un par de bofetones. Don Mario, no es por reprochar, pero ¡esto se dice antes!
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