12 abr 2009

Consecuencias de un fracaso y de un éxito. Jesús y Mahoma

Entre el mundo islámico y el cristiano existe una gran diferencia que cualquiera percibe a primera vista: el cristianismo ha abandonado en buena medida la esfera pública y se ha restringido a la privada, mientras que el Islam invade todos los aspectos de la vida sin hacer distingos entre lo privado y lo público. Por esta característica percibimos desde nuestro punto de vista al mundo árabe como anclado en el tiempo, como si viviera una época del pasado, como si no hubiera acabado de superar el medievo. Se suele argumentar que en occidente, movimientos históricos como el Renacimiento y la Ilustración produjeron la secularización de la sociedad civil, mientras que en el mundo musulmán tales fenómenos no se dieron. Es una explicación convincente, pero podríamos seguir preguntando ¿Y por qué no se dieron? Como en cualquier fenómeno social las causas serán múltiples y complejas, pero se me ocurre que la fundamental arranca quizá de los orígenes de ambos credos y tiene que ver con el fracaso o el éxito vital de sus creadores.

El proyecto religioso-político de Jesús resultó fallido. Fue apresado al abortar la autoridad romana un complot –los evangelios lo registran como la oración del huerto y el prendimiento– que había sido preparado aprovechando la Pascua y la consiguiente afluencia de judíos a Jerusalén, y, en consecuencia, ejecutado como un sedicioso. La muerte que las leyes judías preveían para un blasfemo que se proclamaba hijo de Dios era la lapidación –Esteban y después Santiago, hermano de Jesús, murieron así– mientras que la cruz (mors aggravata: hoguera, exposición a las fieras o crucifixión) la reservaban los romanos para los delitos de sedición contra el Estado (laesa maiestas populi romani), ésta fue la reservada a Jesús. La dispersión y ocultamiento de sus seguidores, después de ser ejecutado por el procedimiento infamante, escenifica el fracaso; la cartela con la leyenda INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum), la naturaleza del delito. Durante los primeros siglos de existencia los cristianos utilizaron diversos símbolos, pero no la cruz, que seguía siendo vergonzante y los identificaba como sediciosos. Tales sucesos justifican y explican la expresión «Mi reino no es de este mundo», Juan 18, 33-37, y otros recursos de los evangelistas por dar a la misión de Cristo un signo espiritual, aunque no logren borrar los vestigios que revelan otras actitudes en las que es imposible deslindar lo religioso de lo político, por otra parte normales entre los judíos de la época. Habrá que concluir que Jesús fracasó en su plan, y sus seguidores, obligados a vivir bajo la autoridad romana, optaron por transformarlo en un proyecto espiritual –esa y otras cuestiones fundamentales fueron obra de Pablo–, lo que, con el tiempo, fue el elemento que permitió la laicidad de lo público sin romper el mensaje cristiano central: el Humanismo y la Ilustración utilizaron ese postigo.

En el 622 Mahoma abandonó La Meca (Hégira) forzado por los coraxíes que controlaban el culto de La Ka’aba y temían por su prevalencia. En Medina se hizo fuerte y fue asentando paulatinamente su dominio de la región, combinando la predicación y las operaciones militares, hasta que en 628 pudo atreverse contra los mequíes con éxito. Desde La Meca completó la dominación de toda Arabia. A su muerte, en 632, controlaba la península valiéndose de su carisma personal y acuerdos con las tribus, pero sin ninguna estructura de estado. Mahoma, que seguramente era analfabeto, no dejó ningún escrito y sus enseñanzas, retenidas mentalmente por los “memoriones” serían recopiladas y fijadas más tarde en El Corán bajo la autoridad de los califas sucesores, que al mismo tiempo construían el Estado islámico y expandían su dominio. Así se confundió la condición de ciudadano y de creyente, y el Corán y los hechos y dichos del profeta se convertían en fundamento de la ley. El éxito de Mahoma hizo impensable, lo sigue haciendo, la disociación de lo civil y de lo religioso.

También el Islam experimentó un Renacimiento en torno al siglo XI con una gran eclosión cultural basada asimismo en la recepción de la cultura clásica, pero que, sin embargo, no llegó a tener el efecto del Humanismo occidental, ni se vio confirmado y amplificado por un movimiento equivalente a la Ilustración. Así, el efecto esterilizador de la religión se impuso muy pronto y muy intensamente, generando la exclusión del orbe musulmán del ámbito de la ciencia y del progreso de la sociedad civil, hasta nuestros días.

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ILUSTRACIÓN: Mahoma y el arcángel Gabriel. Miniatura iraní del s.XV.

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