De nuevo escribe en El País Losé Luis Barbería un artículo sobre educación, tocando un tema muy interesante: la influencia del genero en los resultados escolares y, por tanto, en el fracaso escolar. En realidad, por muy de actualidad que esté el asunto, el trabajo concluye sin aportar algo nuevo o positivo. Todos los profesores hemos tenido la percepción desde hace mucho tiempo de que en la educación secundaria el éxito de las chicas es superior. Por otra parte, los datos estadísticos recientes, conocidos por todos los que nos interesamos en estas cuestiones, revelan con claridad que el fracaso escolar es básicamente masculino y que las mujeres están ganando la partida de la formación, en la secundaria y en la universidad. La cuestión es saber por qué. En el artículo de Barbería, interesante por muchas cuestiones, no se aporta ninguna hipótesis novedosa, ni que se aparte de la manida idea de la diferente evolución de las facultades intelectuales de chicas y chicos y, por esa vía, llegar a insinuar la también manoseada además de retrógrada y peligrosa idea de la separación de sexos en la escuela, como solución al fracaso masculino.
Este verano tuve la suerte de leer un trabajo de Daniel Gabarró titulado “Transformar a los hombres: un reto social”, que, bajo mi punto de vista, daba en la diana al explicar el fenómeno por la presencia del machismo en los escolares adolescentes. Poco después escribí un post sobre la cuestión: ¡La escuela es una mariconada! Machismo y fracaso escolar, al que os remito. En él, glosando a Gabarró, explicaba cómo el modelo de hombre que han construido los escolares, extraído de la concepción socialmente dominante, no encaja en el ámbito dialogante y cooperador que es la escuela, a la que perciben como un espacio femenino, por esas características y porque el profesorado es también mayoritariamente femenino. De modo que reaccionan haciendo suya la “cultura del patio”, como espacio de libertad, en el que las cualidades pretendidamente masculinas, competición, agresividad, tienen mejor desarrollo, y se oponen con resentimiento y tenacidad a la “cultura del aula”, percibida como un ámbito que no les es propio. El rechazo de tantos adolescentes a los valores que se cultivan en la escuela, y a la escuela misma, por tanto, tiene una raíz ideológica: es consecuencia de la asunción por aquellos de los valores del machismo más rancio, que flotan por todas partes y que ellos captan con fina intuición y los hacen suyos extremándolos.
Las posibles soluciones, de ser esto cierto, trascienden a la escuela porque habrían de apuntar a la sociedad en su conjunto, ya que tienen que ver con la formación de los modelos que ofrecemos a nuestros jóvenes, y, por tanto, las acciones que la tengan como único objetivo no darían resultados aceptables. Se trata de un fenómeno social, y, desde luego, más amplio de lo que a primera vista parece ya que alcanza un ámbito casi universal, la preocupación no sólo es nuestra: recientemente apareció un trabajo de colaboración entre educadores australianos, británicos y estadounidenses titulado “Qué les pasa a los chicos” (What about the boys?) que abunda en estas ideas y que demuestra que no es un asunto local.
En el ámbito familiar, en la oferta de estereotipos que presenta el cine, la televisión y los medios de difusión de ideas en general, en todos los ambientes en los que los jóvenes se socializan, no en la escuela, es donde se contagian del virus que luego les hará fracasar en las aulas. El machismo es una ideología cuyos componentes, sexismo, patriarcalismo y heterosexismo, informan de manera más o menos difusa a toda la sociedad y a nuestros propios comportamientos, por mucho que rechacemos indignados sus manifestaciones más brutales, lo que hace sumamente difícil su erradicación, ya que las más de las veces, ni los identificamos como machistas, ni percibimos su malignidad.
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El estudio de Gabarró se puede encontrar en su página web: http://danielgabarro.cat/
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