Pueden resultarnos chocantes las permanentes admoniciones contra el proteccionismo ante los debates pasados, en curso y por llegar para salir de la crisis. Al fin y al cabo proteccionismo no es otra cosa que anteponer los intereses nacionales. Ángela Merkel ha dado a entender que es su objetivo prioritario y, cada vez más, es lo que se desprende de la opinión de un sector de la prensa (ayer mismo en en el programa de TVE, 59 segundos); sin embargo, mi punto de vista es que las enseñanzas de la historia justifican los temores ante esa posible deriva.
En 1933 tuvo lugar en Londres una conferencia, semejante a la actual, para tratar de buscar acuerdos que permitiera remontar la crisis iniciada con el crack financiero de 1929. El fracaso fue rotundo. En Italia y Alemania se habían instalado ya el fascismo y el nazismo, respectivamente, con sus programas ultranacionalistas y autárquicos; con ellos pretendían medrar obteniendo los mercados necesarios (lebensraum o «espacio vital») manu militari si fuera preciso. La Unión Soviética, aislada del resto, no estaba interesada en la pervivencia del capitalismo y aplicaba sus planes socializadores al margen de cualquier acuerdo internacional. El resto no consiguió los consensos mínimos para romper el ensimismamiento económico y la dinámica proteccionista. Seis años después la lógica del proteccionismo a ultranza y del nacionalismo sumía al mundo en el incendio de la guerra (1939-45). Y no es que no hubiera experiencia.
Diecinueve años antes de la malograda conferencia había comenzado la Gran Guerra (1914-18) en cuyos orígenes encontró Lenin las contradicciones internas del capitalismo imperialista (Imperialismo, fase superior del capitalismo). En efecto, la lucha por los mercados, que Alemania combinaba con un fuerte proteccionismo y el dominio de lo más sustancioso del mercado internacional acaparado por el Reino Unido dentro de su imperio casi universal y sus exigencias de librecambio en el exterior, contenían, como se demostró, la agresividad potencial suficiente como para hacer saltar la precaria convivencia internacional en un conflicto sin precedentes por su magnitud y consecuencias. Sin embargo la guerra se cerró en falso tras la rendición de Alemania y no se pusieron soluciones para las verdaderas causas, que no eran sino económicas: los ciudadanos y sus mandatarios estaban cegados por el espejismo del nacionalismo. La lección no se aprendió.
Hoy la situación es diferente, las dos guerras quedan lejos y hemos aprendido mucho de su análisis, pero la tentación de recurrir al proteccionismo y al nacionalismo, que se vende con facilidad a la opinión pública, está viva. Habría que andar con pies de plomo.
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