Los episodios protagonizados por la Iglesia los últimos días, condenando el nacimiento del bebé sevillano que con las células madre de su cordón umbilical va a salvar a su hermano, la predicación de Ratzinger contra el preservativo en África y la campaña publicitaria, otra vez en España, contra el aborto a propósito de la discusión de la nueva ley de plazos, está poniendo a prueba la lealtad de sus feligreses.
Hoy son pocos los que se confiesan católicos y aceptan sin más los dogmas definidos hace siglos, el magisterio de la Iglesia u otros principios que definen la fe de Cristo en su versión romana. Muchísimos católicos alegan tener su propia opinión en multitud de casos, sin percatarse de que hace algunos siglos hubieran sido conducidos a la hoguera por manifestarse como hoy lo hacen, y aún en nuestros días están de derecho excomulgados por sus prácticas en la vida cotidiana o por las tesis que dicen defender. Lo que ocurre es que unos y otros, los fieles y la Iglesia, prefieren hacer la vista gorda, hacer como si no se enteraran o como si el asunto careciera de importancia, porque la manifestación pública de tales contradicciones podría ser demasiado peligrosa para su pervivencia.
De hecho la Iglesia, al mostrarse como lo hace en los casos que comentamos arriba, no ha cambiado un ápice casi desde tiempos de Pablo –lo cual para unos puede ser catastrófico y para otros una garantía para su fe–, salvo por los métodos que hoy utiliza, cambiando el púlpito por las campañas publicitarias y las epístolas por la televisión. Pero hoy como ayer, el mensaje –la buena nueva– se refiere a la salvación del alma para la otra vida, la vida eterna; no al bienestar del cuerpo y al disfrute del mundo, al que siguen renunciando los más esforzados en la fe. La concepción del hombre como un ser dual, cuerpo y alma, en el que los intereses de la parte más noble –por no ser perecedera y pertenecer al mundo del espíritu–, el alma, pueden estar en discordancia con los del cuerpo, es, y ha sido siempre, un antihumanismo manifiesto.
En las expresiones del Papa o de la conferencia episcopal española la aberración que encontramos y nos hace torcer el gesto tanto a librepensadores como a muchos creyentes, o que creen que lo son, no es el abandono de sus principios, lo que sólo ha ocurrido en el hecho de no atreverse a hacer frente a las contradicciones internas, sino este antihumanismo. Hoy la inmensa mayoría hemos asimilado la unicidad del hombre, como se desprende de los avances de la ciencia, aunque muchos no lo hayan explicitado quizá porque les inquiete un presunto vacío por la pérdida de creencias ancestrales, interiorizadas individualmente desde la más tierna infancia, o por pereza intelectual, pero al entrar en conflicto en la vida una y otra concepciónes, optan por la primera.
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