En todas las civilizaciones han existido sustancias psicotrópicas que han satisfecho la necesidad de autotrascendencia que parece tener el hombre, la conveniencia de mitigar la fatiga o la búsqueda de la euforia. Familiarizado con su consumo, en cada cultura se han desarrollado hábitos, ritos, recursos sociales que han mantenido bajo cierto control la potencial peligrosidad que encierran todas ellas. En la sociedad occidental el consumo de bebidas alcohólicas forma parte de su idiosincrasia. A lo largo de la historia se ha introducido en multitud de ámbitos, desde los rituales religiosos hasta la gastronomía, de ahí que se enseñe a beber a los jóvenes en el seno de la familia o en su entorno íntimo ya que tarde o temprano se habrán de encontrar con el alcohol. Se ejerce así un cierto gobierno sobre su peligrosidad. Las sociedades andinas tienen una parecida relación con la coca, y así sucesivamente. Sin embargo, sacadas de su contexto y trasplantadas a sociedades que no han generado hábitos de consumo pueden ser letales, peligrosos elementos de destrucción de la cohesión social. Es por eso que han sido utilizadas como arma secreta en multitud de ocasiones, por estados y ejércitos con fines de dominación política, por particulares con intereses básicamente económicos que trascienden el obtenido de su simple comercio, o ambas cosas a un tiempo. He aquí algunos casos.
La colonización de América generó una gran demanda de mano de obra que la población indígena no satisfacía, bien porque había sido diezmada –expresión benévola en lugares como las Antillas donde literalmente desapareció– o por las dificultades que las leyes imponían para su esclavización completa. Pronto se encontró la solución importando africanos –Fray Bartolomé de las Casas fue pionero proponiendo esta solución como defensa de los indios (!)–. El comercio de esclavos se convirtió así en un pingüe negocio durante tres siglos; primero para portugueses y españoles, después para los ingleses que acabaron monopolizándolo. Generó un tráfico triangular en el Atlántico cuyos vértices eran América (Antillas), Inglaterra, África (golfo de Guinea): de América se exportaban melazas obtenidas del cultivo de la caña, que en Inglaterra se convertía en ron, que con armas de fuego se exportaba a África, donde se cambiaban por esclavos, cazados con esas armas por los africanos de la costa, pagados con el ron que destruía su propia sociedad. Los esclavos así obtenidos eran llevados a las Antillas para el cultivo de la caña, y vuelta a empezar, formando un bucle que se bastaba a sí mismo y generaba inmensos beneficios. El alcohol, desconocido en esas latitudes fue elemento esencial; pero además, luego seguía siendo utilizado para mantener a los esclavos sumisos.
En el s. XIX a la vez que los colonos americanos, empeñados en la “marcha hacia el O.”, aficionaban a los indígenas al whisky cambiándolo por pieles, en Asia Ingleses y franceses quebrantaban la resistencia china a la colonización europea con las dos guerras del opio. Los franceses habían encontrado en las plantaciones de adormidera un excelente modo de explotar la Cochinchina (Indochina) recién ocupada, mientras que los ingleses la comercializaban, junto a su propia producción, con su compañía East India, el objetivo era el mercado chino. El gobierno imperial ante la inquietante difusión del hábito de fumar opio prohibió su entrada en el país. La respuesta anglo-francesa fue la guerra con la que después de dos sangrientos conflictos se logró de China la apertura de su comercio y otros beneficios (Hong Kong).
Japón había observado con atención, librándose de la invasión del opio con un oportuno tratado con Inglaterra, pero en 1931 cuando ocupó Manchuria y creó el Estado títere de Manchukuo, el ejército japonés promovió el cultivo del opio y su refinado para fumarlo, obtenía en sus laboratorios la heroína y la distribuía en sus farmacias por la región, buscando dos objetivos: financiar la operación militar y obtener una actitud sumisa de la población. Los mismos fines fueron copiados por Francia cuando en los años cincuenta le estalló la guerra de Indochina, pero en este caso se valió de una mafia local (Binh Xuyen) como aliado necesario que ocultara las actividades de su servicio secreto (SDECE)*.
Los dos últimos casos abren el capítulo de la financiación mediante las drogas y aquí habría que incluir a Sendero Luminoso, la Contra nicaragüense, la resistencia talibán o las FARC, pero esa ya es otra historia.
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* Para el caso de Japón en China y Francia en Indochina ver Alfredo Schulte-Bockholt
ILUSTRACION: Fumadodres de opio
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