21 abr 2009

Misión Kepler


Estas sí que son buenas vistas: nuestra galaxia observada desde afuera, un punto de vista alienígena. Alguien ha tenido el acierto de señalar en ella la posición del Sol, en el brazo estelar de la galaxia denominado Espuela de Orión (Orión Spur) y entre los brazos de Sagitario y de Perseo –la Vía Láctea, como cualquier espiral galáctica que se precie, dispone de varios brazos que convergen en el centro y se difuminan, alejándose entre sí, en el exterior–. Al NO de nuestra posición una zona de 1000 años luz, región próxima a las constelaciones de El Cisne y de La Lira, otro de los suburbios de la galaxia, que será persistentemente observada por el satélite Kepler, último artefacto lanzado por la Nasa, con un encarguito especialmente interesante.

La actualidad consiste en que hace sólo unos días nos mandó las primeras fotos del tour, antes de quedar quieto en su órbita solar (es un satélite solar) mirando fijamente sin pestañear a su zona de observación durante tres años y medio. La foto enviada contiene, según las crónicas, 14 millones de estrellas ¡Una friolera!

Ha salido de la órbita de la Tierra para evitar la contaminación lumínica que produce el reflejo del planeta y las molestias de su campo gravitatorio y observará esa zona porque queda por encima del plano de la eclíptica y evita así interferencias solares. La misión consiste en detectar planetas en órbita de otras estrellas, para lo que inspeccionará no menos de 100.000 de más de un millón que hay en los andurriales. ¿Cómo lo hará? Aunque no pestañeará ni una sola vez en todo el tiempo de observación, espera descubrirlos por los guiños que le prodiguen las estrellas que los tengan orbitando en su entorno. Medirá su luminosidad y como cada vez que pase un cuerpo celeste, un planeta, por delante en su viaje de circunvalación su intensidad disminuirá mínimamente, Kepler (el satélite) se dará cuenta, aunque la diferencia sea sólo del 0’002%. Si consigue fijar el ritmo con que eso se produce, es decir, el tiempo que dura una traslación, también, por las leyes que descubriera Kepler (Johannes), se podrá determinar la distancia a su estrella, cuestión vital para saber si existe alguna posibilidad de que haya vida: como es sabido eso ocurrirá sólo en una estrecha franja en la que por la distancia a la estrella se pueda mantener el agua en estado líquido de forma estable; esa es precisamente la zona que ocupa la órbita terrestre en el sistema solar. Los astrónomos denominan ecósfera o zona de habitabilidad a esa franja esférica, que se sitúa más o menos lejos de la estrella en función de su temperatura y tamaño. El análisis estadístico de los hallazgos positivos nos indicará si las condiciones de las que disfruta nuestro planeta son excepcionales o relativamente comunes y si la esperanza de hallar vida en otras latitudes siderales está fundada.

La distancia entre la placa que se envió en la sonda espacial Pioner 10, en 1973, ideada por el añorado Carl Sagan, y el actual intento, no es sólo de tiempo: hemos pasado del romanticismo de la botella lanzada al mar a la exploración sistemática y serena, como es propio de la ciencia.

2009 ha sido designado año mundial de la astronomía, uno de los sectores de la ciencia que más está haciendo cambiar nuestra idea del Mundo, y que avanza a mayor velocidad, a pesar de que es la rama del conocimiento más antigua: el hombre primitivo ante la gran incógnita de la vida levantó primero la vista hacia el cielo (el astronómico, naturalmente). Hoy seguimos haciéndolo porque ahí parecen estar todavía las auténticas claves del pasado y del futuro.

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