En los años setenta, durante mucho tiempo, tuve colocado en mi estudio un cartel que representaba El abrazo, en el que J. Genovés había plasmado con su genial hiperrealismo una de las reivindicaciones básicas durante la Transición: la amnistía; fue un clásico, junto con el Guernica, y algunos otros, en la decoración de las viviendas de los jóvenes progresistas de aquellos años. La amnistía se logró pese a las reticencias de una parte de la derecha (UCD), la reformista, y la clara oposición de la otra (AP), la franquista. Ahora, más de treinta años después, todavía progresistas, pero viejos, y alucinados por el giro de los acontecimientos, vemos con pasmo que la derecha (en su conjunto) se apodera con total desvergüenza de la amnistía para utilizarla en contra del avance de la Ley de Memoria Histórica y sus consecuencias jurídicas.
Nicolás Sartorius, en aquel entonces (1977) diputado del PCE y secretario de la comisión que redactó el proyecto de ley, ha escrito en El País un artículo en el que pone meridianamente claro cuál fue su objetivo y alcance y como de ninguna manera podía aplicarse a los crímenes del franquismo, a los que ni siquiera alude, porque sus herederos de entonces no eran capaces de pensar en tales acciones como crímenes: su conciencia abotagada, tras larguísimos años de dominio absoluto sobre cuerpos y almas, no los detectaba como tales.
Hoy el proceso contra el juez Garzón incluye el recurso a la citada ley para demostrar una actuación prevaricadora, lo que jurídicamente es insostenible, como demuestra Sartorius en su artículo, pero revela el desierto ético de este sector político, que contamina a toda la derecha sociológica (o es su quintaesencia), empeñada en no ver realidad más que en los espejismos que crean sus intereses. ¿Cómo es posible que una ley que pretendió liberar a los represaliados injustamente por la dictadura se la pretenda utilizar ahora para ocultar los crímenes que se cometieron contra ellos, detener el proceso de prospección de las fosas comunes y, de paso, eliminar a quien ha intentado, por primera vez, asentar el principio de que las gravísimas sentencias que se dictaron bajo el régimen contra sus opositores carecían globalmente de legitimidad?
Los profesionales de la justicia, conducidos y amparados desde hace siglos por los poderes políticos han logrado alejar a distancia de vértigo sus procedimientos de la capacidad de comprensión de la ciudadanía, que se limita a contemplar con perplejidad su caótico deambular. Con tristeza constatamos que el proceso democratizador apenas si ha penetrado el duro caparazón antipopular de que se dotó la alta institución en el transcurso de una historia que la utilizó sistemática y conscientemente para salvaguardar determinados intereses, no los derechos de la generalidad.
El histrionismo del juez ha facilitado el discurrir de los acontecimientos, con el irónico resultado de que su papel no es más que de cabeza de turco, pobre encargo para un showman de los tribunales.
Si el tiempo no se hubiera encargado de hacerlo antes, hoy yo retiraría el poster de la pared. Una vez más se rompieron los abrazos.
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ILUSTRACIÓN: El abrazo de Juan GENOVÉS. Acrílico sobre tela. 1976.
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