El papa Alejandro VI (1431-1503) era español (Rodrigo Borja) y además de papa fue papá: tuvo, si no hay error, nueve hijos, aunque no de todos se sabe quién fue la madre; de ellos Lucrecia y Cesar son los más famosos, por razones diferentes pero relacionadas, aunque ninguna demasiado edificante. Se me ocurrió empezar con él por ser paisano y tenerle más confianza, pero su comportamiento no era insólito entre las altas jerarquías de la Iglesia. No cabe pensar que el clero común tuviera mejor nivel ético. Eran otros tiempos. En los cien años que van de 1484 a 1585, seis papas tuvieron hijos ilegítimos. En años anteriores hubo algunos casados y bastantes fueron hijos de papas o de otros jerarcas de la Iglesia. Desde Trento (1545-63) y por la amenaza que suponía la revolución protestante (necesidad obliga) la Iglesia se autodisciplinó.
Eran otros tiempos. La moral aristocratizante de la época, con sus vicios y virtudes, también tenía que impregnar a la Iglesia. No hay más que ver como en los siglos siguientes la ética de las clases medias, más rígida y estricta, fue la norma entre los clérigos, que, desde entonces, se ocuparían sobre todo de que los pecadillos no se vieran. El único problema es que uno había creído siempre que era la Iglesia la que marcaba las normas de la moral (inalterables por el tiempo, que por algo es obra divina), pero según parece se trataba más bien de poner letra a la música que tocaban desde abajo. Digo yo que para ese viaje no necesitábamos alforjas.
En otros tiempos la infancia no existía, o, seguramente, como la pubertad y la adolescencia estaban por aquel entonces fuera de ella, se la veía mucho menos. Los abusos a los niños, por tanto, tampoco existían (¡ay, si pajes, grumetes o novicios hablaran!). La historia, que sólo trata de lo que existe, no ha registrado más que los manejos entre adultos; pero, de aquellos otros trajines hubo, ¿cómo dudarlo? y, además, la impunidad, que garantizaba el prestigio social del clero y la invisibilidad de las víctimas, debió ser un excelente caldo de cultivo, como se ha demostrado en Irlanda y se podrá demostrar en cualquier lugar por poco que se hurgue.
En estos tiempos la situación se ha invertido: los niños, quizá por la escasez, han sido sacralizados, y cualquiera que meta mano ahí (por ahora sólo en la bragueta, esperemos que pronto también en la cabeza) es, no solo reo de delito, sino también un pervertido; constatamos, a la par, que la infancia se ha expandido prolongándose por edades impensables años atrás.
En estos tiempos todo se vuelve contra la Iglesia. Como si no fuera poco ponerse a escribir las normas y pregonarlas por púlpitos y cátedras, ahora les exigimos que además las cumplan. Y es que, como dice Cañizares (el cardenal), hay mucha gente interesada en ocultar lo que de verdad importa, que es Dios, no lo que hagan o dejen de hacer los curas. Por su parte Benedicto (el papa) dice que lo que hay que castigar es el pecado y perdonar al pecador, y si alguien se pone bravo, agrega, habrá que recordarle que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Puede que éste sea un golpe bajo, como dicen algunos hipercríticos ganados ya por Satanás, pero, qué queréis, aquí todo anda por los bajos, los que manosean los curas y los que les están tocando ahora a ellos.
1 comentario:
Me encanta la fuerza que transmite lo que has escrito. Muy cierto.
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