5 jun 2010

Un predicador en la bolsa

Las pestes medievales que se llevaron por delante a media humanidad causaron una profunda mella en los espíritus de la época, convencidos de que la causa no era otra que los pecados de los hombres y la consiguiente furia divina. En el pasado no hubo catástrofe natural o masacre bélica cuya causa no se haya buscado en el castigo de los dioses, dada la condición humana. Yo creía que esos tiempos habían pasado y que hoy buscábamos otros orígenes a las desgracias que asolan a la humanidad, pero está visto que soy un iluso, posiblemente peligroso, por querer ignorar la potencialidad catastrófica del pecado. Desde los comienzos de la crisis, mejor dicho, desde que se empezó a notar (aunque llevemos más de dos años instalados en ella hay quien asegura que esto sólo son los comienzos), escucho y leo a diario que estamos donde estamos por la avaricia y la ambición de los que manejan los hilos del mercado. Es curioso que los más proclives a este análisis sean individuos de la izquierda, a los que según parece, conforme se les van agotando los argumentos políticos con los que defendían el socioliberalismo les van aflorando los morales. Se les olvidó ya que el padre de la ciencia económica, A. Smith, aseguró que en la actividad económica cada hombre se mueve según su interés personal, lo que Marx no desmintió nunca sino que, por la peligrosidad social que encerraba, propuso controlar.

Está claro que, planteada la cuestión como un asunto ético, las medidas a tomar son otras muy distintas de las que se han aplicado hasta ahora (regulación de mercados, de la que se habló tanto y tan poco se hizo, control de los artefactos financieros que nos están asfixiando, recortes del gasto y otras boberías). Según se deduce de la hipótesis moral, lo que hace falta es limpieza de corazón y mucho amor al prójimo, porque es el Maligno, que ha emponzoñado el corazón de todos, el causante de la catástrofe.

Y ¿cómo se combate esta ofensiva del averno? Pues con armas espirituales, como siempre se hizo. Seguro que bastará con que cada mañana al abrirse Wall Street, en lugar de esos variopintos personajes que suben al balconcito a tocar la campana de apertura, debe subir un predicador que hable directamente al corazón de los brokers, alejando de sus mentes cualquier tentación de enriquecimiento, para ellos mismos o para quienes contraten sus servicios; que ganen, sí, pero poco. Si se viera necesario, durante la jornada se podrían leer por megafonía algunos textos santos ad hoc, como en otro tiempo hacían los monjes en el refectorio. ¿Quién duda de que las cosas cambiarían radicalmente? El ejemplo debería seguirse en todas las bolsas y salas de mercado del mundo, adaptándolo, por supuesto, a las costumbres y creencias locales. Programar ejercicios espirituales para directivos financieros podría ser un complemento necesario y muy adecuado y, por supuesto, colocar un director espiritual en cada consejo de administración, no sólo no reconduciría a las empresas descarriadas, sino que probablemente disminuiría el paro y promovería las vocaciones, de las que tan necesitados estamos.

¿Será muy atrevido decir que esta no es una cuestión de buenos y malos sino de política económica?

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2 comentarios:

eclesiastes dijo...

Para compensar un poco al Max Weber y "El origen del capitalismo y la etcica protestante";
Norman Cohn, " En pos del milenio -
Revolucionarios milenaristas y anarquistas misticos en la edad media ", 1961, ed en españa x Barral Ed., 1972.

Y sí, abandonar cualquier esperanza en el progreso evolutivo, ese mito, y darnos de bruces con que las humanidades juegan las mismas cartas ahora que cuando los flagelantes o los sabbateistas o los ranters o los guillerminitas ...

la politica economica, la antropolojia lo enteevió a veces,
tiende a ser siempre la politica de la magia y el pecado.

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