Tiene algo de singular pensar en algunos de los grandes temas que siembran la inquietud en nuestro corazón y plantear una trama novelesca en su torno, pero que tiene más de estudio y análisis de los sentimientos, intereses y reacciones humanas que de entretenimiento literario; voluntad que a veces se manifiesta ya desde el título (Ensayo sobre la ceguera o Ensayo sobre la lucidez). Hay un afán didáctico y ético en su obra que le da un aíre dieciochesco, aunque los valores que lo mueven sean otros, relacionados con la solidaridad y, aunque resulte chocante a estas alturas, con la conciencia de clase; no en balde militó en el Partido Comunista; no en balde tuvo siempre presente su origen social: su discurso en la Academia Sueca comienza con el recuerdo de su abuelo, porquerizo y analfabeto, el hombre más sabio que nunca conoció, según sus propias palabras, raíz originaria de sí mismo y de su obra. La voluntad de afrontar esa gran temática a la que antes me refería, el uso sin concesiones de la racionalidad, la intención pedagógica y el afán de contagiar el sentimiento de fraternidad que le mueve, son los mayores valores que he apreciado en todas y cada una de sus obras.
No tengo a Saramago por un autor entretenido, aunque sí ingenioso y hábil en la narración. No ha obtenido las herramientas de su arte en un ambiente diletante, en una familia o un medio intelectual o de clases ociosas, sino en contacto permanente con la dureza de su origen campesino, pobre y austero; quizá por eso no las usa en ejercicios más o menos frívolos destinados al entretenimiento o al divertimiento, sino que tienen el peso plúmbeo de aquellas destinadas a la formulación de las grandes verdades, y su misma contundencia.
Su otra gran virtud ha sido la coherencia de aquello que podíamos leer en sus escritos con su vida privada y pública. No ha existido causa de justicia de la que haya estado ausente. Después de alcanzar el Nobel, consciente del valor de sus actos y sus palabras, se ha prodigado hasta el último momento en acciones de solidaridad, sin hurtarse a ninguna pese a su edad y la fatiga de los años, ninguna concesión a la comodidad, ningún desliz hacia la contradición. Saramago fue un gran hombre, un santo laico.
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