11 sept 2010

Los ricos, los pobres, la crisis y Marx

Que los ricos sean más ricos no tiene para la economía general ningún efecto beneficioso. El incremento de sus ingresos no genera un aumento similar de la demanda porque su consumo era ya elevado y la mayor parte de este aumento irá a paraísos fiscales, áreas con sistemas bancarios opacos, inversiones especulativas (hedge funds), etc. De hecho las entidades financieras cuentan con empleados (administradores de grandes fortunas) cuya misión es precisamente buscarles acomodo de este tipo. Si, por el contrario el incremento beneficiara a las rentas del trabajo, es decir a las clases medias y bajas, los efectos sobre la economía serían inmediatos y espectaculares, porque los beneficiaros elevarían el consumo de forma instantánea en todas sus formas, demandando más y mejores productos alimenticios , vestido, vivienda, educación, viajes… en fin, mercaderías y servicios de todo tipo; al tiempo, la parte del incremento de la renta que se destinara al ahorro serviría para financiar las actividades económicas que el aumento de la demanda estimula, ya que este excedente, por sus peculiares características, difícilmente tomaría la vía de la inversión especulativa o los paraísos fiscales. Así pues, la distribución de la renta no es sólo un principio de justicia social sino también una garantía para mantener viva la demanda y por tanto el crecimiento económico y la prosperidad general. Los países más prósperos del mundo son aquellos en los que las diferencias de renta son menores.

Durante el siglo XX, desde la gran crisis de los años 30, en los países que fueron en seguida denominados desarrollados, se produjo una progresiva distribución de la renta, reduciendo el porcentaje que correspondía al capital y aumentando el que procedía del trabajo. Las medidas keynesianas y socialdemócratas estimularon el proceso y fueron las responsables de una sociedad económicamente dinámica y envidiable por su equidad. Las crisis de los 70 y 80 produjeron un cambio del paradigma económico, promovido políticamente por Reagan y Teacher en USA y Europa respectivamente, que fueron, más pronto o más tarde, imitados en todas partes. El desquiciamiento del poder sindical, la desregulación de los mercados financieros y el abandono de los instrumentos de intervención en la economía empezaron en seguida a hacer sentir sus efectos: uno de ellos fue remontar la crisis y emprender un nuevo proceso de crecimiento; otro, incrementar paulatinamente el porcentaje de renta para el capital en perjuicio del trabajo, es decir, una polarización de la riqueza, una regresión en las políticas de distribución de la renta. Proporcionalmente las clases que obtenían sus rentas del trabajo se empobrecieron, fenómeno que quedaba enmascarado por la incorporación de la mujer al trabajo (en todas partes, no sólo en España), que incrementaba notablemente los ingresos familiares y el gasto (por tanto también la demanda); otro recurso fue el endeudamiento, facilitado por el hiperdesarrollo de los instrumentos financieros y la irresistible incitación del mercado.

Más de veinte años de política neoliberal han permitido concentrar más y más riqueza en manos de unos pocos, extraída, naturalmente, tanto del excedente que aportaba el crecimiento como de las rentas del trabajo, es decir, empobreciendo a las clases medias y trabajadoras, que, además, han resultado endeudadas en proporción nunca conocida. En estas circunstancias, el pinchazo de la burbuja financiera ha tenido como consecuencia casi instantánea una drástica reducción de la demanda en la que estamos insertos hace ya más de dos años. No podía ser de otro modo ya que las clases de las que dependería el aumento del consumo han perdido sus ingresos y están fuertemente endeudadas. Para colmo, las medidas de los gobiernos para atajar sus desequilibrios presupuestarios son restrictivas, es decir lastran el crecimiento. La respuesta ciudadana, que en otras circunstancias podría ser brutal, está lastrada también porque los instrumentos sindicales fueron desarticulados por la acción consciente de los gobiernos al principio del proceso, o se anquilosaron por la falsa prosperidad de que disfrutamos durante años.

Y se me ha ocurrido a mí recordar, viejo izquierdista desfasado, que cuando Marx analizaba las crisis del capitalismo  y las explicaba como crisis de subconsumo parecía estar pensando en ésta. A ver si vamos a tener que desempolvar El Capital…

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He basado este artículo en el de Vicenç Navarro en Attac España: La causa de la crisis, cuya lectura recomiendo, por su calidad y porque aporta datos numéricos que yo he obviado.



8 comentarios:

jaramos.g dijo...

Siguiendo la línea de aprendizaje en la que van mis comentarios, con los que intento profundizar en tus explicaciones, entresaco este párrafo: "Durante el siglo XX, desde la gran crisis de los años 30, en los países que fueron en seguida denominados desarrollados, se produjo una progresiva distribución de la renta, reduciendo el porcentaje que correspondía al capital y aumentando el que procedía del trabajo. Las medidas keynesianas y socialdemócratas estimularon el proceso y fueron las responsables de una sociedad económicamente dinámica y envidiable por su equidad". Con él me has respondido, sin pretenderlo -supongo-, a alguna de las dudas que te planteé hace unas semanas. Pero quiero dar un paso más: ese modelo consistente en volcar más la renta en el trabajo que en el capital, ¿depende de unas determinadas leyes?, ¿de qué tipo?, ¿con que clase de gobierno, socialdemócrata? Tal vez algún día, cuando se pa ya más, te plantearé hablar sobre "zapatos". Saludos.

Arcadio R.C. dijo...

En la política contributiva los impuestos indirectos (IVA) no discriminan las diferencias de renta, por lo tanto incrementarlos se considera, en términos generales, poco progresista. Los impuestos directos (IRPF) graban los ingresos, si son progresivos (tipos más altos para los que más ganan) se consideraran progresistas porque contribuyen a redistribuir la renta más que los otros. Si las rentas que proceden del trabajo se cargan hasta un cuarenta y tantos por cien, en los tipos más altos, y las que proceden del capital en sólo el 18 (es el caso español), se está beneficiando al capital sobre el trabajo. Si con el argumento de que los impuestos elevados detraen capital del mercado se rebaja el esfuerzo fiscal, la administración no podrá ofrecer servicios como enseñanza, sanidad, etc. gratuitas y de calidad, ni subsidios (paro, becas, maternidad…) que es un modo de redistribuir la renta: se extrae dinero de las rentas altas para financiar servicios y subsidios que utilizarán y beneficiarán, sobre todo, a las bajas. Naturalmente hay mucha más actividad legislativa que tiene repercusión redistributiva o al contrario; de hecho la desregulación, es decir el desarme legislativo de los gobiernos en cuestiones económicas ha permitido que se produzca una polarización de la riqueza (es la tendencia natural del mercado) que no se conocía desde la primera mitad del XX. Me refiero a los países desarrollados, naturalmente.
Perdona si te he expuesto cosas demasiado obvias pero es que no sé muy bien a qué nivel debo contestarte.
Un saludo.

Anónimo dijo...

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jaramos.g dijo...

Muchas gracias. Queda clarísimo. No te preocupes por el "nivel". Me interesa tanto el tema, que estoy dispuesto a realizar cualquier esfuerzo de comprensión, si es que llega el caso. Hasta ahora no ha sido necesario. Como el comentarista que me sigue, yo también deseo leer (= que escribas) más sobre estas cuestiones. Agradecido de nuevo.

Manuel Reyes Camacho dijo...

Lo bueno de leer tus comentarios es que se entera uno de lo que ocurre y porqué ocurre.
Solo añadiría una apostilla: a mi juicio los sindicatos, al menos los nuestros, no han necesitado de la acción depredadora del estado, se han desprestigiado a sí mismos dando amparo en sus entrañas a todos los hiper-vagos del país.

Arcadio R.C. dijo...

Hombre, me suena extraño eso de los hiper-vagos aplicado a los sindicatos ¿No será que se exige a los sindicalistas un comportamiento que ni siquiera estamos dispuestos a aplicarnos a nosotros mismos? Suele ocurrir con algunos sectores, especialmente de la política. Mi experiencia de unos treinta años de sindicalista no avala esa opinión; pero, el problema del sindicalismo en España sí que quizá merezaca algún artículo próximo. Un abrazo.

Arcadio R.C. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

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