Mal año el pasado, para España y para la UE. En España no apuntó la recuperación, el número de desempleados aumentó aún más y la deuda soberana sufrió el castigo del mercado. Las duras medidas del gobierno para enjugar el déficit, urgidas desde multitud de instituciones, nacionales o internacionales, concretas o fantasmales, han tenido el curioso efecto de que desde esos mismos lugares se exprese desconfianza en un país que tiene lastrado su crecimiento por tales medidas. Un absurdo que ilustra sobre la falta de racionalidad en el debate en torno a la crisis y los medios para atajarla.
España no es la excepción. En el resto del continente hemos visto desarrollarse casos más dramáticos y todos sabemos que existen otros varios que, afortunada o desafortunadamente, quién sabe, quedan ocultos en el ángulo muerto de la mirada de los medios; pero, al menor signo de que la noticia pueda ser rentable, saltarán a primera página, lo que para nosotros puede suponer la protección de una sombra refrescante. El problema es básicamente europeo, sin que esto signifique exonerarnos de responsabilidad: hemos vivido un presente, insólito en nuestro pasado, como si fuera a perdurar por siempre y sin advertir que muchas de sus raíces eran insanas. Lo que realmente ha mostrado sus debilidades en la Unión, sacudida por la crisis general, es una estructura construida a impulsos, espasmodicamente, con complejidades innecesarias, inacabada, en la que la bonanza económica durmió en los laureles a sus artífices, que no se ocuparon con la debida diligencia en consolidar lo construido con los nuevos elementos que reclamaba un conjunto bien hecho. Es más, la deriva neoliberal de los últimos tiempos hace mucho que se apoderó de las políticas de construcción de Europa, empujando a la Comisión a que se ocupe, más que nada, de mantener bajos déficit y deuda en los países miembros, mientras el BCE se consolida como una mera herramienta para controlar la inflación y nada más. La presión que una y otro han ejercido sobre los gobiernos ha ido desmantelando o, al menos, creando un estado de opinión favorable al desmantelamiento de los servicios sociales que prestaban y que eran el sello identificador de Europa. La prédica y la práctica del abandono de la política ha venido a desembocar, como siempre, en una política de derechas liberal. La crisis lo ha agudizado todo, las presiones y las políticas antisociales, incluso las contradicciones entre Estados que la bonanza mantenía desleídas.
El proyecto europeo inició sus primeros pasos con el marchamo del capitalismo liberal, de ahí las reticencias, expresadas muchas veces por la izquierda más activa, pero, aún con ese sello, cabía esperar mayor decisión a la hora de abordar la política. No se construye un Estado, un superestado o una federación con sólo instrumentos económicos técnicos, sin contaminación política, porque la unión económica por sí sola no es más que un esqueleto sin encarnadura, que anuncia desmoronarse ante el primer vendaval. La crisis no amenaza a Europa porque sea mal proyecto sino porque no es más que un conglomerado económico sin suficiente cemento político. Si bien ha sido un acierto empezar la construcción europea por la puesta en común de los recursos y su gestión, muestra evidente de sentido práctico, ha de llegar la hora en que se remonte el vuelo y ese momento es el que parece estar demorándose en exceso.
1 comentario:
Lo que está dejando claro la crisis del 2008, que continua actualmente con su enésima metamorfosis, es que no puede existir una economía globalizada con estructuras de control a nivel nacional. Más tarde que pronto se han puesto las pilas los pocos organismos económicos internacionales que existían. Pero hará falta que dichos organismos tengan más competencias, antes de cantar victoria. Ahora se limitan a las auditorias, a los avisos preventivos o a prestar ayuda de último recurso. Solo tenemos que fijarnos en la UE para darnos cuenta como las naciones se resisten a ceder poder a organismos supranacionales de control económico. Mientras las economías europeas vayan por libre, la unión solo tiene un final, ¡su disolución!
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