La revolución en Túnez tiene un cariz insólito en el ámbito musulmán, e incluso, magrebí: es una revuelta laica y democrática. No sabemos qué caminos recorrerá, ni cuál será el desenlace, pero de momento su arranque es esperanzador, precisamente por la ausencia del islamismo, fantasma que ha acabado por ahogar cualquier intentona democrática en el mundo que habitualmente llamamos árabe. Ya que ni está ni se le espera, que no se presente inopinadamente, lo que no es del todo descartable.
Túnez es un país ilustrado, para los estándares de la zona, con una estructura social que cuenta con una clase media amplia y un porcentaje de población joven explosivo, abocado a una lamentable situación económica con un desempleo desesperanzador y un alza de precios insoportable en los productos básicos. Si a eso se une la carga de un mandatario que defraudó hace tiempo las esperanzas puestas en él y se rodeó de corruptos esquilmadores del erario público (está por ver la influencia que han tenido en la revuelta las revelaciones de los papeles de Wikileaks sobre la familia política del presidente), la revolución era explicable, y hasta predecible.
La situación en toda la zona es inestable: Egipto o Argelia se enfrenta a un magma social que empieza a burbujear de modo alarmante. La cuestión diferencial respecto a Túnez es que en ellos la presencia islámica es muy fuerte y cualquier revuelta popular se verá seguramente mediatizada por ese dato que aporta un punto de inquietud extra. De hecho Egipto ha sido el hogar donde nació el islamismo moderno con aquella denominada Sociedad de los Hermanos Musulmanes (1920), que se extendió después como las ramas de un árbol con mil y un brotes de los que Hamás, Hezbolá, etc. dan hoy penoso testimonio.
El mundo árabe se nos presentaba como inasequible a los principios de la modernidad, es decir, la democracia y los derechos humanos (que son universales, no un producto de occidente, como algunos quieren hacernos creer). Esta revolución rompe esa imagen y por primera vez desde hace mucho un país de esta fachada del Mediterráneo parece querer encarar el futuro hollando la senda que ignora la religión y el oscurantismo. Ojalá (soy consciente de que esta palabra es una invocación a Alá, ironías de la lengua) no se frustre tanta esperanza y que estos sucesos, lamentablemente sangrientos, no sean sino un abrir ventanas al futuro.
1 comentario:
Ojalá. ¡Y que cunda!
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