4 abr 2011

Para qué sirven los impuestos

Reconozco que el título tiene un tono didáctico que espanta y si yo mismo lo viera encabezando cualquier artículo es muy probable que no lo leyera; sin embargo, la tonta experiencia de la vida cotidiana me enseña que lo que parece obvio se convierte con frecuencia en tema de polémica, que, a su vez, es posible que acabe consagrando lo imposible por la vía de negar y condenar lo evidente. Comprobarlo no es muy difícil, sólo hay que vivir.

Dicen los fieles de la iglesia liberal que en realidad no sirven para nada bueno, porque retiran dinero del mercado restando a la sociedad capacidad de negocio y crecimiento y engordando la burocracia del Estado. Como, en definitiva, salen de nuestro bolsillo todos estamos tentados de darles la razón casi sin necesidad de más explicaciones. Además, agregan, con ellos se financian subvenciones, subsidios y servicios que interfieren en la libertad de mercado impidiendo la máxima eficiencia que se alcanzaría con la libre competencia. Esta parte puede torcer el gesto a algunos, pero si se admite lo primero habrá que conceder lo segundo. La derecha española no es precisamente liberal porque mayoritariamente es hija del franquismo (exceptuando a la derecha nacionalista, de otro ADN), que no creía en ninguna libertad, ni siquiera en la de mercado. Pero el reclamo de los tiempos es inevitable, así que, mal que bien, busca acomodo al abrigo de sus hermanos europeos, más sinceramente liberales.

La sacralización de los impuestos vino con aquel invento, ahora en vías de desmantelamiento, del Estado del bienestar, que, por cierto, tuvo un origen foráneo. Proporcionar servicios básicos gratuitos, poner las bases para que todos tengan igualdad de oportunidades cuesta una pasta, que sólo se podía obtener de los impuestos. Por este procedimiento, si son progresivos se convierten en un instrumento de igualación social transfiriendo renta de las capas altas a las bajas. Por supuesto que interfieren en el mercado y entorpecen cierta libertad de competencia, la cuestión es qué es preferible, y la conclusión es que depende, más que de unas pretendidas inalterables leyes de la economía, de un sistema de valores éticos.

La crisis nos empuja a la insolidaridad. El “sálvese quien pueda” se impone embotando las conciencias y acaba por arte de birlibirloque convirtiéndose en eslogan salvífico. El presidente murciano se ha pronunciado por el copago en la asistencia sanitaria, despertando la sospecha de que es uno de los elementos del programa oculto del PP, al unirse en nuestro oído lo anterior a la machacona cantinela de la reducción de impuestos. Como la enseñanza es el otro gran servicio por el coste al Estado, cabría pensar que se están cociendo soluciones similares para ella. De hecho ambos se han visto afectados desde hace unos años por la deserción de muchos ciudadanos, afectados por el síndrome epidémico de nuevos ricos que hemos padecido, y han sufrido un desprestigio proporcional. Es difícil no ver que llevan camino de convertirse en unos servicios mínimos de asistencia social para los que carecen de recursos, con su consiguiente degradación (la sustitución del afán de igualdad por la caridad es un gesto social recurrente que se justifica con llamadas a la realidad). Sólo la, hasta ahora, breve permanencia de la derecha en la dirección del gobierno ha frenado el proceso.

Lo que se pretende con la fórmula del copago no es estimular la responsabilidad de los usuarios sino hacer que cada cual se pague lo suyo, con lo que los derechos se reducen o se hinchan en función de la renta. Nada nuevo, por cierto, pero para este viaje no necesitábamos alforjas. Al fin y al cabo nos va a llevar al punto de partida. ¿Alguien no entendía por qué a la derecha se le aplica el calificativo de conservadora y se le niega el de progresista?

5 comentarios:

emilio dijo...

Pues sí, creo que esta entrada puede generar polémica, y yo además voy a hacer de abogado del diablo:
Me parece que una visión de "público es igual a progresista" ( y vicev.)es una visión maniquea porque: ¿lo de dar zp 400 € a todos por igual era progresista? ¿no era más bien electoralista?
Pues lo mismo se podría decir en la sanidad y en la enseñanza:
¿No deberían las familias pagar unos gastos mínimos para el mantenimiento (y la autonomía)de los centros. ¿No deberían hacerse cargo de los gastos, digamos de agua, luz y calefacción?
Por otro lado, no hay que olvidar la concertada y la privada.
En un país en el que los "ministros" (y de ahí para abjo todo el que puede) envía a sus hijos a la privada...Y lo mismo con la sanidad.
Te escribo un poc rápido por falta de tiempo, pero el asunto requiere algo mas de detenimiento. Un abrazo: emilio

Arcadio R.C. dijo...

Quizá debiéramos ponernos de acuerdo sobre lo que entendemos por progresista. Para mí no hay duda de que la gestión privada, si es mercantil tiene como objetivo primario (no puede ser de otra forma) el beneficio; si es altruista será siempre insuficiente e incompleta y, además no estará exenta de servir, prioritariamente también, otros intereses ¿No tenemos experiencia suficiente con la Iglesia? Así que, lo progresista, o sea, lo que permite avanzar en los derechos y la igualdad de la totalidad, es lo público, siempre que la cosa pública se organice democráticamente.
Estoy contigo en que la práctica de la mayoría de los ciudadanos tiende a huir de lo público por considerarlo de baja calidad, o porque siempre nos gusta vernos, o que nos vean, en una posición social más alta de la que nos corresponde; menospreciar lo gratuito está en esa lógica. Hay un giro sociológico hacia la derecha que parece arrollador, pero no se le combate dejándose arrastrar por la corriente, sino intentando encauzarlo. Seguro que aún no hemos agotado todos los recursos.

jaramos.g dijo...

Amigo Arcadio, me he estado frenando a mí mismo para no escribir un comentario a este nuevo artículo tuyo, que leí (como todos) nada más hacerlo público. ¿Sabes por qué? Porque me he propuesto no hablar o hablar lo menos posible de asuntos para los que normalmente se manejan los términos "derecha" e "izquierda". Creo que están tan desgastados e incluso pervertidos los conceptos, que inducen a polemizar sin motivo, a enfrentar dialécticamente, a confundir, a personas que tal vez en el fondo piensen casi lo mismo. Creo, por eso, que piden una aclaración de su referencia al usarlos (y no vamos a estar siempre explicando lo mismo). Más concretamente, en un país o en una región, pongamos Andalucía, gobiernan unos y son la oposición otros (éstos últimos, divididos también en dos grupos). Hasta aquí, bien. Lo que ya no admitiría sin discusión en quién es la derecha y la izquierda, si es que los citados partidos admiten adjetivos diferenciadores realmente sustanciales, es decir, si se distinguen de verdad, aparte de las cuatro cosas superficiales y de propaganda electoralista. Todo esto no quiere decir que no pueda yo distinguir teóricamente una y otra ideología; sencillamente, no las reconozco como netamente distintas en el parlamento, en el gobierno, en los ayuntamientos... Salud(os).

Arcadio R.C. dijo...

La clasificación de las políticas en dos grandes categorías fue siempre simplificadora, pero perfectamente clarificadora. Si todo es clasificable, y buena parte de la tarea intelectual es meramente clasificatoria (¿en tu materia, la lengua, no se hacen clasificaciones?) ¿por qué en política no habrían de hacerse?
Me temo que esto no es un problema de la ciencia política, sino de la psicología: opinar sobre la acción política nos encasilla a nosotros mismos y puede que eso nos moleste; habrá quien incluso descubra conflictos entre su pensar consciente, o la imagen que quiera proyectar y su acción inconsciente.
Puede haber más clasificaciones pero esta es tan valida, a mi juicio, como cualquier otra, y además la avalan un par de siglos.
Saludos, amigo.

jaramos.g dijo...

No me refería a la clasificación, a los conceptos de..., esos los tengo claros y sirven para lo que sirven, como todos los instrumentos o construcciones teóricos. De eso no hay duda. Hablaba de la realidad de la práctica política, donde pululan seres que se presentan a sí mismos como de izquierdas o de derechas, sin otro fundamento ni razón que su propia afirmación o adscripción verbal, porque sus comportamientos políticos van por otros caminos y obedecen a otros criterios que la ideología. Ahí reside la confusión, muchas veces provocada e interesada, creo yo. Salud(os).