Pero esta clase también ha pasado. El anonimato del capital ha ido vaciando de vestigios familiares a las entidades, que a veces conservan el nombre sólo por razones de márquetin. Es cada vez más raro ver esforzados capitalistas que dirijan sus negocios con una visión de futuro, como una empresa familiar, asociando su éxito al de aquella. Conforme las finanzas se han ido colocando a la cabeza de la economía desplazando de las posiciones hegemónicas al comercio y a la industria, una clase de expertos, salidos de los centros educativos de excelencia, ha ido desplazando a los antiguos empresarios. Son una clase de asalariados de lujo, cuya vinculación con la empresa se reduce al contrato que ambos firmaron.
Las sociedades anónimas se inventaron porque las necesidades de innovación tecnológica a que avocaba la competencia sobrepasaban con mucho las posibilidades de autofinanciación y era preciso atraer capital. Al principio, a los antiguos propietarios les resultó fácil mantener la mayor porción que les permitiera controlar los consejos de administración; pero, el proceso de incremento de presión financiera acabó por expulsarlos y fueron paulatinamente sustituidos por ejecutivos expertos. Los nuevos líderes son asalariados con valores y prácticas muy diferentes de las de los antiguos propietarios, pero también alejados de los intereses del resto del asalariado con el que no comparten prácticamente nada. Su éxito consiste en el crecimiento de los beneficios de la empresa a corto o muy corto plazo, lo que enriquecerá su currículo para justificar nuevas remuneraciones que fijan ellos mismos (bonus millonarios o blindajes en sus contratos), o para saltar a otra posición mejor, en la empresa o fuera de ella. Las perspectivas a medio o largo plazo le traen sin cuidado; desprecian cualquier obligación social de la empresa que lastre mínimamente su crecimiento o sus resultados en el mercado de valores; ignoran cualquier admonición que reclame garantías ecológicas o éticas, a menos que puedan ser utilizadas en sus campañas de promoción; hacen méritos expulsando al paro o a la jubilación anticipada a miles de sus subordinados, lo que explican como estrategias de incremento de la productividad e innovación; se imponen con autoridad incontestable sobre accionistas y usuarios; saltan de la empresa a la política y viceversa alegando no estar contaminados ideológicamente y exhibiendo sólo sus credenciales de expertos gestores, y desde la administración pública y los organismos internacionales legislan y aplican políticas que favorecen sus intereses de grupo; comparten una misma ideología elaborada y difundida desde foros internacionales (escuela de Viena, que condenó el marxismo; escuela de Chicago, que renegó del keynesianismo), entroncada con el más rancio liberalismo, al que han consagrado como pensamiento único.
Son una nueva clase social con su capa alta y su caballería. La nueva aristocracia.
2 comentarios:
Leyendo tu artículo, tan instructivo para mí como todos, me he imaginado a ese grupo social que llamas nueva aristocracia como un conjunto de máquinas o robots, programados para realizar beneficios allí donde los pongan, a costa de lo que /quien sea, sin alma ni corazón. Hay muchos hombres y mujeres máquina en otros estratos y ámbitos, creo. Salud(os).
Una buena imagen. Realmente se comportan como un engranaje en una maquinaria, pero ¿no ocurre lo mismo con cualquier grupo social aplicado a las tareas que le son propias? Vista desde el exterior nuestra sociedad, tan compleja, debe parececerse mucho al funcionamiento de un hormiguero, sólo que con capacidad para rediseñarse más o menos rapidamente, de modo que cada cierto tiempo puede parecer diferente, aunque lo esencial permanece. saludos.
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