Los acontecimientos políticos
últimos lo confirman: cambio en Portugal, caída de Papandreu, crisis en Italia
donde se tambalea Berlusconi, elecciones anticipadas en España, eso sin contar
sucesos anteriores como los cambios de gobierno en Reino Unido, Islandia,
Irlanda, etc. Con todo, esto no son sino los efectos en la epidermis del cuerpo
político, la convulsión real es más profunda y prolongará la inestabilidad y
agravará las consecuencias. Ayer en El País Ignacio
Sotelo habla del agotamiento del ciclo de la transición en España,
enmarcándolo en la secuencia histórica de los dos últimos siglos y en la crisis
económica. Merece la pena leerlo.
Ciertamente, algunos signos
parecen confirmar esta hipótesis. Uno de ellos es el peligroso nivel que ha
alcanzado el problema territorial. A algunos nos parece que el desarrollo del
Estado de las Autonomías ha llegado a un callejón sin salida. Los trucos para
sortear obstáculos y disimular deslices, los agravios, las frustraciones y los
excesos se han ido acumulando para llegar a convertirse en un pesado lastre que
amenaza con romper definitivamente un consenso que nació ya deshilachado. En
estas circunstancias ningún caldo de cultivo es mejor para la ruptura que la
crisis económica. Lo que se insinúa como inevitable es que la próxima
legislatura tendrá este asunto como protagonista principal, y lo que sorprende
extraordinariamente es que ni Rajoy ni Rubalcaba lo tocaran en el debate. Como
si no existiera. La incomodidad que sienten ante la cuestión les ha empujado a
ignorarlo, y si ninguno de los dos grandes partidos es capaz de afrontarlo
¿cómo se puede esperar su remedio? No lo habrá, es un problema enquistado para
el que el actual sistema no tiene solución.
Un signo de agotamiento del
ciclo, como lo es también el enajenamiento de la acción política y de los
políticos. Apunta ya la segunda generación tras la Transición, que muestra una
total indiferencia cuando no desprecio por aquello que se consideraron logros
extraordinarios. Toda la arquitectura política que entonces se edificó está
siendo puesta en cuestión, desmitificando o rebajando sus pretendidas
excelencias. Lo lamentable del asunto es que la demolición se hace con la
piqueta libertaria y anarcoide del nihilismo político, no hay proyecto
alternativo. Pero esa es otra cuestión. El ciclo de la Restauración (ver el
artículo de I. Sotelo) terminó en una larga crisis que tiene en sus comienzos
el golpe de Primo de Rivera y en su final el de los militares del 36, para cuya
justificación (la de ambos) la opinión pública había entregado en bandeja un
descomunal desprestigio de la política y de los políticos. La historia no se
repite, pero las condiciones que terminaron con el régimen parlamentario
decimonónico, primero, y el proyecto democrático republicano después, son semejantes
a las actuales en lo que a estimación de la política se refiere. Deducir de ello
una erosión catastrófica del sistema, acelerada por la situación económica, no
parece descabellado.
El turno de partidos, derecha
(UCD, PP) centro izquierda (PSOE), puede haber concluido si el resultado de las
elecciones a Cortes Generales se decanta con decisión hacia la derecha, como en
las territoriales y locales. Con ello se habría liquidado otro de los
fundamentos del sistema heredado de la Transición.
Atasco autonómico, desprestigio
radical del sistema y de los políticos, ruptura del mecanismo de turno
partidario… Demasiadas averías para que siga funcionando la máquina, a la que,
además, se ha cambiado el lubricante del bienestar por la arena y las piedras
de la crisis.
1 comentario:
Excelente artículo. Sabes presentar un tema "delicado" de forma verdaderamente interesante !
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
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