11 nov 2011

Platón. El lado oscuro

            La primera frase del evangelio de  S. Juan, “En el principio era el logos”, es una proposición platónica. Desde sus primeros momentos el cristianismo se sirvió de la filosofía griega, básicamente del platonismo. El desarrollo posterior de la fe cristiana, convertida durante más de un milenio en pensamiento único,  elevó a las cumbres de la excelencia, ya que no a los altares, a los filósofos que aportaron las muletas para su andadura dogmática: Platón y Aristóteles. A la vez sumió en el olvido y el desprecio al pensamiento que condenaba la superstición basándose en la observación de la naturaleza: la ciencia jónica y el epicureísmo. Todavía hoy el vocablo materialismo, con el que se puede nombrar a este pensamiento, tiene ciertas resonancias de perversión, bajeza o grosería en el subconsciente de la mayoría.
A mediados de los 60 apareció en España la obra de B. Farrington Ciencia y política en el Mundo Antiguo. No exagero si digo que fue un revulsivo, una revelación para los que éramos estudiantes en aquellas fechas. De hecho ponía patas arriba la idea que se nos había inculcado del pensamiento griego clásico y de su influencia en nuestra civilización. De pronto uno de los ídolos de la cultura occidental, Platón, quedaba reducido a la condición de un manipulador, que desde los intereses de clase (la aristocracia ateniense) ponía en pie un sistema de pensamiento en el que la negación de la realidad sensible y la superstición constituían su núcleo, mientras su finalidad no era sino impedir a las clases populares el acceso al conocimiento.
En La República presenta el filósofo una utopía política con una sociedad dividida en castas de entre las cuales la minoría ilustrada (hombres de oro) tendría el monopolio del poder político, mientras que la misión del pueblo (hombres de hierro) se reducía al trabajo. En Las leyes propugnaba la imposición de una religión de Estado consistente en la divinización de los cuerpos celestes (el Sol, la Luna…), a la vez que se pronunciaba por el mantenimiento de los cultos tradicionales, con graves penas para los incrédulos en ambos casos, aunque él solo creía en los beneficiosos efectos que tendría sobre los bajos instintos y pasiones del pueblo.
En el Mito de la caverna unos hombres encadenados (limitaciones de su naturaleza corpórea) solo ven sombras proyectadas sobre la pared (el mundo natural) a las que creen la única realidad, aunque sólo son apariencias, reflejos de la verdadera realidad que se encuentra fuera de su alcance visual. De este modo niega la posibilidad del conocimiento con la observación directa sobre la naturaleza, es decir de la ciencia. Para él el hombre tiene una naturaleza dual: espíritu y cuerpo. El alma se encuentra encerrada en el cuerpo, entorpecida y cegada por la naturaleza corpórea; pero, aquella, pertenece al mundo elevado de las ideas, ha preexistido en contacto con ellas, por tanto, conocer no es sino recordar, lo que se logra con la ayuda de la dialéctica o discusión razonada. Con tal superchería rechazaba y condenaba el conocimiento científico que los filósofos de la naturaleza jonios y el materialismo epicúreo habían alumbrado trabajosamente.
En los siglos siguientes idealismo (neoplatonismo) y materialismo (atomismo, epicureísmo) continuaron su lucha, no sólo con las ideas sino también en la política, ya que el primero es desde un principio la identidad ideológica de la oligarquía, por lo que el último parece batirse en retirada, no en balde la democracia es sólo un mal recuerdo; hasta que el cristianismo, equipado con las armas intelectuales que Platón le había proporcionado y en posesión de una influencia decisiva sobre el poder político, acaba anatematizando todo materialismo.
Dos citas de Farrington: 1) «Anaximandro, en el siglo VI a de C., enseña una teoría de la evolución basada en la observación. Cosmas en el siglo VI d. de C. enseña una teoría basada en la Biblia, según la cual el Universo está hecho a imitación del tabernáculo de Moisés»; 2) «En el siglo V a. de C. el poeta pagano Empédocles sostiene la necesidad de un conocimiento de la naturaleza de las cosas. En el siglo V. d. de C. el poeta cristiano Prudencio niega el conocimiento de la naturaleza de las cosas».
¿Qué ha ocurrido para que se dé semejante regresión entre unas y otras situaciones separadas por mil años en los que se supone debería haber habido un importante progreso? Entre otras varias cosas, la interferencia nefasta de Platón y el cristianismo.

3 comentarios:

jaramos.g dijo...

¿No habría que mencionar la influencia de otra línea de pensamiento griego, el aristotelismo, más acorde con el desarrollo del pensamiento científico? ¿Y recordar que pasó a Europa gracias a los árabes (religiosos donde los haya), la Escuela de Traductores de Toledo...? ¿Y, por último, citar el papel de Santo Tomás y la escolástica en la difusión y asentamiento del aristotelismo? ¿No habría que considerar el cambio que supone el Renacimiento en el mundo de las ideas filosóficas, la concepción del mundo y la confianza en el conocimiento humano? Amigo Arcadio, te aseguro que no son preguntas retóricas. Extraordinario articulo. Por cierto, si conoces algunas de las obras de Juan José Millás (al que admiro), supongo que sí, verás (al menos yo lo he visto) el poso de platonismo que presentan. Salud(os).

Arcadio R.C. dijo...

Es verdad todo lo que sugieren tus preguntas, pero en esta ocasión sólo me había propuesto hablar de Platón y lo que he llamado su lado oscuro, una especie de contrahistoria del personaje.
Amigo Jaramos sigo intentando colocarque algún comentario en blog sin conseguirlo. No sé a qué se debe porque otros si lo consiguen, como puedo ver.
Me encanta Millás, pero la verdad es que no había reparado en lo que dices. Me fijaré.
Gracias y saludos

jaramos.g dijo...

Siento esa clausura involuntaria de mi pobre blog. No sé a qué se debe. Tal vez otros hayan encontrado también la puerta cerrada. Si quieres, puedes enviar los comentarios por email: jaramos.g@gmail.com
Salud(os).