13 dic 2011

Cuadrar el círculo

Miguelcerámica. "Cuadrando círculos"
            Nadie es perfecto. Todos estamos expuestos a ser presa de contradicciones que sobrellevamos porque las ignoramos más o menos conscientemente. Cuando se hacen evidentes sólo hay dos opciones: desmontarlas con valentía o entregarnos al cinismo. Esto que es cierto para los individuos también lo es para las sociedades.

No parece que haga falta ningún esfuerzo para demostrar que la monarquía como forma de gobierno está en flagrante contradicción con los principios democráticos más elementales. Otra cosa es que consideremos que es útil políticamente aquí y ahora, lo que, como decía antes, no deja de ser una salida cínica: sacrificar los principios por el pragmatismo es puro utilitarismo, si además defendemos el derecho a hacerlo, es cinismo. Estoy convencido de que la vetusta institución no resistiría el debate sobre la utilidad, pero me interesa más hoy resaltar algunas de las contradicciones que aparecen y se multiplican esperpénticamente en su devenir cotidiano.

Una. Visitó la reina a la infanta en su domicilio americano, estos días de tribulación por los oscuros negocios de su yerno, y el suceso ha provocado diversas interpretaciones que van de la crítica a la alabanza. Leo  que como madre ha hecho lo que debía, apoyar a sus hijos, pero que como reina su gesto es muy criticable. La cuestión es que la reina no puede separar su función de madre de la que le corresponde políticamente. En realidad está ahí para y por ser madre. En una institución hereditaria la función reproductora de sus miembros es fundamental. Puede parecer arcaico, y lo es, pero lo que cabe esperar de la reina en primer lugar es que dote de herederos a la corona. Ninguna puesta al día de la monarquía puede ignorar este mandato porque está en su esencia. Cualquier mujer tiene el derecho a planear y dirigir su realización personal incluyendo o excluyendo en ella la maternidad, la reina no. La cuestión no es si ha actuado como madre o como reina, sino que su relevante papel en la jefatura del Estado está vinculado esencialmente a su maternidad, lo cual no deja de ser delirante.

Dos. La boda del Príncipe de Asturias dio lugar a otra polémica porque la elegida no pertenecía a ninguna casa real, ni siquiera a la nobleza. En la elección no intervino ningún otro factor que la atracción amorosa, como se supone que debe ocurrir en cualquier pareja de hoy. La mayor parte de los españoles, como no podía ser menos, aprobaron esta conducta. Sin embargo, conviene no olvidar que si el príncipe tiene reservada la jefatura del Estado es sólo por su sangre, la nuestra es una monarquía dinástica. Históricamente las bodas reales fueron cuestión de Estado y siempre se eligió a las o los consortes entre familias reales o próximas a ellas, sencillamente porque lo único que fundamenta su derecho a reinar es su ascendencia genética. Es absurdo, pero tiene una explicación histórica. Que la corona estuviera al alcance de cualquier ciudadano además de absurdo carecería de justificación alguna. Una supuesta modernización de la monarquía no puede ignorar su condición dinástica sin ignorarse a sí misma. Que la monarquía se acerque a los ciudadanos es un imposible porque en el proceso perdería sus privilegios, que son su esencia, y dejaría de ser.

Tres. El laicismo es la condición de un Estado democrático moderno. En España esta es una cuestión no resuelta del todo y uno de los hechos que más hacen por mantener la ambigüedad es el exhibicionismo católico de la casa real. Y es que monarquía y religión son inseparables: la Iglesia proporcionó los argumentos que justificaron el poder monárquico. En una sociedad moderna no tienen cabida los privilegios («Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos…», decía la Declaración de Derechos del Hombre de 1789), sólo en el ámbito de la religión es posible la excepción si la cargamos a la voluntad divina, que, por definición, prevalece sobre las demás. De hecho la Iglesia siempre justificó las desigualdades de este modo y más que a combatirlas se aprestó siempre a recomendar su aceptación, si es necesario, con resignación. Una monarquía moderna debería ser laica, pero eso generaría una imagen absurda, nunca vista.

Las monarquías que subsisten hoy han elegido dos caminos distintos para su supervivencia: el británico, que consiste en conservar, dentro de lo posible, toda la parafernalia con que históricamente se adornó, refugiándose en la religión y exhibiendo un ritual ostentoso y una imagen hierática, con qué hipnotizar a las masas; el continental, que hace gala de adaptarse a los modos democráticos propios de este tiempo. Ambos conducen al absurdo. Ni su Graciosa Majestad con sus espectáculos circenses, ni su Católica Majestad con su presunto aggiornamiento, serán capaces de cuadrar el círculo.


3 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Ya conoces mi opinión...un gran artículo!

Mark de Zabaleta

jaramos.g dijo...

De acuerdo al cien por cien, Arcadio. Incluso podrían descubrirse algunas contradicciones más. Salud(os) y feliz Navidad.

Juliana Luisa dijo...

Estoy de acuerdo con lo que dices.
Un saludo