Para el pensamiento liberal
privatizar la moneda no sería más que devolverla a su estado natural. Para él,
los Estados la secuestraron en su propio beneficio; la sometieron al señoraje (obtención de recursos mediante
la rebaja de la ley cuando era metálica, después convertida en papel y perdida la
convertibilidad, con la fabricación de un exceso de billetes), manipulándola,
alterándola para utilizarla como instrumento de sus políticas, generando inflación
y deteriorándola continua e imparablemente, lo que aboca a crisis financieras
inevitables. Si los Estados abandonaran su monopolio y la moneda pudiera ser
emitida por bancos libre y privadamente y competir entre sí, prosperarían,
aseguran, aquellas que despertaran mayor confianza y serían desechadas las que
no ofrecieran garantías, el concepto de inflación desaparecería y las crisis
monetarias pasarían a mejor vida, convertidas en anécdotas históricas. Conviene
advertir al lector ingenuo que lo bueno de todas la propuestas liberales es que
utilizan términos eufónicos y conceptos que se mueven en el lado luminoso de
nuestro espíritu, tales como natural,
libertad, etc., lo malo, que cuando tratamos
de visualizar el paraíso prometido no hay modo de hallarlo.
Históricamente la acuñación de
moneda era el acto de soberanía por excelencia, lo primero que hacía cualquier
soberano legítimo o usurpador (si era así con mayor razón). Pero muy pronto las
monedas empezaron a saltar fronteras. El primer intento registrado data del
S.III antes de nuestra era cuando una liga de ciudades griegas acordó normas
monetarias comunes; el último en el camino de la transnacionalidad, la creación
del Euro. Entre ambos hay una larga lista de monedas que trascendieron los
límites de sus Estados, generalmente acompañando a los imperios que estos
crearan, pero superando incluso sus fronteras: Diocleciano en 292 impuso, por
fin, en todo el territorio del Imperio la moneda romana; Bizancio creó una moneda
de oro que se impuso en Oriente y que fue imitada después por los califas (dinar); reeditada en Córdoba (s. IX) se
impuso en Europa, donde la imitaría Carlomagno, más por necesidades políticas
que económicas; en la Edad Moderna el real de a
ocho español (plata), acuñado en las cecas americanas se impuso en
aquel continente y alcanzó Europa y Asia, convirtiéndose en la moneda de curso
legal en EE.UU tras su independencia y en modelo del futuro dólar; en tiempos
contemporáneos la libra (patrón oro) se señoreó de buena parte del mundo en los
momentos de esplendor del Imperio Británico, hasta que fuera desplazada junto a
otras monedas europeas por el dólar a partir de la Primera Guerra Mundial, pero
sobre todo desde Bretton
Woods (1944). Sin embargo ninguna de estas supermonedas se convirtió en
global y única.
En 1867 bajo los auspicios de Napoleón
III hubo un intento de crear una moneda para toda Europa y Estados Unidos, lo
que, teniendo en cuenta la proyección colonial del continente la hubiera
convertido en casi universal. No prosperó, en parte porque el patrón oro
funcionaba en cierto modo como un sistema unificado. De hecho, el anclaje de
todas las divisas con el oro operó con estabilidad hasta la Gran Guerra. Desde
ese momento fueron abandonando la convertibilidad una moneda tras otra. Al fin
el caos de los años treinta y de la Segunda Guerra Mundial desembocó en la
conferencia de Bretton Woods, de la que salió un nuevo sistema monetario
centrado en el dólar única divisa que mantenía la convertibilidad, mientras las
demás establecían el cambio con él. El nuevo sistema funcionó perfectamente
hasta los setenta, en que el dólar abandonó la convertibilidad (1971) y sufrió
dos devaluaciones consecutivas. Algunas de sus instituciones subsisten aún (FMI, BM).
En aquella conferencia Keynes
había presentado el primer proyecto de divisa única mundial (Bancor).
Roosevelt se mostró entusiasmado al principio pero al final se impuso el interés
particular de USA que estaba en una situación inmejorable para imponerlo y se
decantó por el dólar. El segundo lo debemos a R. A. Mundell, Nobel de economía (1999)
y padre del Euro, aunque su propuesta no es de una moneda única pero sí
universal (Intor, contracción de
“International dollar”), con la que las divisas nacionales fijarían el cambio.
La tercera es de “The Economist”
(1988 y 1998), proponiendo unos procedimientos que en buena parte fueron los
que siguió el Euro. En España han formulado otras tantas propuestas Jesús
Lizcano y Ramón Tamames. Existe alguna
más, pero éstas son suficientes para comprender que la idea lleva tiempo
gestándose; sin embargo todas ellas son anteriores al euro o a su crisis actual.
Hoy, con el dominio de las tesis neoliberales, la emergencia de nuevas
potencias económicas y una coyuntura tan complicada, es imposible predecir cuál
será la dirección de los acontecimientos: hacia una moneda única gestionada por
entidades trasnacionales, o hacia monedas privadas emitidas por empresas
financieras compitiendo entre sí en un mercado monetario libre. La cuestión es
si a medio plazo en un mundo globalizado es posible mantener una situación del
tipo de la actual con monedas nacionales, o casi.
3 comentarios:
Un excelente artículo. Está claro que la moneda mundial es un caso de estudio teórico...de difícil/imposible materialización...Salvo que hablásemos de "dolarización" !
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
Tengo entendido que de nada sirve unificar la moneda si no se aplica una cierta homegeneización a las respectivas economías. Tampoco estoy seguro de que esto venga muy a cuento de tu documentadísimo artículo. No sé, se me ha venido a la cabeza. Salud(os).
Cada uno de los proyectos que yo me he limitado a enumerar tienen sus complejidades y llenan muchas páginas. Todos preven situaciones concretas y afirman su viabilidad, pero el análisis en profundidad lo dejo para quien esté más capacitado que yo, que sólo soy un curioso en estos temas.
Gracias Mark. Gracias Jaramos. Un saludo a ambos.
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