El liberalismo como toda
ideología se mueve en el terreno de las ideas. Es un constructo utópico que, ni
en el pasado ni en el presente se ha convertido en una realidad completa
palpable. Pero sí que hemos podido sentir en determinados momentos su envite,
con fuerza variable, desde el XIX. Apareció en esas fechas como una opción
revolucionaria empeñada en romper las ataduras que imponía al individuo el Antiguo
Régimen: las que procedían de la dictadura moral e intelectual de las iglesias;
las que emanaban del ejercicio legislativo, judicial y ejecutivo de las
monarquías despóticos; las que imponía la sociedad tardofeudal y gremialista.
Su momento de apogeo (segunda
mitad del XIX) se quebró con las crisis de finales de siglo y principios del XX
alternadas espectacularmente con las dos grandes conflagraciones mundiales. Las
turbulencias de ese periodo alumbraron una sociedad más democrática en la que
la hegemonía política recayó en «la coalición histórica que se construyó entre
el movimiento obrero organizado y las nuevas clases medias de funcionarios,
empleados de servicios y profesionales por cuenta ajena» (*). Fue el
momento de la socialdemocracia, el
tiempo en que asumió la gestión del capitalismo: treinta años (1945/75) de
crecimiento y redistribución de la riqueza que consolidaron los modos
democráticos y los extendieron por el mundo, desacreditando a los fascismos por
un lado y a los comunismos por el otro.
La erosión que en los últimos
tiempos ha sufrido la base social de la socialdemocracia y la emergencia de
nuevas clases: una aristocracia formada por altos gestores de empresas, una
élite financiera constituida por expertos salidos de las escuelas de negocios y
la burguesía tradicional reciclada que dejó de hacer ascos a las propuestas
liberales que hace un siglo le parecían inaceptables (Pio IX condenó
formalmente el liberalismo) produjeron un relevo en la dirección de la
sociedad.
La cuestión es saber si la
presente convulsión está marcando el comienzo del definitivo triunfo del
neoliberalismo, que ha producido un periodo de riqueza virtual disfrutada con
el embeleso del que hace un viaje al país de las maravillas (también las
burbujas recién reventadas, que fueron su alimento) o si, por el contrario, es
su final.
Sé, como estudioso de la
historia, que las cosas se ven más claras tomando un poco de distancia, y que
la consciencia tiene un cierto retardo en la percepción de la realidad; también,
que los cambios nunca son completos porque se levantan utilizando el material
de desecho de la construcción precedente. Todo ello dificulta el diagnóstico a
los contemporáneos. Así, los socialdemócratas gobernaron con estructuras
heredadas del liberalismo porque no tuvieron ocasión, ni ganas seguramente, de
desmontarlas; los neoliberales lo han hecho conservando de grado o por fuerza
parte del entramado del estado del bienestar. Cuando se gestó la crisis de los
70 parecía que el régimen socialdemócrata estaba en su zenit y, sin embargo, se
estaba fraguando su relevo; su ocaso se ha producido en simultaneidad con el
ascenso de sus sucesores. Por eso me inclino a pensar que aunque hoy parece que
vivimos el triunfo definitivo del neoliberalismo puede que se trate más bien de
un espejismo, de su canto de cisne. El proyecto de vertebrar la sociedad en
torno al interés individual, sin más ataduras que las de la seguridad y el
orden público, podría haber quedado reducido a un sueño, como tantos otros. Al
fin y al cabo, ningún ideal humano ha encontrado nunca realización completa y concluyente.
Esta es la esencia de la historia.
La esencia del futuro es ser una
incógnita, mal que les pese a los profetas.
_________________
*I.
Sotelo: “El declive del ciclo socialdemócrata” en el País 21/5/2012
3 comentarios:
Un gran artículo, que sabe reconocer la dificultad de la opción (económica) a seguir.
Galbraith dijo aquello de "hay dos clases de economistas, los que no saben nada y lo que no saben ni eso"...
Saludos
Mark de Zabaleta
Sentiría que todo quedase reducido a un sueño, a pesar de que estoy de acuerdo en que nunca un ideal humano ha encontrado una realidad completo.
Me conformaría con un pasito hacia un mundo un poco más humano; creo que en los últimos años (aproximadamente) hemos retrocedido en humanidad, casi sin darnos cuenta.
Un saludo
Extraordinaria exposición. Y de las que me gustan: ¡con final abierto! A propósito, me pregunto si la crisis que atravesamos, con el agua al cuello, podría aprovecharse para atar más corto a los banqueros y a los "mercados" en general, y no solo para embridar el cada vez más escaso bienestar social. ¿Habrá políticos con un par? Salud(os).
Publicar un comentario