El ministro Wert ha puesto de
moda a la enseñanza no por reformas “positivas” que haya elaborado y puesto en
marcha sino por haberla metido con evidente entusiasmo en el proceso de
demolición general que ha puesto en marcha el gobierno sobre todos los
servicios sociales. Para esa tarea utiliza como punto de apoyo el desprestigio
que ha generado una crítica sostenida e indiscriminada a la LOGSE y las leyes
que sucesivamente la han reformado, así como los informes PISA que, sin el
análisis crítico adecuado, han sido considerados muy negativos. Por tanto, la
cuestión que se plantea el ministerio no es mejorar la eficiencia del sistema,
sino partir de otros principios, a la vista de panorama tan negativo.
Habría que decir en primer lugar
que PISA lo que realmente mide en su evaluación es la capacidad de un sistema
educativo para obtener buenos resultados en la encuesta PISA, y poco más.
Cualquiera que haya tenido relación con la enseñanza, a cualquier nivel, sabe
que si existe una tarea delicada es la evaluación. Proceso que con la LOGSE se
convirtió (o pretendía convertirse) en continuo y no sólo afectaba al
aprendizaje de los alumnos sino que incluía al propio sistema y a las técnicas
concretas empleadas para aplicarlo. El procedimiento es tan complejo y chocaba
tanto con prejuicios arrastrados desde el pasado que todavía hoy, a pesar de
que se ha renovado buena parte del profesorado, no se ha llegado a implantar
con eficacia; antes bien, han surgido nuevos vicios que lo han pervertido hasta
convertirlo en ciertos casos en inservible. Pero en lugar de reconducirlo y
tratar de hacerlo más eficiente preferimos tirar por la borda todo el sistema, utilizando
en parte como pretexto un informe mucho
más deleznable de lo que suele reconocerse, porque los datos sociológicos son difícilmente
manejables y porque sólo tiene en cuenta la adquisición de algunos aprendizajes.
Finlandia obtendrá excelentes resultados en cálculo y comprensión lectora, pero
también arroja el dato sombrío de ser la sociedad con el índice de suicidios
(también en adolescentes) más alto del mundo, si se excluye Japón, otro país
con magníficos resultados PISA.
No sabría situar al nuestro en
un ranquin internacional en lo que a educación se refiere. No poseo los datos
ni los instrumentos necesarios y desconfío de quien asegure tenerlos, dada la
complejidad del asunto. Pero he sido alumno desde los años 40 y profesor desde
los 60. He tenido ocasión de comparar con mirada inquisitiva e interesada la
situación de la enseñanza a lo largo de muchas décadas y puedo afirmar que el
salto que se ha dado ha sido gigantesco. Un resultado excelente de la LOGSE fue
dar a la enseñanza una apostura democrática por primera vez en nuestra historia,
con todo lo que eso significa, que es mucho más de lo que a primera vista
parece. Cierto que muchos profesionales han estado en contra de ella, pero me
gustaría poder determinar que incidencia ha tenido en esa posición el descenso
en la escala social al generalizarse y multiplicarse los centros y el personal
docente (antes un catedrático de instituto era una personalidad, hoy apenas hay
quien lo distinga de un “maestro de escuela”) y la dificultad para adaptarse a
cambios tan drásticos en tan poco tiempo. Por otra parte, sin bien los salarios
se situaron en un nivel de dignidad aceptable, por primera vez también, los
presupuestos fueron inconcebiblemente cicateros con la reforma lo que dificultó
su desarrollo y la desvirtuó y abocó casi al fracaso desde su inicio.
Un análisis desapasionado y
desideologizado descubriría luces y sombras, pero sin duda el balance, se me
antoja, sería muy positivo y, desde luego, si es justo, concluiría con la afirmación de que la educación pública
se ha acercado más que nunca al servicio de los ciudadanos (ver el artículo
de José Saturnino Martínez en el País de hoy).
Esto es lo que el ministro Wert,
que, según todos los indicios, no ha pisado un centro público en toda su vida, parece
estar dispuesto a destruir. Para ello hay que reducirla primero a basura
ahogándola económicamente y desprestigiándola aún más de lo que está, después
todo el mundo reclamará la escoba.
Un artículo
de Juan Torres en Público me pone sobre otra pista: es muy posible que haya
sobrevalorado al ministro y al gobierno. Podría ocurrir que no hubiera plan
alguno. Quizá golpean un viernes aquí y el otro allá sin mucha premeditación y
los ministros se encargan a posteriori de justificar intentando crear la
sensación de que existe un proyecto. Puesto que Rajoy reprochó duramente a
Zapatero sus improvisaciones, tendrá ahora que disimular las suyas propias. De
momento se estaría limitando a responder a las exigencias del mercado con un
rosario de ocurrencias de las que esperan obtener la paz financiera y un solar
en el que puedan en el futuro construir sin las trabas que les impondrían las
estructuras que dejó el incipiente y frustrado estado del bienestar que legara
la socialdemocracia, reducidas ya a simples restos arqueológicos.
Los científicos saben que ante cualquier
problema siempre se debe escoger la hipótesis más simple (llaman a esta ley la “navaja
de Ockhan”). Quizá haya que desplegarla aquí y abandonar la idea de un proyecto
que no sea desmantelar lo más posible. Este gobierno no parece tener aliento
más que para la demolición.
1 comentario:
Me ha gustado tu análisis.
Aunque se refiere solo a la enseñanza universitaria, también, mi parece muy bueno, el artículo de Pablo Salvador "Tasas académicas y reeestructuración universitaria", publicado en EL PAÍS, del 2 de mayo.
Un saludo
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