Si alejamos la vista de un
objeto iremos perdiendo detalles hasta que al final sólo distinguiremos su silueta, mientras que del
color apenas si sabremos si era oscuro o claro; por el contrario, si nos
acercamos veremos que se desenfoca, las líneas, antes nítidas y distintas, se
multiplican y confunden hasta que, por último, queda reducido a una mancha
informe. Ocurre lo mismo con la historia: alejarnos de los acontecimientos nos
permite una comprensión global, pero al aumentar la distancia perdemos tantos detalles que
la percepción correcta se hace problemática; estar demasiado próximos a ellos
nos incapacita para percibir su verdadero sentido, para distinguirlos con
claridad y hasta para identificar su dirección. Los contemporáneos rara vez
fueron capaces de interpretar con acierto los acontecimientos que
protagonizaban, como muestran los testimonios que nos dejaron. En las crisis
sentían los trastornos que producían pero ni acertaban con las causas auténticas
ni imaginaban siquiera lo que anunciaban.
Desde la distancia han aprendido los
historiadores que hay grandes ciclos en el devenir de la humanidad. Por otra
parte, nadie cuestiona ya que los impulsos económicos están en el corazón del
discurrir de la historia y son inseparables de las demás manifestaciones de la
creación humana, como la hechura de las sociedades, la política, las relaciones
internacionales, las construcciones jurídicas y hasta la especulación
filosófica o el arte. Una profunda conmoción económica sacude inevitablemente todos
los demás elementos del edificio humano. Un nuevo ciclo económico (nuevos modos
de producción y de distribución del excedente) abre un nuevo ciclo histórico.
Hace cuarenta años se dio la última
crisis de la era industrial: la crisis de la energía; podemos decir ya, con
perspectiva de tiempo suficiente, que marcó el principio del fin de la era
industrial. Durante unos 80 años, nos dice la historia, entre el XVIII y el XIX
se gestó el tránsito del mundo agrario al industrial, produciendo gravísimas
conmociones en las mentalidades, en la vida cotidiana, en la política, en las
fronteras, en las relaciones internacionales…, con frecuencia violentas, hasta
que se hallaron nuevos equilibrios. Así, la que llamamos crisis del petróleo,
puede haber abierto la transición a un nuevo ciclo.
Lo cierto es que desde aquella del
73 las crisis han tenido que ver cada vez menos con la industria y sus factores
(energía, materias primas, mercados...) y cada vez más con las finanzas, hasta
la presente, a la que casi nadie duda en considerar sistémica o estructural,
pero que es ya básicamente financiera, anunciando un cambio de paradigma
económico. De la misma manera, en el XIX, paulatinamente, las crisis dejaron de
ser agrícolas (de subsistencias) para convertirse en industriales.
Bebiendo de la experiencia que
nos proporcionó ese precedente, habrá que suponer quizás otros cuarenta años de
acomodos (y no son pocos los que se han producido ya), algunos de los cuales,
puede que muchos, serán traumáticos; pero, lo cierto es que la generación que asoma hoy a
la vida verá un mundo radicalmente distinto, no necesariamente mejor que el
presente, pero sí difícil de imaginar y, por lo mismo, inquietante.
Ante él sólo tenemos preguntas:
¿Cómo serán las relaciones entre el individuo y el nuevo poder POLÍTICO/económico
o ECONÓMICO/político? ¿Qué papel jugará Occidente una vez que haya perdido,
como parece inevitable, la hegemonía mundial? ¿Se habrán terminado de disipar
los Estados actuales por la
desagregación de sus partes y la consolidación de las instituciones
supranacionales? ¿Espera a España, Reino Unido, Italia, Bélgica… una
transformación semejante, aunque menos trágica (esperemos), que a Yugoslavia? ¿Qué
lugar ocuparán las civilizaciones históricas (Islam, Oriente, África…), que
parecen anunciar nuevos bloques, una vez que se diluya el cemento occidental
con el que se fabricó la argamasa para
los primeros pasos de la globalización? ¿O no se disolverá? Y las conquistas sociales
y los derechos individuales que parecen haber sido lo mejor de la civilización
occidental y de este ciclo ¿se conservarán, se incrementarán o retrocederán?
Estamos demasiado próximos a los
hechos para poder ver su potencial y sus querencias; el discurso profético se ha
desmontado por la acción abrasiva de la razón sobre el pensamiento mágico; la
prospectiva aún no se ha convertido en técnica fiable: más que nunca el futuro
es una incógnita. Condenados a ver como se desmorona todo lo que creíamos
firme, pero incapaces de atisbar los nuevos pilares, somos presa fácil del
vértigo en este inevitable viaje al futuro.
1 comentario:
Ciertamente sólo nos queda esa posible visión en perspectiva para poder aceptar tanto error....
Saludos
Mark de Zabaleta
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