Casi hace un siglo, en 1917, el sistema parlamentario español, que se inaugurara en 1875
con la vuelta de los Borbones (Alfonso XII) y que funcionó cuatro décadas con
un artificioso y fraudulento turno de los dos grandes partidos (conservador y
liberal), había llegado a su agotamiento. La crisis económica, la corrupción
política, las demandas de autonomía de algunas regiones y la situación fuera
del sistema de las masas populares, habían dejado sin respuestas al entramado
institucional, anquilosado y obsoleto.
La sensación de déjà vu que se produce al recordar en el
momento presente estos episodios de nuestro pasado reciente no es
injustificada. Si bien en un sentido
estricto la historia no se repite, la persistencia de nuestros demonios
familiares en la vida social y política (los cambios nunca fueron
suficientemente radicales) hace que la historia nos parezca una noria que nos
regresa al punto de partida cada cierto tiempo. El análisis pormenorizado
revela las diferencias, pero a grandes rasgos resultan inquietantes la
coincidencia de fechas (1875 – 1975), de personajes (restauración monárquica en
D. Alfonso y D. Juan Carlos), el turno partidario (muy forzado en la
Restauración, más natural en la Transición), la enajenación de las masas
populares (por la naturaleza del sistema en la Restauración, por desencanto y
hartazgo hoy) y tantos paralelismos más.
Pero regresemos a 1917. Dirigentes
del regionalismo catalán (el término regionalismo
se ha transmutado hoy por elevación en nacionalismo)
tomaron la iniciativa de convocar una asamblea extraoficial de parlamentarios
que buscara remedios a la situación. Encontraron la oposición gubernamental y
buscaron la aproximación a los militares que en ese momento tenían planteado un
grave conflicto profesional con implicaciones políticas. Cuando intentaban la aproximación
al obrerismo estalló la huelga general revolucionaria de agosto, arrastrados en
parte partidos y sindicatos obreros por la fascinación que ejercía la
revolución soviética en marcha. Ante el fantasma de la revolución social los
militares se pusieron a las órdenes del gobierno y los parlamentarios díscolos
depusieron su actitud con rapidez. La huelga se reprimió cruelmente y la
reforma política quedó aplazada sine die. Seis años después el rey entregaba el
gobierno al dictador Primo de Rivera (precedente y mensajero de Franco, como el
Bautista lo fuera del Mesías). El descrédito de la política parlamentaria había
llegado a tal punto que algunos intelectuales clamaban poco antes del golpe por
un “cirujano de hierro” (J. Costa) y, una vez en el poder, hasta se produjo
algún flirteo entre el dictador y alguna organización obrera.
Con las diferencias que queráis
el paralelismo puede continuar en el desenlace. Lo cierto es que desde los
estamentos políticos con acceso al poder no parece posible reforma alguna de
entidad (pondría en peligro ese acceso) y desde las bases populares menos aún
por la falta de vertebración, de organización y de objetivos mínimamente
compartibles. Sólo la aparición de un salvapatrias parece tener posibilidades,
bien en forma de payaso, tipo J. Gil o Berlusconi, o en la advocación tecnocrática,
para que incluso sea bien acogido por nuestros socios europeos. Sea como fuere
su cara nos sonará.
Creíamos caminar en línea recta
pero estamos a punto de volver al lugar de partida. Déjà vu.
3 comentarios:
Excelente artículo. Sucede con las Crisis Económicas...la historia siempre se repite, porque el hombre siempre tropieza con la misma piedra...
Saludos
Mark de Zabaleta
Que estamos uno o varios tramos del camino más atrás es indiscutible. En el aspecto social (¡cómo ha empeorado la situación de los trabajadores en materia de derechos, por ejemplo) y político (las instituciones están desacreditadas, la corrupción crece...); no digamos en el aspecto moral. Yo soy también de los que cree que la degradación de la clase política es un asunto muy peligroso, pues puede conducir a la llegada (como si fuera una "parusía") de un salvador de la patria, según apuntas y según ya comenté a propósito de tu anterior artículo. Salud(os).
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