17 may 2013

A mí me vale


A mí me vale la Constitución.
Parece que debiéramos olvidarnos de la Transición, de la monarquía, de las autonomías, del Senado, de las provincias, etc. Hay a quien se le ocurre prescindir de algunas pero otros prefieren hacer tabla rasa. En España lo que mola es la tabla rasa. Precisamente el desprestigio actual de la Transición le viene de que por primera vez en nuestra historia no sólo no hizo tabla rasa sino que incluso presumió de ello.
En realidad todas las anteriores tablas rasas no fueron tales, pero al menos durante cierto tiempo simularon serlo. Lo de menos es ser, lo importante es parecer. Así todos contentos: los ingenuos creyendo que inventan el mundo; los astutos dejando que lo crean mientras ellos medran.
(Entre paréntesis me gustaría decir que envidio a los norteamericanos tan orgullosos de su sistema político, pero que, visto desde fuera, es el más obsoleto de Occidente, con anacronismos flagrantes y con una constitución de cinco páginas en el manuscrito original, enmendada (parcheada) veintidós veces pero jamás abolida. También a los británicos, a los que ni siquiera les hace falta una constitución escrita para deslumbrarnos con una estabilidad política secular que les permite pasar de la socialdemocracia más avanzada al neoliberalismo radical, o plantear la separación de una parte de su territorio sin mover un músculo).
A mí me vale la Constitución. Soy republicano convencido, pero estoy dispuesto a aguantar a un rey siempre que se le ate corto, para eso está la ley. Mi fe en la razón me inclina por un sistema federal de elementos que interactúan en igualdad estricta, pero soportaría una disimetría fundada en supuestos derechos históricos si eso garantiza la estabilidad. Por lo mismo, creo en la proporcionalidad radical del voto, pero tolero las correcciones (de D’Hondt o de quien sea) si eso nos pone de acuerdo.  Como buen izquierdista los nacionalismos me importan un pepino, pero soporto que  los textos constitucionales o estatutarios se fundamenten en míticas nacionalidades que nadie sabe qué son.
La política es el arte de pactar y no hay pacto sin concesiones. Dejemos de ponernos divinos y busquemos entre la maraña de problemas que nos agobian qué es lo fundamental. Si encontráramos que no es otra cosa que la convivencia en paz, no hay más que hablar, lo anterior podría servir de folleto de instrucciones.
Yo aquí, aunque me quede solo, declaro que a mí la Constitución me vale.


2 comentarios:

jaramos.g dijo...

Supongo que estaremos de acuerdo en que no todo es sacrificable en aras de la convivencia. Me vienen a la cabeza aquellos eslóganes en los que la "paz" en el País Vasco era el supremo objetivo, por encima de la libertad, por ejemplo. Salud(os).

Mark de Zabaleta dijo...

Un gran artículo. Veamos la Constitución en positivo !

Saludos
Mark de Zabaleta