Cultura es un término
con varias acepciones. Una de ellas nos permite entenderla como el conjunto de
creencias, modos de vida y valores de un pueblo, de una época, en fin, de un
grupo humano. A veces ese acervo puede ser percibido desde afuera como
incultura, en el sentido de falta de conocimientos y estrechez de miras que
dificultan un pensamiento crítico, racional, libre.
Lo
insoportable que hoy nos parece la violencia de género constituye el caso
típico de una práctica nacida de una cultura que agoniza a la que observamos
desde nuevos valores y creencias. Como ambos fenómenos, la violencia y el
escándalo que produce, se generan en la misma sociedad, entre contemporáneos,
cabe deducir que conviven valores y creencias contrapuestos, que los nuevos no
acaban de sustituir a los antiguos y por eso el conflicto se manifiesta entre individuos
o en el seno de la conciencia de cada uno.
En
la semana que termina cuatro mujeres han muerto a manos de sus parejas. Es una
lluvia fina que no cesa. En cada nuevo caso los ojos se vuelven hacia la
justicia ¿Había denuncia previa? ¿Había tomado el juez alguna medida
preventiva? Todo eso está bien, pero a estas alturas debería ser evidente que
la justicia no acabará con el problema por mucha diligencia que muestre, por
duras que sean las penas. Entre otras razones porque los responsables pueden
mostrar un comportamiento ejemplar en otros ámbitos sociales. Es la sociedad en
la transmisión de valores a través de la familia, del entorno, o en la escuela
la que inocula el virus. Hay que ir a la raíz, y la raíz está adherida a las
más queridas y valoradas instituciones sociales.
Mal
que nos pese, o por mucho que cerremos los ojos, nuestra sociedad es, sigue
siendo, patriarcal. La liberación femenina se ha producido sólo en la superficie.
La mujer ha ganado cotas de libertad inimaginables hace tan sólo unas décadas,
pero en la mayoría de los casos acabará formando una familia, que,
invariablemente, adoptará una forma patriarcal, más o menos definida. El
patriarcado implica un predominio masculino. Se apoya en una ideología, en
apariencia inocua, asumida sin muchos problemas por hombres y mujeres, el
sexismo, que convierte las diferencias sexuales en diferencias sociales. En la
tribu esto estaba bien, era funcional. Hoy es un atavismo, quizás el más
peligroso de cuantos conservamos.
En
este terreno, como en cualquier otro en el que lo que está en juego es un
cambio de valores, los pasos adelante son con frecuencia neutralizados a no mucho
tardar por otros hacia atrás. En los años sesenta las luchadoras feministas que
se esforzaban por la liberación femenina quemaban públicamente los sujetadores
convertidos en símbolos de la opresión; sus nietas hoy aumentan el tamaño de
sus pechos, usan tacones vertiginosos y visten tan “femenino” como sea posible.
Por las mismas fechas la educación mixta se imponía hasta el punto de convertirse
en ilegal la separación por sexos en la escuela; el ministro Wert ha preparado estos
días una ley que vuelve a consagrar la educación separada a la que afluirán sin
problemas las subvenciones públicas; esperemos que no se conviertan esos
centros en imán para familias que buscan un colegio de “buen tono” para sus
hijos, y el engendro se ponga de moda.
Las
fuerzas conservadoras (retrógradas, en realidad), como la iglesia, se recrean en
el sexismo (recomendando el recato en las mujeres, faltaría más) que,
inevitablemente conduce al patriarcalismo (todavía se llaman patriarcas sus dirigentes),
que es la institucionalización del machismo y su denominación más amable. Es
necesario que aprendamos a asociar esta ideología tan familiar, nunca mejor
dicho, con los resultados catastróficos de eso que hemos dado en llamar
machismo, cargándolo de tonos peyorativos quizás para que nos parezca
desvinculado de su progenitor (el patriarcalismo), que aún conserva resonancias
de respetabilidad en nuestra conciencia.
Tal
asunto requiere una reflexión en cada cual y la voluntad de erradicar de su
pensamiento, de su comportamiento, de sus decisiones cualquier elemento sexista
que al transmitirse a las nuevas generaciones sea susceptible de perpetuar esta
penosa lacra de la violencia de género. Está ahí, camuflado en los valores de
toda la vida, esperando el contacto con cualesquiera otros factores
criminógenos para producir la tragedia.
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En varias ocasiones y
desde diversos puntos de vista he tratado este tema. Para ver los artículos cliquear
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1 comentario:
Excelente artículo, como todos. Aunque, como para muchos, tengo un pero. El machismo, en general, constituye, efectivamente, un componente de una "cultura" ya periclitada (de la que, no obstante, permanecen restos). Sin embargo, tengo dudas acerca de la índole de los móviles de maltratadores/as y asesinos/as de sus parejas o ex parejas; no me atrevería a afirmar rotundamente que siempre son fruto de una mentalidad. No creo que pertenezcan a otra "cultura" esos sujetos, que tengan otras "ideas", sino sencillamente son unos enfermos/as, están locos/as... Por eso, en la mayor parte de los casos, parecen irrecuperables. Me da la impresión de que su conducta no parte de un convencimiento, sino de un funcionamiento anómalo de su cerebro. Etc. Salud(os), amigo Arcadio.
P.S.: He colgado en "Ahitequieroyover" unas reflexiones sobre la reválida (otra vez de actualidad) y me gustaría le echaras un vistazo. Gracias.
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