Europa tiene una historia densa y compleja. Después del
maremágnum que supuso la desaparición del Imperio Romano de Occidente, que duró
varios siglos, comenzó la formación de los Estados actuales; al menos todas las
formaciones nacionales de hoy remontan sus orígenes a aquellas fechas, salvo algunos
irredentos que prefieren conectarse a tiempos prerromanos (vascos…). La Edad
Moderna, en el sentido que le dan los historiadores ingleses (sin diferenciar
la Contemporánea) es la época de formación de los Estados nacionales. En las
últimas fases el proceso produjo movimientos en dos sentidos contrapuestos: por
una parte nacionalidades divididas en varias entidades acabaron formando por
agregación un solo Estado (Alemania, Italia); por otra, Estados multinacionales
acabaron disgregándose (los que surgieron del Imperio Austriaco, los países
nórdicos… y, más recientemente Yugoeslavia, la URSS o Checoeslovaquia).
Otros, como Reino Unido, Francia y España, salieron de la
Edad Media con poderosas monarquías que lograron mantener los territorios de
sus coronas pese a sufrir revoluciones, cambios de régimen profundos y guerras
civiles. Son territorialmente extensos, para la escala europea, y, como cabe
esperar, encierran en su seno sensibilidades nacionales diversas que se manifiestan
hoy con fuerza varia.
En el Reino Unido el régimen parlamentario logró la
incorporación de Escocia y Gales mediante un pacto federal que mantuvo la
solidez del Estado durante su momento de esplendor (el S. XIX, con el preludio
del XVIII y el epílogo del XX). Hoy el nacionalismo escocés plantea la secesión
y el gobierno de Londres, tomando la iniciativa, ha negociado la celebración de
un referéndum para 2014.
Francia construyó una monarquía fuertemente centralista
durante su época más brillante en el XVII y XVIII. Pero cuando estalló la
revolución el jacobinismo triunfante no fue menos centralizador. De ahí que los
nacionalismos periféricos, Bretaña, Córcega, País Vasco (antigua Gascuña), Normandía,
incapaces de imponerse al prestigio del modelo de convivencia salido de la revolución,
no han revestido hasta ahora una amenaza real para la cohesión nacional.
España comenzó su andadura como una monarquía federal, o
confederal, (XVI y XVII) durante los Austria. Tras la crisis sucesoria
(1700/13) no sólo se cambió de dinastía (Borbón) sino que se impuso el
centralismo por la fuerza de las armas en torno a la Corona de Castilla, de lo
que había habido intentos fracasados anteriormente (1640). El centralismo
borbónico se consolidó y se reforzó con el liberalismo decimonónico, de
inspiración francesa, y las dictaduras del XX, por lo que las aperturas democráticas
siempre propusieron fórmulas descentralizadoras. La Transición ensayó un método
sui géneris de federalismo con la peculiaridad de que el pacto federal está ausente.
Quizás por eso se haya llegado, aparentemente, a una situación sin salida en Cataluña
y País Vasco, en donde, gozando sus territorios de más autonomía que en ningún
otro momento de su historia, los nacionalistas se sienten profundamente decepcionados.
Aquí, en España, la reclamación de referéndum ni ha encontrado en la Moncloa la sabiduría
política y coherencia democrática que los escoceses en Londres ni la encontrará.
Muchas modalidades, variadísimos desenlaces, incluyendo
marchas atrás para ensayar otros: Checoeslovaquia se deshizo antes de llegar al
siglo de su creación, igual que Yugoslavia; Bélgica ha descubierto la
dificultad de la convivencia entre sus dos lenguas (nacionalidades) con no
mucho más tiempo; Italia, nacida a final del XIX tantea (o quizás tontea con) nacionalismos
secesionistas desde finales del XX. Todo ello con agrias disputas políticas,
soluciones “de terciopelo” o rupturas sangrientas. Tantos casos tantos desenlaces.
Visto lo visto ¿puede la historia ofrecernos un modelo para
nuestras dificultades? Obviamente no. Éste es un problema político y no se
resuelve echando mano del manual, que a saber quién lo habrá escrito,
con qué intenciones y con cuánto respeto a la verdad científica (¿es ciencia la
historia?), y en el que nos va ser más fácil encontrar anclaje para cualquier
prejuicio que iluminación para salir del túnel.
Racionalidad, inteligencia, imaginación y desprejuicio.
Racionalidad, inteligencia, imaginación y desprejuicio.
1 comentario:
Europa no tiene una "Historia" pasad, la está construyendo ahora...y no parece que sea una "buena" Historia....
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
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