Desde que se consolidaron las estructuras de los estados
territoriales o nacionales que definen el paisaje político actual, cualquier
análisis, político, cultural, social, histórico, económico, se hace siempre con referencia al
estado. Incluso en aquellos textos de historia que incorporan a su título el
calificativo de universal o general la narración no puede evitar la referencia
constante a los estados, cuando no estructuran su contenido en función de
ellos.
Históricamente el marco estatal supuso un avance
considerable al superar las relaciones personales de fidelidad, vasallo/señor,
y la patrimonialización de lo común en manos de las dinastías reinantes.
Conforme se iban consolidando las nuevas estructuras se debilitaban las viejas
y las clases que se disputaban la hegemonía social pugnaron por apropiárselo en
su beneficio. En el XIX era evidente que la disputa se había resuelto a favor
de la burguesía que practicaba credos de economía de mercado, según permitían
las circunstancias.
El nuevo régimen, que adoptó eslóganes de libertad, igualdad
y fraternidad, destilaba desde su más temprana instalación nuevas
contradicciones: la explotación del proletariado, en cuyas manos descansaba el
novedoso sistema productivo de hegemonía industrial; con el agravante de que
los viejos paliativos ideológicos (el mensaje religioso y su secuela la manipulación clerical) tenían dificultado el
acceso a las conciencias de los nuevos productores.
Puesto que los explotadores usaban el marco estatal y sus
instrumentos legislativos, jurídicos y ejecutivos para consolidar su dominio,
los explotados denunciaron el estado como fuente de su sujeción y proclamaron el
internacionalismo como arma de liberación (no sospechaban que la globalización,
como se llama ahora, también ocultaba sorpresas y contradiciones). El siglo XX
sólo se puede entender si se estudia desde el laberinto de la agitación social
y la pugna política y bélica que generaron todas estas contradicciones de
apariencia y manifestación multiforme.
Distinguimos el bosque desde la lejanía pero al acercarnos
sólo vemos árboles. Los detalles nos hurtan el conjunto. Lo cierto es que de
todos los elementos puestos en juego en el S.XX, el estado parece haber sido
duramente afectado; la clase que protagonizara los primeros episodios de la
revolución, el proletariado, se ha difuminado, perdiendo su conciencia, casi su
esencia y siendo sustituido por un “lumpen” multinacional, multiétnico y
multicultural por completo indefenso ante las remozadas técnicas de explotación;
el estado hegemónico del sistema desde la 2ª GM, USA, parece apagarse tras la
brusca desaparición de su oponente, la URSS y, con ellos, difuminarse la actual
estructura geopolítica, que evoluciona hacia la multipolaridad; la ciencia y el
conocimiento racional pueden haber sido dañados en su prestigio, quizá por el
servicio prestado a la destrucción bélica y por acompañar al colonialismo
explotador y, en ocasiones, genocida, por lo que en contrapartida apunta claramente un renacimiento y endurecimiento de la
superstición cristiana e islámica…
Queda en pie, incólume, el mercado, que se rearma
ideológicamente y conquista sin cesar nuevos espacios, arrebatados
fundamentalmente al estado al que amenaza sustituir. De hecho el nombre,
glorioso en otro tiempo, de las naciones es ahora una marca; su prestigio
depende de su deuda; su fuerza del PIB; sus perspectivas de futuro de la tasa
de productividad… Todas sus funciones y servicios se mercantilizan: las
comunicaciones, los transportes, la sanidad, la enseñanza, el correo, la
energía… les seguirá la seguridad, la defensa, la justicia, la moneda. Nada
fuera del control del mercado. Del estado sólo quedarán girones asidos al
flotador del folclore, como ocurre hoy con las monarquías parlamentarias respecto
del Antiguo Régimen. Seguramente se seguirá hablando del estado y desde el
estado durante algunas generaciones, pero se le habrá vaciado de contenido
mucho tiempo antes.
Tanto la crisis como los casos de corrupción nos muestran
estas tendencias como una radiografía lo hace con los traumas en nuestro
esqueleto. En el lamentable caso de los ERE de Andalucía, que se suponían una
acción sindical con intervención estatal para la protección de los trabajadores
cuyas empresas habían cerrado, la mayor parte de los desvíos de fondos públicos
acabaron en aseguradoras y despachos jurídicos. ¿Para qué las aseguradoras? ¿No
tienen los sindicatos y patronal gabinetes jurídicos especializados? Da la
impresión de que era imposible el acuerdo sin pagar tributo al mercado. El caso
Gurtel/Bárcenas ha puesto de manifiesto que toda una generación de dirigentes
del PP con funciones ejecutivas en los gobiernos de la nación recibió regularmente
sueldos de empresas, que sumaban con la mayor naturalidad a sus remuneraciones
oficiales. Puesto que las entidades donantes se relacionaban todas con la
construcción ¿se entiende ahora la burbuja?
Muestras evidentes de
intromisión flagrante del mercado en la gestión del estado.
Por primera vez las nuevas clases hegemónicas, crecientemente apátridas y
nómadas en un mundo globalizado, se sienten con fuerza para prescindir del
estado, que ha devenido una estructura obsoleta más útil para la defensa de los
derechos en retirada de las clases subalternas que para el “nuevo progreso”.
Los caracteres del mundo de la mitad del XXI se están
escribiendo ahora ¿Sabremos leerlos con provecho?
No hay comentarios:
Publicar un comentario