Las clases sólo se
diferencian por el nivel de la renta y no deben comportarse como compartimentos
estancos; sin embargo, la convivencia de modelos crea situaciones poco claras.
En el XIX la coexistencia de los antiguos estamentos con las clases modernas
era la norma. La novela de la época (Balzac, Proust) aporta testimonios
excelentes, mientras que la persistencia de la esclavitud o de minorías étnicas
(gitanos) proporciona otro sobre la anormal persistencia de castas. Las
mentalidades reflejan esta mezcla con una confusión de valores. Siempre el
ascenso social tuvo mala imagen y se identificó con el arribismo y con
comportamientos asociales.
Después de la acción del movimiento obrero y el ascenso del
socialismo a lo largo del XX ha calado en la sociedad una ética igualitaria que
condena las trabas con las que se pueden encontrar los individuos en sus
carreras personales debido a su origen. Incluso en los medios más conservadores
se ha elaborado un discurso que pretende desarmar cualquier recurso (en la
teoría y en la práctica) a la lucha de clases, afirmando, con aires de buena
nueva, que ya no existen contradicciones de esa índole. Nadie defiende hoy, al
menos públicamente, algún tipo de privilegios de clase. Todos admitirán,
algunos a regañadientes, que el progreso consiste en un camino hacia la
igualdad (de oportunidades, se apresurarán a puntualizar muchos).
El debate sobre las becas, al que nos ha conducido el
ministro Wert, está mostrando el verdadero rostro de las mal llamadas reformas,
que se empeñan en retrotraernos un par de generaciones. La dificultad de acceso
a las ayudas que pretende imponer Educación se justifica porque es dinero
público, dicen, y es por tanto lícito exigir un determinado rendimiento a los
beneficiarios. Incluso se ha utilizado sin recato el argumento cínico de que no
es justo que los pobres paguen con sus impuestos la universidad y encima tengan
que poner el suplemento para unas becas sin más exigencia que la renta (¡!).
Ayer mismo pudimos oír al ministro decir: «Los recursos escasos no deben ser
distribuidos como limosna sino como contribuciones con justa correspondencia»
(sic).
El despliegue de demagogia, hipocresía, y cinismo dando la
vuelta a los argumentos para que parezca que proceden de una sensibilidad
social ante la que la izquierda o el progresismo es ciego, es escandalosa y
desmesurada. Muestra las habilidades sofísticas del ministro, pero sólo puede
engañar a los bobos, que algunos hay, por supuesto.
No existe un instrumento de mayor eficacia para el ascenso
social que la educación. Mediante la formación los hijos de obreros, campesinos
y empleados pueden entrar en profesiones más prestigiadas, emprender negocios
con buenas perspectivas, aspirar a empleos de alta cualificación; en
definitiva, romper los límites que imponía su origen de clase. El mejor
ascensor social es la enseñanza a condición de que sea libre, universal y
gratuita.
El franquismo nos legó un sistema mayoritariamente público,
no precisamente por su sensibilidad democrática, sino por la hipertrofia del
Estado que caracteriza a los fascismos. La democracia posterior le aportó
sensibilidad social: obligatoriedad hasta los 16 años, gratuidad progresiva,
ampliación del sistema de becas y supresión de exigencias académicas para su
concesión, proliferación de centros de todos los niveles, incluido el
universitario, sin excluir la dignificación económica del profesorado. Pero por diversas razones cedió ante el modelo mixto accediendo a subencionar parte de la privada, dando así oxígeno y armas para medrar en el sector a la iglesia.
El hijo del panadero
que aspire a ser panadero, mejor que su padre, eso sí, pero que deje de soñar
con la arquitectura o la abogacía del estado, que así sólo engordamos el
fracaso escolar. Zapatero a tus zapatos.
1 comentario:
Excelente !
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