Misha-Godin. Multitud |
Vista
desde el aire la humanidad semeja un gigantesco hormiguero. Decía Saint Exupery
que esa era la razón por la que es difícil encontrar un piloto amante de la
democracia. En realidad el escritor francés tenía una cierta querencia hacia
posiciones aristocráticas (era de familia noble) y el mismísimo de Gaulle le tachó alguna vez de germanófilo, lo que en
aquel momento venía a significar fascistófilo (perdón por el palabro). Quizás
fueran esas las razones y no la altura. En otro lugar he leído que cuando se
conoce al hombre (las personas) en la distancia corta y uno por uno es
imposible tener confianza en el porvenir de la humanidad o del mundo que la soporta. Alejándose o
acercándose parece que siempre es demasiado fácil encontrar excusas para
desconfiar del género humano. Sirva de
guinda aquella tontería a la que puso música un famoso cantante: «Quisiera ser
civilizado como los animales».
Los que optan por la trascendencia no ayudan en absoluto. Todos
sin excepción proclaman la necesidad de abandonar la condición humana para
alcanzar la salvación, la paz eterna o el nirvana. Estados de perfección hacia
los que el hombre estaría destinado sólo en la medida en que sea capaz de privarse
de los placeres de los sentidos… o del espíritu si no son trascendentes; es
decir, ha de renunciar a su humanidad completa. Pareciera que desde los cielos,
como los pilotos, también nos ven como insectos. Igual que se ven los prójimos
entre sí, a nivel de tierra, si hemos de hacer caso a Roberto Carlos y otros
detractores de la humanidad.
Yo mismo he despotricado con frecuencia de mis congéneres en
general o en su totalidad; sin embargo, en el fondo de mi corazón, si no
explícitamente, siempre tuve buen cuidado de excluirme de tales juicios e
invectivas. Si los demás hacen lo propio el resultado final será que, si bien
el género humano es despreciable (conclusión consensuada por la práctica
totalidad de sus componentes) todos y cada uno podemos salvarnos del dictamen,
por la excepción que implícita o explícitamente tuvimos la precaución de
introducir. Quizás por lo mismo, cuando
se trata de nuestros derechos nos proclamamos demócratas sin reserva, pero si
no, en seguida optamos por atar corto a los demás.
Por deformación profesional y porque los que vamos teniendo ya
poco futuro no tenemos otra alternativa, he echado una mirada al pasado.
Ciertamente, cualquier tiempo pasado fue peor (no contradigo al poeta, que en
realidad dijo que cualquier tiempo, una vez pasado, nos parece mejor; léase
bien). Los de mi generación lo saben perfectamente, aunque eso sería poco
significativo por la cortedad de la muestra temporal. La historia bien leída,
no como suele hacerse con la popular copla de J. Marique, nos arroja a la cara
la misma conclusión con sólo echar un ligero vistazo. Hay en la línea del
tiempo una tendencia (“trend”), que revela un progreso ético, político… humano
en definitiva. Al contrario que en los hormigueros en la humanidad se progresa,
con todo el potencial semántico de la palabra. Las hormigas tampoco llegaron al
mundo siendo lo que hoy son, pero el motor de su transformación fue sólo
biológico, o eso parece.
Hay suficientes indicios para estar satisfechos. Probablemente
la crítica ácida, la insatisfacción, la permanente diatriba, sea el instrumento
para el progreso humano, como la selección natural lo fuera para las hormigas.
Si es así bienvenidos sean.
Me puse a escribir sin saber muy bien de qué y ahora no estoy seguro
de estar convencido de las conclusiones que han aflorado… pero ahí se van a quedar, me dan moral.
1 comentario:
Tenemos que creer en esa ilusión...porque hay muy poca realidad (económica) en positivo !
Saludos
Mark de Zabaleta
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