28 oct 2013

Un ejército de reserva

El capitalismo ha creado una infinidad de los elementos que componen nuestro mundo de hoy; por ejemplo, el desempleo. El concepto y los vocablos con que se expresa no tuvieron carta de naturaleza más allá del siglo XVII, y eso si nos situamos en Inglaterra, lugar en el que se dio a luz al sistema en su variante industrial. Me refiero naturalmente al desempleo estructural, que requiere a su vez la existencia de una masa de asalariados y el derecho de las empresas a prescindir de ellos, según sus intereses. «La expresión "sin empleo", en Inglés, en el sentido de "temporalmente sin trabajo", se remonta a la década de 1660, la referencia a "los desempleados" como grupo se hizo por primera vez en 1782, y la referencia a "el desempleo", como una condición general es atestiguado por primera vez en 1888».
En 1845 F. Engels publicó “Situación de la clase obrera en Inglaterra”, en la que denunciaba la creación, por parte de la burguesía industrial, de un verdadero “ejército de reserva” de mano de obra (parados), cuya función no era otra que la de mantener alta la oferta en el mercado de trabajo, empujando así a la baja su costo para los industriales. En efecto, por aquellos años aún coleaba la vivísima polémica sobre las “leyes de pobres” (poor laws) que el liberalismo inglés consideraba que subvencionaban la pobreza, la pereza y el vicio en las clases bajas e interfería en el mercado de trabajo de forma negativa para la economía en general (¿Para qué trabajar si el estado atendía sus necesidades básicas? Pensaba que discurrían los afectados). Exigían su supresión, lo que prácticamente consiguieron, basándose en las tesis de Malthus, un clérigo que consideraba abominable la ayuda estatal a los pobres porque entendía que era una ley natural que el hambre limitara su número, enmascarando con un improvisado aparato matemático lo que no era más que la defensa de los intereses de las clases propietarias. Fueron dos ateos, Marx y Engels, los que destaparon su auténtica preocupación, poniendo de relieve que en lo que a la población se refiere importa mucho menos el número que las relaciones que se establecen entre los grupos sociales que, económicamente desiguales, devienen relaciones de explotación.
Todo esto es muy antiguo, queda a casi dos siglos de distancia. Hablemos de hoy que es lo que interesa.
En los años de vacas gordas que hemos dejado atrás ¿dónde estaba el “ejército de reserva”? En parte empleado en las actividades que generaban las burbujas especulativas. Pero, sobre todo, al otro lado de las fronteras, enviando destacamentos que legal o furtivamente se instalaban con nosotros (inmigración); atrayendo y fagocitando actividades que escapaban cada vez en mayor medida de nuestro solar (deslocalización). El vacío de empleo que provocaban ambos fenómenos era rellenado con nuevas actividades del sector terciario, sobre todo en el área de los servicios sociales que propiciaba el Estado del bienestar creciente y la prosperidad. Pero la existencia del “ejército de reserva” impedía que el beneficio inmenso que generaba el progreso tecnológico, aumentando la productividad exponencialmente, redundara en beneficio de los trabajadores reduciendo jornadas e incrementando ingresos, como muestra el hecho de que las rentas del capital crecieran bastante más deprisa que las del trabajo en todo el periodo.
Como es natural tal dinámica tenía que desembocar en una crisis clásica de subconsumo o sobreproducción, en las que la renta disponible es incapaz de consumir la producción total. Es sabido que el detonante lo proporcionó el crack financiero, consecuencia de la descomunal orgía especulativa de los años de prosperidad, y el subsiguiente estallido de las burbujas.
Nada como una crisis para ajustar cuentas con el Estado social que repugnaba a los que detentaban el poder económico y manipulaban el político: básicamente la supuesta lucha contra la crisis está consistiendo en 1) desembarazar al Estado del gasto social (política fiscal por la igualdad, sanidad, educación, etc., etc.); y 2) liberar a la empresa de trabas jurídicas y sindicales para operar en el mercado de trabajo. La consecuencia no puede ser otra que la creación de un “ejército de reserva” nacional que unido al que sigue presionando desde afuera, mantendrá el precio de la mano de obra a niveles “competitivos”.
Este nuevo patrón parece que ha venido para quedarse. Nada es para siempre, pero con los sindicatos desprestigiados porque es difícil mantenerse con un pie entre los aparatos de Estado y el otro en el combate reivindicativo, amén de la ofensiva brutal desde la derecha; con el inmenso desprestigio de los partidos como elementos de representación de la ciudadanía y articulación de sus intereses; con la desorientación de una generación que no encuentra un horizonte hacia el que caminar… Nos esperan décadas hasta que se produzca una inversión.
No estamos en el XIX, por supuesto, pero sí que seguimos estando en el capitalismo, y una de sus obsesiones sigue siendo un mercado de trabajo “no intervenido”, libre de injerencias estatales o sindicales, es decir, en sus manos, porque entre ofertantes y demandantes son estos los que tienen la sartén por el mango.
Así es como el famoso y añejo “ejército de reserva” cobra sentido y recupera actualidad.

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