El capitalismo ha creado una infinidad de los elementos que
componen nuestro mundo de hoy; por ejemplo, el desempleo. El concepto y los
vocablos con que se expresa no tuvieron carta de naturaleza más allá del siglo
XVII, y eso si nos situamos en Inglaterra, lugar en el que se dio a luz al
sistema en su variante industrial. Me refiero naturalmente al desempleo
estructural, que requiere a su vez la existencia de una masa de asalariados y
el derecho de las empresas a prescindir de ellos, según sus intereses. «La
expresión "sin empleo", en Inglés, en el sentido de
"temporalmente sin trabajo", se remonta a la década de 1660, la
referencia a "los desempleados" como grupo se hizo por primera vez en
1782, y la referencia a "el desempleo", como una condición general es
atestiguado por primera vez en 1888».
En 1845 F. Engels publicó “Situación de la clase obrera en
Inglaterra”, en la que denunciaba la creación, por parte de la burguesía industrial,
de un verdadero “ejército de reserva” de mano de obra (parados), cuya función
no era otra que la de mantener alta la oferta en el mercado de trabajo, empujando
así a la baja su costo para los industriales. En efecto, por aquellos años aún
coleaba la vivísima polémica sobre las “leyes de pobres” (poor laws) que el
liberalismo inglés consideraba que subvencionaban la pobreza, la pereza y el
vicio en las clases bajas e interfería en el mercado de trabajo de forma
negativa para la economía en general (¿Para qué trabajar si el estado atendía
sus necesidades básicas? Pensaba que discurrían los afectados). Exigían su
supresión, lo que prácticamente consiguieron, basándose en las tesis de Malthus,
un clérigo que consideraba abominable la ayuda estatal a los pobres porque entendía
que era una ley natural que el hambre limitara su número, enmascarando con un
improvisado aparato matemático lo que no era más que la defensa de los
intereses de las clases propietarias. Fueron dos ateos, Marx y Engels, los que destaparon
su auténtica preocupación, poniendo de relieve que en lo que a la población se
refiere importa mucho menos el número que las relaciones que se establecen
entre los grupos sociales que, económicamente desiguales, devienen relaciones
de explotación.
Todo esto es muy antiguo, queda a casi dos siglos de distancia.
Hablemos de hoy que es lo que interesa.
En los años de vacas gordas que hemos dejado atrás ¿dónde
estaba el “ejército de reserva”? En parte empleado en las actividades que
generaban las burbujas especulativas. Pero, sobre todo, al otro lado de las
fronteras, enviando destacamentos que legal o furtivamente se instalaban con
nosotros (inmigración); atrayendo y fagocitando actividades que escapaban cada
vez en mayor medida de nuestro solar (deslocalización). El vacío de empleo que
provocaban ambos fenómenos era rellenado con nuevas actividades del sector
terciario, sobre todo en el área de los servicios sociales que propiciaba el
Estado del bienestar creciente y la prosperidad. Pero la existencia del “ejército
de reserva” impedía que el beneficio inmenso que generaba el progreso
tecnológico, aumentando la productividad exponencialmente, redundara en
beneficio de los trabajadores reduciendo jornadas e incrementando ingresos,
como muestra el hecho de que las rentas del capital crecieran bastante más
deprisa que las del trabajo en todo el periodo.
Como es natural tal dinámica tenía que desembocar en una
crisis clásica de subconsumo o sobreproducción, en las que la renta disponible
es incapaz de consumir la producción total. Es sabido que el detonante lo proporcionó
el crack financiero, consecuencia de la descomunal orgía especulativa de los
años de prosperidad, y el subsiguiente estallido de las burbujas.
Nada como una crisis para ajustar cuentas con el Estado social
que repugnaba a los que detentaban el poder económico y manipulaban el
político: básicamente la supuesta lucha contra la crisis está consistiendo en 1)
desembarazar al Estado del gasto social (política fiscal por la igualdad,
sanidad, educación, etc., etc.); y 2) liberar a la empresa de trabas jurídicas
y sindicales para operar en el mercado de trabajo. La consecuencia no puede ser
otra que la creación de un “ejército de reserva” nacional que unido al que
sigue presionando desde afuera, mantendrá el precio de la mano de obra a
niveles “competitivos”.
Este nuevo patrón parece que ha venido para quedarse. Nada es
para siempre, pero con los sindicatos desprestigiados porque es difícil
mantenerse con un pie entre los aparatos de Estado y el otro en el combate
reivindicativo, amén de la ofensiva brutal desde la derecha; con el inmenso
desprestigio de los partidos como elementos de representación de la ciudadanía
y articulación de sus intereses; con la desorientación de una generación que no
encuentra un horizonte hacia el que caminar… Nos esperan décadas hasta que se
produzca una inversión.
No estamos en el XIX, por supuesto, pero sí que seguimos
estando en el capitalismo, y una de sus obsesiones sigue siendo un mercado de
trabajo “no intervenido”, libre de injerencias estatales o sindicales, es
decir, en sus manos, porque entre ofertantes y demandantes son estos los que
tienen la sartén por el mango.
Así es como el famoso y añejo “ejército de reserva” cobra
sentido y recupera actualidad.
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